Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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El título del artículo de hoy podría parecer que viene traído por la película española titulada, precisamente, “Lo imposible”, y que, dirigida por Juan Antonio Bayona trata, según cuenta la sinopsis de la misma de que
“María (Naomi Watts), Henry (Ewan McGregor) y sus tres hijos pasan las vacaciones de invierno en Tailandia. Una mañana, mientras se encuentran en la piscina, un terrible rugido emerge del centro de la tierra. María se queda paralizada por el miedo, al ver cómo un inmenso muro de agua oscura avanza por los jardines del hotel hacia ella”.
Trae a la gran pantalla lo sucedido, en verdad, a una familia española durante el tsunami que asoló el sudeste asiático en 2004.
Y no, no se trata de eso porque si sobrevivir, entonces, pudo parecer imposible, lo que traigo aquí hoy, por hartazgo del asunto pero perseverando en su contra, sí que parece imposible.
Me refiero a Halloween.
El que esto escribe ha tenido que hacer lo propio, en muchas ocasiones, sobre este tema. Y, como parece que no hay forma humana ni espiritual de que las cosas cambien, pues lo traigo todo otra vez para ver si alguien, al menos alguien que esté convencido de lo que le interesa y conviene tal celebración pagana, se lleva a engaño.
El que esto escribe ha dicho en otras ocasiones, esto:
“Invasiones Halloweenescas poco católicas”
La fe se puede manifestar de muchas formas. Una de ellas es, sin duda alguna, la de aceptar (o no) determinados comportamientos que, en apariencia, tienen relación con la cristiandad.
Así, en determinadas ocasiones, se aceptan costumbres que, viniendo allende del espíritu católico, tienen relación, al unísono, con alguna festividad que en nuestra fe tenemos como importante.
Por experiencia propia o, lo que es lo mismo, por haberlo visto y vivido, cuando se acerca el día 1 de noviembre, tradicionalmente dedicado al recuerdo de Todos los Santos y el 2 del undécimo mes del año dedicado a la Conmemoración de todos los Difuntos, siempre acude a las pantallas de nuestra vida una costumbre que trata de sustituir a las festividades citadas arriba: Halloween.
Es más que conocida la costumbre que encierra tal fiesta. Por tanto, no se trata aquí de hacer exposición alguna del contenido de la misma porque cualquier lector de este artículo sabe y conoce, seguramente más que de sobra, en qué consiste la tal festividad fantasmagórica.
Sin embargo, a mí me gustaría, mejor, hacer hincapié en algo que, para el esto escribe, es bastante peor que la fiesta misma: la aceptación católica de Halloween.
Sabemos, a este respecto, que, para no causarse excesivos problemas de convivencia, los seres humanos tenemos la tendencia a mimetizarnos con el terreno (“Donde fueres, haz lo que vieres”, se dice) Es decir, aceptar todo aquello que nos venga dado para que no se pueda decir eso, precisamente, de “qué dirán” es lo que, en general, se hace. Y eso es equivalente, exactamente, al comportamiento políticamente correcto.
Tendríamos que preguntarnos cómo ha sido posible que, siendo una fiesta eminentemente foránea haya ido calando en la sociedad española de tal forma que parece, ahora mismo, inseparable de las fechas en las que estamos.
Así, de haber empezando siendo, en exclusiva, una forma de festividad para los niños en la que se disfrazaban imitando los modelos televisivos, ha acabado por invadir (impulsada la misma por el desconocimiento de su origen o, lo que es peor, por el resultado de aquel principio) cada uno de los centros públicos de enseñanza que no pueden pasar, como así parece, sin su fiesta de Halloween.
¿Qué decir de los mismos en los que la gran mayoría de padres optan, para sus hijos, por la asignatura de Religión Católica?
Oponiéndose el catolicismo al sentido que ha adoptado la tal fiesta ¿Qué nivel de culpabilidad tenemos los padres por no oponernos a que pasen tales cosas? Seguramente, bastante grande.
Se trata, entre otras cosas, de una concesión al paganismo que debería ser impropia del católico cuando, además, de ninguna manera nos hace falta el recuerdo, así, de los muertos. Para tal memoria ya tenemos la celebración de Todos los Fieles Difuntos (el 2 de noviembre) y también, antes, la de Todos los Santos.
Nos debemos acoger, por tanto, no a la banalización de nuestros muertos sino, muy al contrario, a darles honra. Muy al contrario se hace en Halloween donde se hace mofa del que murió cuando no se le tiene como enemigo que ataca.
