InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Sobre Tradición y Conservadurismo

27.09.21

Serie tradición y conservadurismo – Holocausto: olvido y perdón

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Hay un dicho que muchas veces se aplica a otros muchos casos: “excusatio non petita, accusatio manifesta” que quiere decir, aunque sea algo más que conocido, que cuando alguien antes que nada presenta una excusa, sin habérsela pedido (como para cubrirse las espaldas, podríamos decir) es que se está acusando de algo. Y, verdaderamente, casi es una fórmula mágica porque funciona todas las veces.

Bueno, con esto queremos decir que nos excusamos de no ser expertos en este tema para acusarnos, en el mismo momento, de ignorancia, digamos, concreta y bien determinada.

Entonces, ¿nos metemos en este berenjenal sin razón alguna? Cualquiera puede decir que es mejor dejar esto a quien tenga un conocimiento elevado de la cosa. Y, sobre eso, no nos cabe duda alguna que sería lo mejor y, así, lo podríamos dejar en manos de quien, en este caso, lo haría, a tal respecto y a otros muchos respectos, mucho mejor que nosotros.

Sin embargo, hay algo que no se nos puede arrebatar: escribir sobre el Holocausto desde el punto de vista, simplemente, humano y, por decirlo así, lo que nos parece el mismo. Y decimos, desde ya, que lo que nosotros podamos decir tiene el mismo valor que lo que pueda decir quien no esté especializado en los datos, referencias y realidades.

Vayamos, por tanto, con nuestra aportación.

El ser humano, así dicho, en general, tiene cierta tendencia al pecado. Es decir, en vista que nacemos con el que lo es original, nos resulta, demasiadas veces, difícil desembarazarnos de ese “sambenito” que, en realidad, no es algo que se nos atribuya sin razón sino con toda la razón que pueda haber en el mundo. A nosotros, por lo general, nos gusta caer en el misterium iniquitatis que, sí, será misterioso pero es tan real como la vida misma, como nuestras vidas mismas.

Esto lo decimos para ir sentando premisas: primera: caemos en el pecado.

Podemos decir también que ser obcecados es una forma de ser que tampoco abunda poco sino, al contrario, algo más que abunda en el mundo. Y cuando, además, tenemos el poder suficiente como para hacer llevar nuestra obcecación a niveles impensables para alguien “de a pie” entonces sí, entonces podemos llegar a mostrar nuestro corazón con todas sus rudezas y malas artes.

Ya tenemos una segunda premisa: la obcecación y el poder se pueden dar la mano.

Hay quienes, además de tener tendencia a actuar pecaminosamente (matar a alguien no es, por ejemplo, algo que pueda ver bien Dios quien crea al ser humano a su imagen y semejanza y por eso es uno de los 10 Mandamientos que el “El que es” entregó a Moisés) y ser obcecados tienen alguna serie de temas algo así como enquistados en su corazón y no se los quitan de ahí ni por esas….

Tenemos, por tanto, una tercera premisa: enquistación de odios particulares en el corazón.

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20.09.21

Serie tradición y conservadurismo – Liberalismo vs. Libertad… de expresión

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

No es posible negar que, a lo largo de los siglos desde que el hombre es hombre que es, más o menos, desde que Dios puso en El Paraíso a nuestros Primeros Padres, Adán y Eva, el ser humano ha evolucionado más que mucho en muchas cosas. Es decir, no se quedó la cosa como allí estaba lo cual, por cierto, hubiera sido lo ideal de no mediar el egoísmo y la necedad de la criatura de Dios que, queriendo ser igual que su Creador, hizo caso al animal que engañó a la mujer y Eva y ella a Adán.

Aquello, claro, ya no tiene remedio porque entonces entró la muerte en el mundo y todo lo que ya sabemos que entró.

Decimos que ha evolucionado mucho el ser humano en muchas cosas. Y es que los tiempos, en cada momento, son lo que son y son como son. Así, por ejemplo, la Ley de las XXII Tablas romana instauró el llamado “ojo por ojo y diente por diente” ante lo que antes existía que no era otra cosa que la “venganza privada” mediante la cual un daño hecho a alguien podía suponer un desatino en venganza de lo recibido. Y sí, ahora mismo a lo mejor nos parece una barbarie aquello del ojo por ojo pero no podemos negar que, para aquellos tiempos, era una norma más que admitida y deseada (sobre todo por los delincuentes o para aquellos que, en un mal momento, sin premeditación y/o alevosía, cometieran alguna tropelía) y suponía no poco avance.

Esto último lo decimos porque, en efecto, aquí ha habido una clara evolución y, poco a poco, el ser humano ha sido capaz de establecer la convivencia como mejor ha podido y, en general, podemos decir que desde aquel viejo entonces hemos mejorado mucho en cuestiones normativas y de derechos.

