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24.05.21

Serie tradición y conservadurismo – La tergiversada libertad

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

“El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre.”

Aristóteles

 

La libertad es un don de Dios y, por tanto, es un derecho que bien podemos llamar divino sin temor a equivocarnos ni exagerar lo más mínimo.

Decir esto es tan importante que no es fácil comprender cómo es violentado tantas veces este don por muchos de los poderes establecidos.

¿Qué supone que la libertad sea un don de Dios? ¿Acaso no tiene importancia el mismo? ¿Puede ser olvidado ese esencial y básico principio? ¿Corresponde a alguien, legítimamente, limitarlo y tergiversarlo?

Estas preguntas tienen su intríngulis y, seguramente, no serían fáciles de contestar por parte de alguien que tenga a la libertad como una realidad que a veces vale la pena limitar por según qué beneficios mundanos o humanos, políticos o económicos.

Debemos partir de algo que, por su contundencia, nos muestra hasta qué punto el Creador se toma en serio nuestra libertad. Y lo hace, primero, para no contradecirse a sí mismo en cuanto al significado de la misma y, luego, para que, en efecto, pueda ser la libertad puesta en práctica.

Pues bien, decimos que si hay algo que es totalmente claro y diáfano es que Dios nos da la libertad, nos la entrega, como don con la posibilidad, aceptada por el Señor, de que la usemos para olvidar a Quien nos ha creado. Y no sólo para eso sino para que actuemos en su contra y contra sus hijos.

Este dato debería ser suficiente como para dejar claro que la libertad no es algo baladí o una bonita palabra que se utiliza cuando hay represión sobre su ejercicio por parte de quien quiere la libertad en el sentido más egoísta que pueda existir: en aplicación de la ley del embudo que dicta que la parte más ancha del mismo es para mí y la más estrecha para ti, siendo yo el poderoso y tú quien soporta mi poder.

En realidad, ¿para qué necesitamos la libertad?

Alguien diría que, primero, para ser libres. Sin embargo decir eso es no darse cuenta del mundo en el que nos ha tocado vivir aunque sepamos que es el que nos tocado y debamos seguir adelante. Ahora bien, decir eso, que la libertad la tenemos para ser libres supone que puede haber alguien que entienda eso de otra forma y, so capa del malversado “bien público”, la límite con la anuencia, además, de grupos más que numerosos de la sociedad siempre dispuestos a ser encadenados con gozo de sus corazones si son los suyos quienes tienen las llaves de los candados.

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