“Saber Esperar” – Lo que quiere Cristo

 

“No necesita Él de mi libertad, ni de mi salud, ni de mis alabanzas al contemplar las obras de sus manos; le basta mi admiración profunda nacida ante la vista de su Sagrario escondido humildemente entre piedras de la tierra y entre el barro de los hombres.”

 

Es bien cierto y verdad que conocer la verdad de las cosas es, en materia espiritual, no sólo fuente de gozo sino semilla de no equivocarse en tal aspecto. Y queremos decir con esto que así como conocerlo todo bien conocido (sin errores ni dudas innecesarias) nos viene muy bien el caso es que nos viene muy bien porque evita que caigamos en formas de ver las tales realidades que no nos vienen nada bien.

El hermano Rafael, que conoce muy bien cómo somos (y cómo es él, para empezar) sabe perfectamente que no debemos caer en ciertos comportamientos que son fatales para nuestro devenir que tiene que con el tercer Reino de Dios que es el del Cielo donde se hace posible tanto la Visión Beatífica como la Bienaventuranza.

Por eso decimos que es crucial conocer, saber. Y lo primero que necesitamos tener en cuenta es saber qué necesidades tiene Dios al respecto de sus hijos.

Ninguna. No necesita ninguna de parte de nosotros. Y eso porque es Todopoderoso y, en realidad, crea y mantiene y, por tanto, ¿qué va a necesitar de nosotros?

Nos lo dice con toda claridad nuestro hermano en la fe, Rafael. Dios no ha de necesidad de lo que nos ha dado (la libertad), ni de cómo nos va en la vida ni, tampoco (¡tampoco de esto) de aquello que podamos proclamar acerca de sí mismo por medio de la oración que, bien de ser, de alabanza ha de ser por tanto cómo le debemos a nuestro Creador.

Eso es cierto porque ¿qué va a tener que pedirnos a nosotros Quien nos ha puesto en el mundo? Pensar otra cosa sería como atentar contra su Poder, que es total y, en fin, contra todo lo que es Quien hace lo que quiere y lo que ha querido ha hecho con nosotros, sus hijos, su semejanza e imagen suya.

De todas formas, eso (tal verdad y realidad) no debe hacer que creamos que nada podemos hacer al respecto de la relación que mantenemos con Dios. Y es que sería un gran error (seguramente irreparable) pensar y tener en cuenta tal aberración. No. Lo que debemos hacer (como nos dice San Rafael Arnáiz Barón) es admirar todo lo que es Dios, lo que nos ha dado, lo que somos… En fin, que nunca debemos dejar de manifestar que conocemos, que sabemos, que, por decirlo de alguna manera, nos damos cuenta de que sin Dios nada somos pero que con Él todo lo podemos ser. Y, entonces, cuando nos damos cuenta de que sí, de que con el Padre todo lo bueno es posible y lo malo desaparece como por ensalmo… entonces, entonces, seremos capaces de hacer lo que sí quiere Dios de nosotros: agradecer, dar gracias, por tanto bien.

Y admiramos porque, al mirar el Sagrario (allí donde está Jesucristo, allí donde la eternidad se hace posible, es cierta y manifiesta) comprendemos que gracias a su presencia en tal espacio, hecho por el hombre para gloria de Dios, en el mundo y con humildad; en medio de aquellos que el Creador puso en pie para que rigiesen el mundo… en fin, en todo lo que sabemos que es cierto, allí, allí se hace presente todo el bien que podamos imaginar.

Lo que quiere Cristo, por tanto, es que comprendamos que nada podemos hacer que Dios necesita. Nada, pues, necesita de sus hijos. Sin embargo, sí podemos cumplir con nuestra primera obligación como descendencia divina que no es otra que Dios, para nosotros, lo es todo y que nada está por encima de su gloria y de su presencia en nuestra vida. Y eso, dicho así, que pudiera parecer (porque lo es) tan grandilocuente (pero no hueco ni vacío) es lo mínimo que debemos hacer aunque para muchos (o algunos, al menos) ser más de lo que están dispuestos a llevar a cabo.

Cristo lo quiere; y Dios, claro está, lo mismo de lo mismo.

 

Eleuterio Fernández Guzmán 

 

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