De otra forma nos dejaremos vencer por el mundo, por el siglo, por esa tibieza que hace de nosotros meros peleles en manos de los vencedores de la nada y el vacío y habremos caído en ese esoterismo y ese paganismo tan antiguo como el hombre y que, ahora, quieren que sea presente para dar al traste, seguro que es así, con la Verdad.
A esto lo podemos llamar de muchas formas: relativismo o, simplemente, comportarse de una forma políticamente correcta.
Lo que no podemos decir, de ninguna de las maneras, es que sea una actitud muy católica la aceptación de Halloween como algo que, dentro de la normalidad espiritual, pueda sustituir a alguna fecha importante para la Iglesia de Cristo.
Espero, de todas formas, que se pueda decir, en esto también, Eppur si muove… aunque cueste tanto y tanto que se siga moviendo, la Iglesia católica, con tanto enemigo detrás cuando no delante de ella.
Eppur si muove… Dios quiera.
O esto otro:
“Eppur si muove - ¿Contra Halloween?
Es posible que más de uno pueda pensar que la pregunta del título de hoy sobra. Efectivamente sobra porque, en realidad, todo católico ha de estar contra la dizque fiesta de Halloween pero no por llevar la contraria sino por lo que supone el sentido que se le da y la razón por la que se hace.
Sin embargo resulta, por eso mismo, acertado preguntar si, en efecto, hay que estar contra Halloween para decir las causas de tal posicionamiento aún a sabiendas que, con casi toda seguridad, a lo largo de esta semana en la que estamos muchos centros, públicos, privados o concertados habrán llevado a cabo algún tipo de celebración entorno a tan extraña forma de traer a la muerte a nuestra vida.
La fe se puede manifestar de muchas formas. Una de ellas es, sin duda alguna, la de aceptar (o no) determinados comportamientos que, en apariencia, tienen relación con la cristiandad.
Así, en determinadas ocasiones, se aceptan costumbres que, viniendo allende del espíritu católico, tienen relación, al unísono, con alguna festividad que en nuestra fe tenemos como importante.
Por experiencia propia o, lo que es lo mismo, por haberlo visto y vivido, cuando se acerca el día 1 de noviembre, tradicionalmente dedicado al recuerdo de Todos los Santos y el 2 del undécimo mes del año dedicado a la Conmemoración de todos los Difuntos, siempre acude a las pantallas de nuestra vida una costumbre que trata de sustituir a las festividades citadas arriba: Halloween.
Es más que conocida la costumbre que encierra tal fiesta. Por tanto, no se trata aquí de hacer exposición alguna del contenido de la misma porque cualquier lector de este artículo sabe y conoce, seguramente más que de sobra, en qué consiste la tal festividad fantasmagórica.
Sin embargo, a mí me gustaría, mejor, hacer hincapié en algo que, para el esto escribe, es bastante peor que la fiesta misma: la aceptación católica de Halloween.
Sabemos, a este respecto, que, para no causarse excesivos problemas de convivencia, los seres humanos tenemos la tendencia a mimetizarnos con el terreno (“Donde fueres, haz lo que vieres”, se dice) Es decir, aceptar todo aquello que nos venga dado para que no se pueda decir eso, precisamente, de “qué dirán” es lo que, en general, se hace. Y eso es equivalente, exactamente, al comportamiento políticamente correcto.
Tendríamos que preguntarnos cómo ha sido posible que, siendo una fiesta eminentemente foránea haya ido calando en la sociedad española de tal forma que parece, ahora mismo, inseparable de las fechas en las que estamos.
Así, de haber empezando siendo, en exclusiva, una forma de festividad para los niños en la que se disfrazaban imitando los modelos televisivos, ha acabado por invadir (impulsada la misma por el desconocimiento de su origen o, lo que es peor, por el resultado de aquel principio) cada uno de los centros públicos de enseñanza que no pueden pasar, como así parece, sin su fiesta de Halloween.
¿Qué decir de los mismos en los que la gran mayoría de padres optan, para sus hijos, por la asignatura de Religión Católica?
Oponiéndose el catolicismo al sentido que ha adoptado la tal fiesta ¿Qué nivel de culpabilidad tenemos los padres por no oponernos a que pasen tales cosas? Seguramente, elevado.
Para los cristianos y para los que no siéndolo, tienen un respeto por sus antepasados (pues esto es un principio de derecho natural totalmente insoslayable) el que un día al año se celebre su recuerdo, se acuda o no al cementerio a hacerlo patente (pues hoy día muchas personas tienen las cenizas de sus difuntos en su propia casa) tiene más importancia de la que muchos quieren darle como si se tratase de algo anecdótico que ocupa espacio en el telediario como algo simpático o gracioso.