Uno de ellos es el de expresión que no es, ni más ni menos, que poder argumentar con un criterio propio lo que se entienda que son las cosas. Y, claro, eso lleva, como es de esperar, a que haya discrepancias múltiples sobre cualquier tema porque cada cual, como es lógico, entiende lo que quiere sobre los mismos. Y eso no es, en sí mismo (siempre que no haya extralimitaciones que están más que tipificadas como faltas o delitos en la ley) nada malo sino, al contrario, más que bueno y muestra de que una sociedad es saludable y así pasa por serlo.

Sobre esto, hay una ideología que se postula muy favorable a las libertades, todas las que sean y, claro, también a la de expresión por ser, la misma, una que cualifica a las sociedades como libres o esclavas. Sí, esclavas, porque la esclavitud no es sólo de seres humanos, así, hablando de lo físico sino que se puede ser esclavo si se está sometido a determinado imperio que no te deja discrepar sobre la versión oficial de las cosas y acontecimientos que suceden en el mundo que nos ha tocado vivir. Y es que, en tal caso, la libertad, como podemos imaginar (también la de expresión, que suele de las primeras que se limita no vaya a ser que alguien se vaya de la lengua más de la cuenta…) existe más bien poco y a nivel sólo teórico.

Decimos eso de que hay una ideología que gusta de todas las libertades que se hace llamar liberalismo. Y sin embargo, como es lógico, las libertades han de tener un límite pues, de lo contrario, caemos fácilmente en el libertinaje que, en el caso del liberalismo, está reservado, no por casualidad, para aquellos que hacen de las leyes y los reglamentos una forma de conducir la realidad a su gusto y manera.

Pues bien, es justo que digamos que la libertad de expresión ha de estar lo menos limitada posible. Claro que hay un límite que es el de no hacer un daño ilegítimo a alguien haciendo uso de tal libertad. Sin embargo, si lo que se hace con la de expresión es decir la verdad (aunque no sea la oficial) no podemos admitir que desde el poder liberal se haga todo lo posible como para que tal uso de tal libertad sea lo más limitado que pueda ser o, a ser posible, poco o directamente nada.

En todo esto, en el ámbito de la libertad de expresión en un Estado liberal, hay un problema para el Estado que tiene difícil solución si es que la misma no tiene que ver con la limitación de tal libertad. Y es que sí, en un principio (en aquellas primeras constituciones que recogían tal derecho) todo era miel sobre hojuelas en el sentido de aceptar la tal libertad como algo beneficioso para el común de la población y así se recogió en multitud de ellas, las cosas han ido cambiando, digamos, en perjuicio de una libertad tan necesaria como es la de poder decir lo que se crea conveniente, por ejemplo, en contra del poder establecido.

El caso es que hoy día las cosas han cambiado mucho con el surgimiento de las llamadas “redes sociales” que se han sumado al ingente número de medios de comunicación, digamos, ya ordinarios: la prensa, la televisión, la radio, etc. Y eso ha hecho que sea muy posible zaherir al Estado liberal porque son muchos (algunos pueden pensar que demasiados) los puntos desde donde pueden venir las críticas.

Entonces ¿Es posible que se pueda limitar la libertad de expresión dadas las cosas como están?

La respuesta a esta pregunta sólo puede ser una: sí, es posible limitar la libertad de expresión. Y, de hecho, así se hace atribuyéndose el Estado un derecho que es sencillamente abusivo si tenemos en cuenta que lo que se pretende es acallar toda discrepancia que se pueda manifestar desde un medio de comunicación. Y qué decir si quien discrepa es un simple particular que no tiene el poder que pueden tener los llamados mass media…

A lo mejor con un ejemplo, de hoy mismo, se entiende mejor la cosa.

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13.09.21

Serie tradición y conservadurismo – Lo bueno y lo malo. Así de sencillo.

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Digamos, para empezar, que cuando Dios llevó a cabo la Creación, todo lo que hizo era bueno. Y así se dice en la Sagrada Escritura: “Y vio Dios que estaba bien” es la expresión que se utiliza en el Génesis para dar a entender que a medida que iba creando, lo que venía a ser no era una cosa hecha, así, al tun-tun, sino que tenía todo el sentido que Dios Todopoderoso pone a lo que hace.

Decimos, además, que cuando creó al hombre y, luego, a la mujer, dijo algo más: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra”.

