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13.09.21

Serie tradición y conservadurismo – Lo bueno y lo malo. Así de sencillo.

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Digamos, para empezar, que cuando Dios llevó a cabo la Creación, todo lo que hizo era bueno. Y así se dice en la Sagrada Escritura: “Y vio Dios que estaba bien” es la expresión que se utiliza en el Génesis para dar a entender que a medida que iba creando, lo que venía a ser no era una cosa hecha, así, al tun-tun, sino que tenía todo el sentido que Dios Todopoderoso pone a lo que hace.

Decimos, además, que cuando creó al hombre y, luego, a la mujer, dijo algo más: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra”.

Nosotros estamos seguros (fe obliga) que Dios no podía crear al ser humano a su imagen y semejanza y querer que la tal creación tuviera alguna tara o defecto. Por eso creemos que creó al varón y a la hembra buenos, en sí mismos buenos y que vivir en el Paraíso era el destino que tenía establecido para ellos y que la muerte no sería como ahora la conocemos sino que sería un mero dormir para despertar en la vida eterna.

Eso era así hasta que las criaturas hechas como mejor supo hacer Dios (de forma perfecta) cometieron el error de querer ser como su Creador. Entonces entró la muerte en el mundo y todo el bien que se había establecido en la existencia del ser humano trocó de tal forma que, con aquella, entró el Mal en la existencia del hombre.

Después, sabemos lo que fue sucediendo con la historia del ser humano: Noé, Abraham, Moisés… En fin, Dios intervino lo justo y necesario como para que no se fuera todo al traste.

Luego, por fin y al final de los tiempos, Dios envío a su Hijo, en el mundo Jesucristo, para que el mundo se salvase y lo hiciese a partir de su sangre y con la entrega de su vida, así, por el bien de todos aquellos que confiesen que es el Mesías, el Enviado de Dios, el Cristo.

Desde que el cristianismo surge como modo de vida y como religión (o, quizá, al revés) han pasado muchos siglos en los que, con los errores propios del ser humano, podemos decir que, con los valores propios de nuestra religión (más los que podamos tener de la hermana mayor, la judía) no devino una sociedad en la que primara el Mal sobre el Bien sino que se procuró que el segundo, con los principios propios del cristianismo se impusiera al primero por ser, éste, hijo directo de Satanás y de sus ángeles caídos, demonios o como quiera llamárseles, todos testigos del daño que han procurado a la humanidad desde que el primero de ellos hiciera caer en la trampa del egoísmo a nuestros Primeros Padres.

Y sí. Sabemos que esta parte del artículo pueda, a lo mejor, no entenderse pero dado que aquí se trata de hablar de lo bueno y de lo malo, hemos creído importante dejar claro cómo ha sido la cosa desde que Dios estimó oportuno crearlo todo pues, desde aquel entonces, nosotros estamos aquí, eso sí, después de que muchos acontecimientos demostraran a nuestro Padre del Cielo que estamos, los humanos, más necesitados de su intervención de lo que muchas veces hemos creído necesario.

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