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30.12.23

La Palabra del Domingo - Domingo, 31 de diciembre de 2023

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Como es obvio, hoy no es domingo 31 de diciembre de 2023 sino sábado, 30. Esto lo decimos porque publicamos hoy el comentario del Evangelio que siempre hemos traído aquí en día, precisamente, de domingo. Sin embargo, un amable lector, sacerdote, me hizo la sugerencia de poner el comentario del Evangelio del primer día de la semana el sábado porque, como es verdad y lamento no haberme dado cuenta, el texto del Evangelio de la Santa Misa del sábado por la tarde es el del día siguiente, domingo.


También lamento no haberme dado cuenta de que publicando este comentario a determinada hora de España aún es viernes en la América hispana. Por eso, y por cumplir con el horario y que las cosas sean razonables, es publicado este comentario ahora, a esta hora en España cuando ya es sábado en América. Y a lo mejor es posible que haya quien piense que decir esto no hace falta pero con franqueza digo que creo es necesario y más que necesario.  


Lc 2, 22-40


“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: = Todo varón primogénito será consagrado al Señor =  y para ofrecer en sacrificio = un par de tórtolas o dos pichones =, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.  Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.   Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él,  le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: ‘Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz;  porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos,  luz para iluminar a los gentiles  y gloria de tu pueblo Israel. ‘Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción – ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos  corazones.’  Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.  Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.  Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.  El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él”.

COMENTARIO

Familia Sagrada, Sagrada Familia

No se puede decir que la familia, la Sagrada Familia, no cumpliese con lo establecido en la Ley de Dios. Ya desde bien pequeño hacen ver a Jesús que ha de ir por ese camino. Luego, claro está, nada extraña que dijera el Mesías que no había venido a derogar la Ley de Dios sino a que se cumpliese porque era, exactamente a lo que había venido. 

Pues bien. En aquel momento correspondía acudir al Templo de Jerusalén para presentar al recién nacido. Sería consagrado a Dios, por ser el primer nacido de María (y único, por cierto) y correspondía hacer una ofrenda. En el caso de aquella pobre familia una que era, en efecto, pobre. 

Pero en aquel histórico momento de la historia de la salvación había dos personajes que estaban llamados a ser importantes. Ambos eran ancianos y los dos servían en el Templo a la espera de la llegada del Mesías. Pero ya no tendrían que esperar más porque Dios había decidido que lo vieran aquel mismo día. 

Simeón y Ana. Dos servidores de Dios que merecían el premio mejor. Y lo iban a tener pues aquellos que buscan al Creador lo acaban encontrando aunque sea en los últimos días de sus vidas en la Tierra. 

Ambos se dieron cuenta, seguro que por inspiración del Espíritu Santo, que aquel niño era uno que lo era muy especial. Simeón se dio cuenta porque el Espíritu de Dios le había soplado en su corazón que debía acudir, aquel día también, al Templo.  Y así, acudiendo, cumplió con la voluntad del Todopoderoso (¡Alabado sea por siempre!). 

Pero Simeón no se conforma con ver aquel momento sino que, cumpliendo las veces de profeta, viene a decir lo que va a pasar con Jesús: muchos actuarán llevados por Él; otros, no lo querrán para nada. Y para María también tiene algo: algo terrible va a pasar con aquel Niño recién nacido y ella lo contemplará atravesándose una espada el alma o, lo que es lo mismo, se verá aquejada por un dolor terrible en el corazón.

El peregrino: La presentación del Señor en el Templo.

Aquel hombre, en efecto y como él mismo dice, puede morir tranquilo. Se ha cumplido la Palabra de Dios que le había sido revelada en el sentido de que no moriría hasta que viese al Mesías. ¿Qué más podía esperar Simeón que no fuera morir e ir al seno de Abraham? Todo se había cumplido. 

Algo parecido la pasa a Ana. Aquella anciana también estaba esperando ver aquel día… y lo vio. No extraña, por tanto, que anduviese por allí alabando a Dios y diciendo a todo el que quisiera escucharla que había visto al Mesías. 

¿Y luego, qué paso? 

