12.07.24

Chiodi y Castillo van a discernir

El pasado martes la Santa Sede dio el nombre de los componentes de 15 grupos de estudio a los que «se les confía la tarea de profundizar en los temas surgidos del informe de síntesis de la primera sesión e identificados por el Papa al final de una consulta internacional. Estos grupos de estudio, formados por pastores y expertos de todos los continentes, utilizan un método de trabajo sinodal»

El grupo 9 tiene como epígrafe “Criterios teológicos y metodologías sinodales para el discernimiento compartido de cuestiones doctrinales, pastorales y éticas controvertidas". Muy pomposo, como casi todo lo que tiene que ver con este sínodo. El coordinador de dicho grupo es uno de los prelados más modernistas de todo el continente americano: Mons. Carlos Castillo Mattasoglio, arzobispo de Lima. Entre otras lindezas el primado del Perú por obra y gracia del papa Francisco, sostiene la tesis de que nadie se convierte con el Sagrario. Desde luego es evidente que tal tesis se le puede aplicar a él, pero no a muchos fieles como es el caso de Marina Frattaroli, que acaba de dar testimonio de que rezar ante la Eucaristía le ha cambiado la vida. Mucho más grave fue cuando dijo que la muerte de Cristo en la Cruz no es un sacrificio. Es evidente que quien afirma semejante barbaridad no es cristiano, por mucho que sea arzobispo.

Con tal coordinador, cabe esperar que ese grupo pueda entrar en un deriva muy peligrosa. Y tal temor se confirma cuando se lee el nombre de uno de sus miembros: P. Maurizio Chiodi, profesor de teología moral en el Pontificio Instituto Teológico «Juan Pablo II» de Roma. 

Que este señor sea profesor de teología moral en una institución católica es como que un Testigo de Jehová sea profesor de teología trinitaria en dicha institución. O un cuáquero profesor de teología sacramental.

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7.07.24

En tiempos de desolación

Ni el más optimista de los modernistas del siglo XX podría haber pensado que justo cuando estamos a las puertas del primer cuarto del siglo XXI, la Iglesia parecería estar en manos de aquellos que luchan denodadamente por poner fin a más de veinte siglos de Tradición.

¿Quién de esos modernistas podía imaginar que hoy se daría de comulgar a adúlteros y amancebados?; ¿quién de ellos habría previsto, incluso bajo intoxicación etílica, que se bendecirían uniones homosexuales?; ¿cuántos sospecharon por un momento que, tras una reforma litúrgica pergeñada por masones, la Misa tridentina iba a ser perseguida e incluso prohibida?; ¿qué modernista de mediados del siglo pasado habría soñado con ver un altar profanado por budistas en Asís, un culto pagano en los jardines vaticanos, o un documento sincretista firmado por un Papa?

Y sin embargo, ese es el panorama al que se enfrentan los católicos que quieren ser fieles a Cristo y la Tradición de la Iglesia. Católicos que son perseguidos, insultados, despreciados y arrinconados por quien tiene el ministerio de confirmar en la fe. Se hace uso de la autoridad no para preservar a la Iglesia del error, sino para intentar destruir a los que quieren seguir creyendo hoy lo que siempre ha creído la Iglesia, a los que quieren celebrar la Misa como la celebraron miriadas de santos. Es la perversión de la autoridad. Algo bueno se corrompe para obrar el  mal.

Esa perversión de lo bueno se extiende a muchos ámbitos de la Iglesia. Por ejemplo, la misericordia se ha convertido en vía libre a la vida de pecado. La gracia se ha pisoteado ignorando la enseñanza del apóstol:

“Entonces, ¿qué? ¿Pecaremos, ya que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia? De ninguna manera”
(Rom 6,15)

Siendo así las cosas es hasta cierto punto normal que muchos tengan la tentación de salir corriendo. Ahora bien, ¿hacia dónde?. San Ignacio de Loyola tiene una frase muy oportuna para este tiempo: 

«En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar».

¿A qué nos llama el santo? No solo a no salir corriendo en tiempos como los actuales, sino a permanecer firmes en la consolación de andar por gracia en la verdad.

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5.07.24

Pecadores orgullosos

«Los afeminados recorrían las calles de Cartago con cabello ungido, rostros maquillados, cuerpos relajados y andares mujeriles, exigiendo a la gente los medios para mantener sus vidas ignominiosas.»

San Agustín (Civ. Dei VII,26)

Como ven ustedes, lo del Orgullo Gay no es cosa nueva. Pecar y hacer exhibición del pecado es propio de los que van camino del infierno. San Pablo lo explicó muy bien en Romanos:

Dios los entregó a pasiones deshonrosas, pues sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contrario a la naturaleza, y del mismo modo los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos de unos por otros, cometiendo torpezas varones con varones y recibiendo en sí mismos el pago merecido por sus extravíos. Y como demostraron no tener un verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a un perverso sentir que les lleva a realizar acciones indignas, colmados de toda iniquidad, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidio, riñas, engaño, malignidad; chismosos, calumniadores, enemigos de Dios, insolentes, soberbios, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados. Ellos, aunque conocieron el juicio de Dios -que quienes hacen estas cosas merecen la muerte-, no sólo las hacen, sino que defienden a quienes las hacen.
Rom 1,26-32

No hay mejor apoyo para el pecador que otro que peca en lo mismo. Siempre encuentran una razón para justificar su iniquidad. En el caso de los adúlteros , amancebados y parejas homosexuales, la excusa suele ser el amor. “Si nos amamos, Dios, que es amor, no puede estar en contra". 