Nosotros estamos seguros (fe obliga) que Dios no podía crear al ser humano a su imagen y semejanza y querer que la tal creación tuviera alguna tara o defecto. Por eso creemos que creó al varón y a la hembra buenos, en sí mismos buenos y que vivir en el Paraíso era el destino que tenía establecido para ellos y que la muerte no sería como ahora la conocemos sino que sería un mero dormir para despertar en la vida eterna.

Eso era así hasta que las criaturas hechas como mejor supo hacer Dios (de forma perfecta) cometieron el error de querer ser como su Creador. Entonces entró la muerte en el mundo y todo el bien que se había establecido en la existencia del ser humano trocó de tal forma que, con aquella, entró el Mal en la existencia del hombre.

Después, sabemos lo que fue sucediendo con la historia del ser humano: Noé, Abraham, Moisés… En fin, Dios intervino lo justo y necesario como para que no se fuera todo al traste.

Luego, por fin y al final de los tiempos, Dios envío a su Hijo, en el mundo Jesucristo, para que el mundo se salvase y lo hiciese a partir de su sangre y con la entrega de su vida, así, por el bien de todos aquellos que confiesen que es el Mesías, el Enviado de Dios, el Cristo.

Desde que el cristianismo surge como modo de vida y como religión (o, quizá, al revés) han pasado muchos siglos en los que, con los errores propios del ser humano, podemos decir que, con los valores propios de nuestra religión (más los que podamos tener de la hermana mayor, la judía) no devino una sociedad en la que primara el Mal sobre el Bien sino que se procuró que el segundo, con los principios propios del cristianismo se impusiera al primero por ser, éste, hijo directo de Satanás y de sus ángeles caídos, demonios o como quiera llamárseles, todos testigos del daño que han procurado a la humanidad desde que el primero de ellos hiciera caer en la trampa del egoísmo a nuestros Primeros Padres.

Y sí. Sabemos que esta parte del artículo pueda, a lo mejor, no entenderse pero dado que aquí se trata de hablar de lo bueno y de lo malo, hemos creído importante dejar claro cómo ha sido la cosa desde que Dios estimó oportuno crearlo todo pues, desde aquel entonces, nosotros estamos aquí, eso sí, después de que muchos acontecimientos demostraran a nuestro Padre del Cielo que estamos, los humanos, más necesitados de su intervención de lo que muchas veces hemos creído necesario.

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6.09.21

Serie tradición y conservadurismo – Dejarse vencer por el Mal

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Por mucho que los adalides del siglo pretendan sostener que no existe el Mal y que, por tanto, no hay castigo ante las malas acciones sino, sólo, lo que queda de lo que se hace, ahí, como si nada… Por mucho, decimos, que eso lo crean muchos (en realidad, les viene muy bien que eso se crea así para no sentirse responsables de nada) lo bien cierto es que el Mal está, existe, es. Y se manifiesta de las más diversas maneras la menor de las cuales no es, precisamente, creer que no existe. Y esa es labor del Maligno que, no obstante, es príncipe de este mundo.

Seguramente que cualquiera que lea esto podría poner muchos ejemplos de qué es el Mal y cómo actúa. Nosotros, sin embargo, vamos a hacer hincapié en lo que podemos llamar “sutilezas del Mal” que tanto abundan hoy día. Y nos referimos al respeto humano y a lo políticamente correcto que, como actitudes propias de alguien desnortado son verdaderos elementos destructores del comportarse, como diría San Josemaría, como gentes “de criterio”.

Es sabido, aunque muchas veces no lo parezca, que el “qué dirán” es un recurso que viene muy bien para muchas cosas y para muchas ocasiones.

Así, por ejemplo, si se nos pasa por la cabeza “cambiar de sitio” algo en nuestro favor siempre sobrevuela en nuestro corazón el “qué dirán” pues una cosa es lo que creemos que nos conviene y otra, muy distinta, lo que creemos que el resto de seres humanos puede pensar sobre nosotros. Y eso, digamos lo que queramos decir, siempre pesa en nuestras decisiones.

Es decir, en el comportamiento ordinario del ser humano tiene importancia grande lo que los demás piensen de él.

Hay, sin embargo un ámbito en el que este principio actúa en detrimento de la espiritualidad del ser humano: lo religioso, la religión y, al fin, la fe. Y en el mismo no vale “el qué dirán”.

Es cierto que el mundo que nos ha tocado vivir no es muy proclive a aceptar principios o doctrinas religiosas cristianas. Es más, muchas veces, los cristianos tampoco manifestamos gran aprecio por los mismos o por las mismas.

El caso es que si actuamos pensando, en exclusiva, en el “el qué dirán” lo único que alcanzaremos será la cumbre de la miseria espiritual pues, por un lado, no se quiere lo que queremos y, por otro, no somos capaces de demostrar que lo que queremos es lo que se debe querer y que le conviene mucho a la criatura de Dios estar a su santa Voluntad y no a la propia de los lógicos egoísmos.