Por eso, ese recuerdo hay que diferenciarlo, claramente, de ese día por el que pretenden sustituirlo, que no es más que una fiesta claramente pervertidora del sentido aquel que celebramos y que respetamos. La presencia de la muerte, de la que se hace escarnio y risa no es, creo yo, para hacerla menos gravosa sino, precisamente, para hacerle una mueca. Sin embargo, para los creyentes, o no, esa muerte, que no es el final (como dice la célebre canción militar) es, al contrario, un dejar de existir para alcanzar la vida eterna, muy al contrario del concepto que esa fiesta extraña tiene de la misma cosa.
Se trata, entre otras cosas, de una concesión al paganismo que debería ser impropia del católico cuando, además, de ninguna manera nos hace falta el recuerdo, así, de los muertos. Para tal memoria ya tenemos la celebración de Todos los Fieles Difuntos (el 2 de noviembre) y también, antes, el 1 de noviembre, la de Todos los Santos.
Nos debemos acoger, por tanto, no a la banalización de nuestros muertos sino, muy al contrario, a darles honra que no es, precisamente, lo que se hace en Halloween sino mofa del que murió cuando no se le tiene como enemigo que ataca.
De otra forma nos dejaremos vencer por el mundo, por el siglo, por esa tibieza que hace de nosotros meros peleles en manos de los vencedores de la nada y el vacío y habremos caído en ese esoterismo y ese paganismo tan antiguo como el hombre y que, ahora, quieren que sea presente para dar al traste, seguro que es así, con la Verdad.
A esto lo podemos llamar de muchas formas: relativismo o, simplemente, comportarse de una forma políticamente correcta.
Lo que no podemos decir, de ninguna de las maneras, es que sea una actitud muy católica la aceptación de Halloween como algo que, dentro de la normalidad espiritual, pueda sustituir a alguna fecha importante para la Iglesia de Cristo.
Sin embargo, a lo mejor no todo está perdido porque quisiera decir que se puede hacer algo positivo para tratar de mitigar el efecto de la calabaza y la muerte.
En tanto en cuanto parece que se va a acabar imponiendo esta “fiesta” entre nosotros (si es que no se ha impuesto ya) y, sobre todo, entre las jóvenes generaciones que son las tienen, en sus manos, el futuro, sería conveniente, necesario, obligado, el dar a conocer el verdadero sentido de lo que el día de Todos los Santos y los Fieles Difuntos tiene y, así, dejar claro que, aunque ellos se vean “obligados”, por los medios y el propio centro en el que estudian, a llevar a cabo juegos, disfraces, etc., relacionados con Halloween, en el fondo, y en la superficie de su vida diaria, lo que, en verdad deben de tener en cuenta es que los Santos y los Difuntos que nos precedieron han de gustar, por fuerza, de que su recuerdo no esté manchado por deformaciones del mismo.
Por eso, sí hemos de manifestarnos contra Halloween porque es una forma, como diría san Pedro, de “dar razón de nuestra esperanza”. Y a eso no podemos negarnos.
Aún, creo, están a tiempo de no hacer el ridículo ante Dios quienes, siendo católicos, hacen lo que hacen en estas fechas. Pero también creo que ya no estaré a tiempo para que prevengan ciertas actuaciones en centros educativos donde, impartiendo la asignatura de religión católica, se “divierten” con la fiesta pagana y alejada de la cultura y espiritualidad católica.
Y para las personas que, repito, siendo católicas, se sometan a la publicidad engañosa y a la supuesta espiritualidad halloweenesca … que Dios las pille confesadas. Literalmente.
Y, por cierto, alguien podría acusarme de haber traído aquí lo mismo que he escrito antes y que, incluso, dentro de los dos artículos también se repiten cosas pero, en verdad y con franqueza, respondo con lo mismo a lo mismo de siempre para ver si…
¿Saben, además, qué es lo más triste para un católico consciente de serlo? Pues que haya empresas, digamos, grandes, como, por ejemplo, El Corte Inglés, Mercadona y así, que pongan a la venta muchos artículos relacionados con esta celebración pagana de Halloween. Pero no es triste porque pretendan vender tales artículos sino porque han de estar en la seguridad de que los van a vender todos o una gran mayoría de ellos y que, por lo tanto, asumen que muchos católicos están dispuestos a adquirirlos sin ningún tipo de remordimiento de conciencia.
Y lo malo es que eso es cierto y verdad y que gustan, con gozo además, mostrar la marca de la Bestia en la mano (por lo que hacen) y en la frente (por lo que piensan) sin olvidar que miran, también, al abismo en el que poco a poco van cayendo con la delectación de quien se somete al Mal suponiendo que no lo hace.
¡Roguemos al Señor para que convierta tantos corazones desviados!
Eleuterio Fernández Guzmán
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