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10.08.08

La Palabra del Domingo - 10 de julio de 2008

biblia


Mt 14: 22-33

22 En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.

23 Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

24 La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.

25 A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.

26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.

27 Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman".

28 Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".

29 “Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.

30 Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame".

31 En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?".

32 En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.

33 Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".

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Juan Pablo II Magno - Iglesia

Magp

Las llaves que Jesús entregó a Pedro llegaron a manos de Juan Pablo II Magno en unas circunstancias, es cierto, bastante desgraciadas. La muerte de Juan Pablo I precipitaron los acontecimientos que el Espíritu Santo tenía preparados para la vida de la Esposa de Cristo.

Bien podemos preguntarnos el sentido que tenía, y tiene en sus escritos, la Iglesia para el Papa polaco ya que, de conocer tal pensamiento, sabremos cómo condujo a la misma a lo largo de su papado.

Así, cuando dice que “La Iglesia es una comunión (…) la Iglesia quiere decir comunión de los santos. Y comunión de los santos quiere decir una doble participación vital: la incorporación de los cristianos a la vida de Cristo, y la circulación de una idéntica caridad en todos los fieles, en este y en el otro mundo. Unión con Cristo y en Cristo; y unión entre los cristianos dentro de la Iglesia” (Exhortación apostólica Christifideles laici, CL, 19)

Por lo tanto, el seguimiento de Cristo, para Juan Pablo II Magno, era fundamental, pues al haber nacido la Iglesia misma en el Cenáculo “el día de Pentecostés, se puede decir en cierto modo que nunca lo ha dejado. Espiritualmente el acontecimiento de Pentecostés no pertenece sólo al pasado: la Iglesia está siempre en el Cenáculo, que lleve en su corazón. La Iglesia persevera en la oración, como los apóstoles junto a María, Madre de Cristo, y junto a aquellos que constituían, en Jerusalén, el primer germen de la comunidad cristiana y aguardaban, en oración, la venida del Espíritu Santo” (Encíclica Dominum et vivificantem 66)

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