Lágrimas
Las llamadas “lágrimas emocionales” se producen en respuesta a estímulos intensos. Así surge el llanto motivado por la tristeza o por la alegría. Dicen los científicos que este tipo de lágrimas tiene una composición química algo diferente a las “lágrimas basales”, que son las que constantemente lubrican nuestros ojos.
La comprensión moderna de las lágrimas es, en cierto sentido, unidimensional, pues está anclada en el sentimiento. En la antigüedad el enfoque era distinto, más objetivo. Cuando Eneas recordaba la sangre derramada en Troya evocaba las “lágrimas de las cosas”, que reconocen sin ilusiones que este mundo está roto.
Erik Varden, obispo y escritor noruego, en su reciente libro “Heridas que sanan” (Madrid 2025) vincula estas lágrimas de la “Eneida” con el llanto de Jesús que precede a la resurrección de Lázaro. El evangelista san Juan dice que “Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería!”. Los predicadores citan este pasaje para hablar del afecto de Cristo. Esta interpretación no convence del todo a Varden. No tiene demasiado sentido que Jesús llore por Lázaro cuando está a punto de devolverlo a la vida: “Lo que hace llorar a Cristo -comenta- es la visión de la humanidad doliente. Sus lágrimas lo muestran afligido, indignado ante el escándalo del reinado de la muerte sobre seres hechos para la inmortalidad, que añoran el paraíso perdido y la amistad perdida. Después de llorar, sube al Calvario para llevar a cabo nuestra redención”.

Me ha llamado la atención una columna sobre la eucaristía publicada por un reconocido novelista en un periódico prestigioso, sobre todo en ciertos ambientes sociales y políticos. Se titulaba, dicho artículo, “Detonación metafísica”. La tesis que exponía, si he entendido bien, es que si en la eucaristía “cuando el sacerdote consagra la hostia y el vino, aquella se convierte literalmente en el cuerpo de Cristo y este en su sangre. No metafóricamente, no simbólicamente, no: de forma literal”, se produce entonces “una operación ontológica de primer orden, un cambio radical de sustancia”.
Se suele ensalzar, con toda justicia, la belleza de la lengua latina y su capacidad de decir mucho con pocas palabras. Veamos tres ejemplos, tomados respectivamente del mundo universitario, de un escudo cardenalicio y del “ex libris” de un filósofo.
Guillermo Juan-Morado, “La significatividad de la resurrección de Jesús: J. Ratzinger, O. González de Cardedal, Serafín Béjar. Una aproximación teológico-fundamental, Compostellanum 70 (2025) 109-143.
En la cercanía de la Navidad en muchos hogares, iglesias y plazas se instala el belén, el “admirable signo” del pesebre, en palabras del papa Francisco, que es como un Evangelio vivo que surge de las páginas de la Sagrada Escritura.






