InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Serie Mandamientos de la Ley de Dios

20.02.12

Serie Mandamientos de la Ley de Dios - y 10º.- No codiciarás los bienes ajenos

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Diez Mandamientos

RAZÓN DE LA SERIE:

Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).

Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.

Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.

10º.- No codiciarás los bienes ajenos

Décimo mandamiento

En otros de otros capítulos de esta serie sobre los Mandamientos de la Ley de Dios hemos hecho hincapié en lo propio de muchos de ellos: nos previenen, antes de cometer pecado, de lo que no tenemos que hacer para que, precisamente, no caigamos en tal forma de ser contra Dios.

Lo mismo pasa, exactamente, con el que hace el número 10 y último de los mismos.

El lenguaje, casi siempre, es definitivo para entender lo que se nos quiere decir. También pasa eso en materia cristiana, aquí católica. Así, por ejemplo, cuando decimos que alguien “codicia” los bienes ajenos estamos queriendo decir que muestra cierta ansia los mismos. En general pensamos que una cosa es pensar que se va a hacer una cosa y otra, muy distinta, hacerla.

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13.02.12

Serie Mandamientos de la Ley de Dios - 9º - No consentirás pensamientos ni deseos impuros

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Diez Mandamientos

RAZÓN DE LA SERIE:

Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).

Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.

Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.

9º - No consentirás pensamientos ni deseos impuros

Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón

(Mt 5, 28).

Noveno Mandamiento

Dios es muy sutil en cuanto hace. Por eso cuando comunicó los Mandamientos a Moisés lo hizo en el entendido de que serían entendibles por todos aquellos que los iban a recibir a lo largo de los siglos. El que hace número 9 de los mismos es un ejemplo de hasta dónde puede llegar el sentido de lo bueno y mejor para el ser humano.

La esfera de lo que se hace, en acto, tiene un momento anterior que viene a ser como lo que está en potencia. Es decir, antes de hacer algo o llevar a cabo determinada actuación es de suponer que se nos ha ocurrido lo que íbamos hacer o llevar a cabo y que, si hemos tomado la absoluta resolución de cumplir con nuestra voluntad, lo ponemos en práctica. Sin embargo, no se tendrá en cuenta aquello que hacemos llevados por un arrebato tal que no medie pensamiento previo de que se va a hacer.

Decía la Santa Teresa de Jesús que la imaginación es “la loca de la casa”, entendiendo por casa nuestro corazón o nuestro pensamiento y por loca el hecho de que nos lleva por caminos que no merece Dios por ser nuestro Creador y que nos ponen, de seguir los consejos de la misma, contra la voluntad del Todopoderoso. Y es que, la imaginación, herramienta otorgada por Dios al hombre, nos puede jugar malas pasadas cuando, por ejemplo

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6.02.12

Serie Mandamientos de la Ley de Dios - 8º No dirás falso testimonio ni mentirás

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Diez Mandamientos

RAZÓN DE LA SERIE:

Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).

Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.

Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.

8º No dirás falso testimonio ni mentirás

Octavo Mandamiento

Seis cosas hay que aborrece Yahvéh, y siete son abominación para su alma: ojos altaneros, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, corazón que fragua planes perversos, pies que ligeros corren hacia el mal, testigo falso que respira calumnias, y el que siembra pleitos entre los hermanos (Prov. 6, 16-19).

El comportamiento que, como personas, tenemos con nuestro prójimo puede distar mucho de ser aceptable y, por eso mismo, decir sí donde es sí y no donde es no (cf. Mt 5, 37) es lo que corresponde a cada uno de los que nos decimos hijos de Dios.

Lo demás, como bien dice Cristo, “viene del Maligno” (Mt. 5, 37) y, por lo tanto, debemos evitarlo siempre que podamos. Por eso decir falso testimonio o mentir es dar cabida, en nuestro corazón, al Príncipe de la mentira.

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30.01.12

Serie Mandamientos de la Ley de Dios - 7º.- No hurtarás

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Diez Mandamientos

RAZÓN DE LA SERIE:

Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).

Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.

Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.

7º.- No hurtarás

No hurtarás

Sabemos que hurtar es causar daño al prójimo tomando o reteniendo bienes que le son propios. Se hace, además, contra la voluntad del legítimo propietario pero sin causar daño en aquello que se hurta ni, tampoco, a las personas a las que se les hurta.

Pero, aunque se haga sin causar más estrago que el propio de privar de algo ajeno al prójimo, no extraña que tal forma de proceder sea contemplada en el Catálogo normativo de Dios de una forma no permitida. Sin embargo, como pasa en todos los Mandamientos de la Ley de Dios, su sentido va más allá de la letra de los mismos pues también la conducta incumplidora del ser humano de lo dicho por el Creador, es diversa y tiene, siempre, mucha imaginación para tergiversar lo que es la voluntad de Dios.

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23.01.12

Serie Mandamientos de la Ley de Dios - 6º.- No cometerás actos impuros

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Diez Mandamientos

RAZÓN DE LA SERIE:

Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).

Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.

Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.

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6º- No cometerás actos impuros

No cometerás actos impuros

En más de una ocasión suelen aparecer, a modo de explicación de los Mandamientos de la Ley de Dios, el que es sexto (“No cometerás actos impuros”) y el que ex noveno (“No consentirás pensamientos ni deseos impuros”) como uno sólo. Sin embargo, si quizá por comprender lo que significa uno y otro pueda tener algo de sentido que así sea, lo bien cierto es que tanto uno como el otro, aunque tengan mucho que ver, son, esencialmente, distintos.

Digamos, aunque sea brevemente, que mientras que el primero de ellos, el sexto, se refiere a lo que es la comisión de actos impuros que se prohíbe, el segundo (el noveno) viene referido a lo que es el estadio previo a la comisión de tal pecado en caso de caer en los pensamientos ni deseos. Es decir, que una cosa es cometer el acto impuro, que está en acto, y otra, distinta, es la potencia que hay en consentir que es, como es lógico, acto previo al hacer.

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