En realidad aquí juega un papel un concepto religioso muy en desuso: “unidad de vida”.

Decir eso, así, de pronto y sin anestesia mundana, pudiera sonar a caduco y trasnochado pues hacer lo que se dice que se es, es comportarse de forma aceptable para Dios y eso, es bien cierto, no siempre “nos conviene”.

Decimos “unidad de vida” y queremos dar a entender que como somos hijos de Dios debemos demostrar que lo somos.

¿Y cómo se hace eso?

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30.08.21

Serie tradición y conservadurismo – La tolerancia religiosa para un católico

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Ser tolerante, así dicho, pudiera dar la impresión de que es algo propio de personas abiertas, que aceptan lo que les pasa sin mayor problema pero que, sobre todo, aceptan, sin mucha oposición, cualquier tipo de idea si hablamos de lo espiritual o, por resumir, de lo religioso.

Generalmente, se entiende por tolerancia una actitud que consiste en no poner impedimentos a lo que se considera ilícito pero sin aprobarlo. Sería algo así como un “dejar hacer” a sabiendas de que tal hacer no está bien ni puede estarlo.

Tal forma de pensamiento ha concluido o, mejor, ha llegado a establecer la especie según la cual una persona es tolerante cuanto entiende que cualquier opinión es igual de válida que otra.

¿Qué significa esto?

Por decirlo pronto, esto supone que no es posible que existan valores absolutos porque todo es admisible, todo es “tolerable”. Y, además, cuando alguien no se comporte de forma tan “comprensiva” es, automáticamente, tachado de antisocial y anti todo lo que sea admisible desde el punto de vista políticamente correcto.

También podemos decir que esto no es que siembre sino que abona el relativismo que defiende que, en efecto, todo es posible y toda opción se debe admitir en aras de una convivencia que llaman socialmente aceptable.

Sin embargo, los católicos sabemos que no debemos ser nada tolerantes con muchas cosas y debemos manifestar tal forma de pensar y de hacer aunque eso suponga cualquier tipo de desapego de la sociedad en la que vivimos. Y eso siempre lo tuvo muy en cuenta san Juan Pablo II cuando en su Evangelium vitae dijo esto:

La raíz común de todas estas tendencias es el relativismo ético que caracteriza muchos aspectos de la cultura contemporánea. No falta quien considera este relativismo como una condición de la democracia, ya que sólo él garantizaría la tolerancia, el respeto recíproco entre las personas y la adhesión a las decisiones de la mayoría, mientras que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes, llevarían al autoritarismo y a la intolerancia “(Evangelium vitae, 70)

“La tolerancia legal del aborto o de la eutanasia no puede de ningún modo invocar el respeto de la conciencia de los demás, precisamente porque la sociedad tiene el derecho y el deber de protegerse de los abusos que se pueden dar en nombre de la conciencia y bajo el pretexto de la libertad. “ (Evangelium vitae 71)

¿Lo ven ustedes? Democracia queda equiparada a tolerancia. Por tanto, quien no es tolerante no es demócrata y puede ser demonizado a satisfacción de la corrección política.

Hay cosas que, simplemente, un católico no debe tolerar:

-El aborto

-El divorcio

-La eutanasia

-El gaymonio

-La manipulación genética

-La manipulación ideológica de la infancia

-La falta de respeto del derecho a la educación de los hijos.

-El comportamiento políticamente correcto

-El respeto humano

-Los comportamientos homosexuales

-El relativismo

-El hedonismo

-El fariseísmo

-Las manipulaciones teológicas

Pues bien, al respecto de la tolerancia, el emérito Papa Benedicto XVI, en su Catequesis de 25 de junio de 2008 dijo esto: 

“Pensemos en valores que justamente se defienden hoy, como la tolerancia, la libertad y el diálogo. Pero una tolerancia que no sepa distinguir el bien del mal sería caótica y autodestructiva. Del mismo modo, una libertad que no respete la libertad de los demás y no halle la medida común de nuestras libertades respectivas, sería anárquica y destruiría la autoridad. El diálogo que ya no sabe sobre qué dialogar resulta una palabrería vacía.”

En realidad resulta bastante destructivo creer que todo es admisible porque facilitamos, con tal forma de pensar, que cualquiera pueda creer que no hay Verdad y que todo, al fin y al cabo, puede tenerse por bueno según nos convenga o en cada momento nos venga bien…

El católico no debe tolerar, de ninguna de las maneras, lo aquí dicho y, seguramente, otras muchas realidades que no mostramos pero que cualquiera podría añadir a lo dicho arriba.

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