En todo caso, es prácticamente imposible que quien vive voluntariamente alejado de la gracia de Dios se dé cuenta de su error y se arrepienta. El verdadero drama para el alma no es que peque, sino que se cierre las puertas al arrepentimiento. Dios salva al pecador que busca el perdón y la gracia de la conversión. Dios condena irremisiblemente a quien justifica sus pecados y no busca cambiar de vida.

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26.06.24

O tempora, o mores

Cito de la obra Apologia pro vita sua de San Juan Enrique Newman. Habla de lo que era la Iglesia Católica del siglo XIX y establece una comparación con lo que era en tiempos patrísticos:

En conjunto, pues, tenemos razones para decir que si hoy día existe una forma de cristianismo que se distingue por su organización cuidadosa y el poder que se deriva de ella, si está extendida por todo el mundo, si destaca por el celoso mantenimiento de su propio credo, si es intolerante hacia lo que considera erróneo, si está ocupada en una guerra incesante con todos los demás cuerpos llamados cristianos; si, y sólo ella es llamada “católica” por el mundo, más aún, por aquellos mismos cuerpos, y si tiene en estima dicho título, si los llama heréticos y les previene del infortunio que se acerca, y los llama uno a uno para que se conviertan a ella, sobrepasando cualquier otro vínculo. Y si, por otra parte, ellos la llamaran seductora, ramera, apóstata, Anticristo y demonio, si la consideran su enemiga a pesar de lo mucho que difieren unos de otros, si se esfuerzan en unirse contra ella y no pueden, si solo son locales, si continuamente se subdividen y ella permanece una, si ellos caen uno tras otro, y preparan el camino para nuevas sectas y ella permanece la misma, esa comunión religiosa no es diferente al cristianismo histórico tal y como se nos presenta en la Era Nicena.

Y:

Luego, si ahora existe una forma de cristianismo tal que se extiende por todo el mundo, aunque con medidas diversas de importancia o de prosperidad en lugares distintos. Que se halle bajo el poder de soberanos y magistrados ajenos a su fe de diversos modos. Que naciones florecientes y grandes imperios, que profesan o toleran el nombre de cristiano se sitúen en contra suya como adversarios. Que escuelas de filosofía y de estudio apoyen teorías y lleven a cabo conclusiones hostiles a ella, y establezcan un sistema exegético subversivo sobre sus Escrituras. Que haya perdido iglesias enteras a causa del cisma y se le oponen hoy día comuniones poderosas que una vez fueron parte suya. Que haya sido del todo o casi desterrada de algunos países. Que en otros esté oculta su línea de enseñanzas, su grey oprimida, sus iglesias ocupadas, sus propiedades ostentadas por la que podría llamarse una sucesión duplicada. Que en algunos de sus miembros sean degenerados y corruptos, sobrepasados en diligencia, en virtud y en dones intelectuales por los mismos herejes a los que condena. Que abunden las herejías y haya obispos negligentes sin la autoridad propia. Y que entre sus desórdenes y sus temores haya una sola voz cuyas decisiones espera con confianza el pueblo, un nombre y una sede a la que miran con esperanza, y aquel nombre sea Pedro y aquella sede la de Roma, tal religión no es distinta del cristianismo de los siglos V y VI.

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23.06.24

De la resistencia debida a la necedad absoluta

Cualquiera que tenga fe católica y un poco de conocimiento de la Escritura y la Tradición sabe que Cristo llama adúlteros a los divorciados vueltos a casar, san Pablo enseña que los adúlteros y fornicarios no entrarán en el reino de los cielos y advierte que comulgar en estado de pecado acarrea condenación. Obviamente, y parece mentira que haya que explicar esto, uno no puede obtener el perdón de Dios si no se arrepiente de su vida de pecado. Trento convirtió todo eso en cánones.

Cualquiera que se llame cristiano sabe que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son abominables a los ojos de Dios, además de contrarias a la ley natural.

Cualquiera que, cristiano o no, tenga un poco de sentido común, sabe que no se puede bendecir el mal, sea de la naturaleza que sea.

Pues bien, resulta que cualquiera también sabe que el Obispo de Roma ha «autorizado» la comunión de adúlteros y fornicarios, la bendición de parejas homosexuales -que obviamente son parejas en cuanto que viven en pecado- y, de hecho, ha abierto la puerta a cualquier barbaridad en el ámbito moral desde que dijo que aunque alguien conozca la ley de Dios, puede incumplirla sin pecar. Así se indica en el punto 301 de Amoris Laetitia:

Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa.

Podría señalar muchas otras cuestiones que atentan contra el bien común de los fieles y la salvación de las almas, pero esto es un artículo en un blog y no un ensayo.

Ante esa realidad caben varias actitudes:

1- Aplaudir porque se está de acuerdo. Dentro de ese sector, hay dos grupos:

  • Los que aplauden y piden ir más allá de forma inmediata, desmontando por completo lo que queda de la fe y moral católica tradicional. 
  • Los que aplauden y esperan que más adelante, una vez todo el mundo asuma los cambios actuales, se pueda avanzar en la revolución. Estos son muy inteligentes porque saben cuál es la verdadera esencia del conservadurismo.

2- Aplaudir aunque no se esté del todo de acuerdo por la sencilla razón de que el Papa es Papa y hay que obedecerle siempre. Este gente es la misma que defiende con ardor una doctrina (p.e, Familiaris consortio) y exactamente la contraria (p.e Amoris Laetitia), siempre que el Papa de turno así lo disponga. Para ellos la Iglesia es una secta que sigue a su líder aunque dé bandazos de un lado para otro. Entre ellos hay algunos que se empeñan en convencer al personal que no hay contradicción entre enseñar una cosa y la contraria. Estos son especialmente peligrosos, porque quitan las defensas a los fieles contra el error, dejándolos en manos del padre de toda mentira. Y, créanme, llevan décadas actuando.

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