InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Defender la fe

30.04.14

La m.

San Cayo y San Sotero, Papas mártires

El domingo pasado 27 de abril fue un momento muy especial para la Iglesia católica. Además de celebrar el Día de la Misericordia y el II Domingo de Pascua, se llevó a cabo la Canozación de los Papas (ya beatos) Juan XXIII y Juan Pablo II.

Con tal motivo, el P. Iraburu, editor de InfoCatólica (y tantas cosas más) publicó un artículo dedicado a los Papas que han sido canonizados a lo largo de la historia de Iglesia católica.

El caso es que empezando a leer la relación de Santos Padres pude observar que existía una gran cantidad de ella (sobre todo hasta el principio del siglo IV por razones que cualquiera sabe) en la que, a continuación del nombre se apuntada una letra y un punto: m.

Es bien cierto que todo el mundo sabe (y si alguien podría no saberlo el propio autor del artículo lo dice arriba) que eso significa que tal Papa (el que sea) se había ganado ser considerado mártir de Cristo.

Es bien cierto que cualquiera que lea esto podrá pensar, al fin y al cabo, eso es muy sabido pues hasta que no se aprobó el Edicto de Milán por parte de Constantino la Esposa de Cristo no era muy bien vista por el poder establecido. Por eso, no es de extrañar que muchos Santos Padres (como otros muchos creyentes) murieran y, además, que lo hicieran de tal forma que hayan sido considerados mártires.

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24.04.14

Juan XXIII - Juan Pablo II: Santos de hoy mismo

Canonizaciones

La Iglesia católica, fundada por un hombre que cosechó un fracaso total, en cuanto a lo que muchos esperaban de Él, pero que resultó vencedor ante la muerte (¿Dónde está tu victoria?) sabe hacer las cosas porque tiene un Maestro en quien fijarse. No podemos dudar de eso pues tenemos pruebas más que suficientes como para decir otra cosa.

Los primeros cristianos se llamaban a sí mismos santos. Es más, mucho antes el Salmo 34 (10-11) dice

“Temed a Yahveh vosotros, santos suyos, que a quienes le temen no les falta nada. Los ricos quedan pobres y hambrientos, mas los que buscan a Yahveh de ningún bien carecen”.

También, en Levítico, 19, 2:

“Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo”.


Pero, como era de esperar (Jesús vino a confirmar la Ley de Dios y a darle total cumplimiento) en el Nuevo Testamento, también se recogen momentos en los que se llama santos a quienes lo eran. Así, por ejemplo, en Rom 1, 7

“a todos los amados de Dios que estáis en Roma, santos por vocación, a vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.”

O en 1 Pe 1 (14-16)

Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: ‘Seréis santos, porque santo soy yo’.



Vemos, por tanto, que ser santo es tarea y obligación de todo discípulo de Cristo.

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18.04.14

¿Cuánto tenemos que ver con la muerte de Cristo?

Cristo murió por nuestros pecados

“Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras”

(1Cor 15, 3)

Y así fue; así es.

Es bien cierto, podría pensarse así porque así parecen las cosas que entonces sucedieron, que Jesús fue apresado (mediando traición por parte de Judas), juzgado (eso sí, de manera ilegal), azotado (de forma y manera excesiva e innecesaria), escupido (con abuso de autoridad), obligado a cargar con el madero de la cruz y, al fin, clavado en tal madero donde exhaló el espíritu donde murió.

Ciertamente, eso fue así, eso pasó (a grandes rasgos) de tal manera.

Pero las cosas, en materias de espíritu, alma y todo ello relacionado con Dios, no son siempre como parece sino que, cosa propia del Creador, tienen un calado más profundo que la mayoría de las veces nosotros, simples seres humanos demasiado mundanos, no alcanzamos a comprender y, mucho menos, a conocer.

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17.04.14

Jueves Santo: humanidad toda, todos hijos de Dios

Amor fraterno

Al Jueves Santo se le conoce por hechos varios que tienen mucho que ver con lo que sucedió un día como tal de la semana llamada Santa o de Pasión de Nuestro Señor.

Por ejemplo, como el día del “servicio y la entrega”, o el día de ser “el último”. Y es que Jesús quiso mostrar a los presentes en aquella sala preparada para celebrar la Pascua (a lo mejor propiedad del padre del que luego sería apóstol suyo conocido como San Marcos), al lavar los pies a los apóstoles, que era la mejor forma de mostrar que eran discípulos suyos. Y eso entendido no el hecho mismo de lavar los pies (que también) sino en lo que suponía hacer lo que sólo hacían los esclavos. Jesús, así, también se declaró esclavo de Dios como lo había hecho su Madre María ante los requerimientos del Ángel Gabriel.

También se conoce aquel jueves como el momento exacto en el que Jesús instituyó el sacerdocio y, claro está, partió el pan y repartió el vino haciendo, de tales especies, su cuerpo y su sangre. Y, en resumidas cuentas, que fue el lugar y el tiempo exacto en el que instituyó la Santa Misa, llamada también Eucaristía (por ser acción de gracias)

Pues bien, también se conoce el Jueves Santo (ya a punto de comenzar los verdaderos momentos de Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo) como día del Amor Fraterno.

El apóstol Juan, en su Primera Epístola recoge algo que es crucial para entender lo que significa el Amor Fraterno (escrito, así, con mayúsculas) y lo que no podemos entender acerca del amor que tenemos a Dios y al prójimo. Dice, pues, el discípulo amado, lo siguiente (4, 20-21):

“Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano”.

Hay, pues, que tener muy en cuenta lo que escribe el apóstol que recogió a la Virgen María en su casa por voluntad expresa de Cristo en la Cruz. Y hay que tenerlo en cuenta porque nos dice mucho acerca de lo que es nuestra fe católica.

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3.04.14

Nisan

Nisan

Las Sagradas Escrituras son, sin duda alguna, una fuente privilegiada para conocer lo que somos, en cuanto a la fe y en cuanto a nuestra vida eterna.

Dice, a tal respecto, el capítulo 12 del Éxodo (versículos 1 ss) lo que sigue:

”Dijo Yahveh a Moisés y Aarón en el país de Egipto: ‘Este mes será para vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año. Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor por casa. Y si la familia fuese demasiado reducida para una res de ganado menor, traerá al vecino más cercano a su casa, según el número de personas y conforme a lo que cada cual pueda comer…’

Esto es, como es más que sabido, la indicación de cómo debía celebrar, el pueblo elegido por Dios, su liberación de la esclavitud de Egipto o, lo que es lo mismo, el paso del Creador-Liberador por la vida de sus hijos. En resumen, la Pascua.

Quedó, en efecto, liberado del yugo duro y fuerte al que había estado sometido el pueblo judío. Por eso se celebraba (y es de suponer que se sigue celebrando ahora) un momento histórico tan importante.

Aquel mes, el primero desde entonces así considerado en el calendario judío, era el de Nisan. Y fue en aquel mes cuando Jesucristo entró en Jerusalén entre multitudes que lo aclamaban como el Enviado de Dios y cuando, las mismas multitudes reclamaron, en el Pretorio, su muerte en Cruz.

Es cierto, sin embargo, que, como Dios hace todas las cosas nuevas, tenía que procurarnos una nueva Creación. No se trataría de la que daría luz a la tierra y al cielo, a los seres vivos y, entre ellos, al ser humano, semejanza suya, sino una nueva en el sentido de pacto entre Él, Señor Todopoderoso y su descendencia a través de su Hijo Jesucristo.

Y todo eso pasó en aquel mes de Nisan.

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