Bien que lo dice el evangelista-médico: la sabiduría y la gracia de Dios estaban con el Niño. Y la historia de la salvación había empezado su última etapa. 

PRECES

Por todos aquellos que no esperan la llegada de Dios a sus vidas.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que rechazan al Niño porque les compromete el corazón.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a recibir al Niño que pronto nacerá con todo el amor del que seamos capaces de dar y mostrar.

 
Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

  
El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán

 

 

Panecillos de meditación

 

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
 
Panecillo de hoy:

 

Simeón y Ana son testigos de lo que pasó y certifican la divinidad del Niño.


Para leer Fe y Obras.


Para leer 
Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

 

25.12.23

Era pequeño aquel Niño

El “Príncipe de Paz”: mensaje de Navidad de 2022

Era pequeño. Como cualquier otro ser humano que viene al mundo, el Hijo de Dios era pequeño, casi nada frente a lo que había de pasar. 

Era pequeño. Con sus dificultades, con su no saber nada, con su necesidad de ser alimentado, vestido, cuidado, amado… 

Era pequeño. Aquel al que visitaban los pastores y, a los pocos días, unos señores venidos de muy lejos y que agasajaron con oro, incienso y mirra y se postraron ante Él, era pequeño. 

Era pequeño aquel Niño, así con mayúscula, porque no era un niño cualquiera sino el Hijo de Dios que había sido puesto allí para cumplir con una misión gloriosa y con final doloroso. 

Era pequeño aquel Niño porque debía nacer para que el Bien se reinstalara otra vez en el mundo, para que el mundo supiese de dónde venía el Amor y qué iba a hacer con el Amor aquel pequeño Niño. 

Era pequeño aquel Niño pero, según cuentan, sonreía ante los que le visitaban porque ellos sí sabían lo que hacían y no como otros que ya sabemos… 

Era pequeño aquel Niño porque se sabía protegido por José y por su Madre, María, a la que luego, muchos años después, entregaría para que fuera Madre de todos sus discípulos, hijos también de Dios. 

Era pequeño aquel Niño pero es casi seguro que, en su pequeñez, en aquel cuerpo recién alumbrado, ya tuviera por bueno aquel primer sufrimiento de asomar su cabeza a un mundo que lo recibía con alegría y, en la distancia del poder, con miedo y envidia. 

Era pequeño. Tan pequeño era que tuvo que ser arropado para que no cogiera frio, para que pudiese pasar lo mejor posible aquellas primeras horas de su vida en el mundo porque había venido de Dios y era, Él, Dios mismo ahora hecho Niño pequeño. 

Era pequeño aquel Niño. Todo en Él era pequeño como debía ser para un nuevo hombre que viene al mundo. Y, sin embargo, en aquella pequeñez había divinidad y María lo sabía y guardaba tal verdad en su corazón. 

Era pequeño aquel Niño. Nació como cualquiera, vivió como cualquiera e iba a cumplir con su misión como sólo Él sabría hacer. 

Era pequeño, pequeño, pequeñito aquel lucero que, al alba de su día se presentó como era, como quería Dios que viniera al mundo, como Él ansiaba ser. 

Era pequeño pero iba a suscitar grandes ilusiones y mejores expectativas en aquellos que lo iban a querer y a seguir. 

Aquel Niño era pequeño, aquel Emmanuel que ya estaba entre nosotros hecho carne, Dios divino y cuerpo de Niño, era pequeño como debía ser, todo lo que debía ser y todo lo que sería. 

Aquel Niño era pequeño y nosotros, desde la distancia que dan los siglos pasados desde aquella primera Navidad, queremos agradecer a Dios por aquella tan nuestra pequeñez, por haber sido tan bondadoso con nosotros y enviar a Su Hijo a que sufriera por sus hermanos los hombres. 

Era pequeño, sí, pero era todo y el todo: Todo.

  

Eleuterio Fernández Guzmán

  

Panecillos de meditación

  

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.  

Panecillo de hoy:  

Ha venido Quien debía venir al mundo. Otra y santa vez.  

Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.