“En la armonía perfecta de la Creación, cada hombre, cada cosa, sigue el curso trazado por Dios.

¡Cuánta alegría nos causa el sabernos apoyados en su Voluntad!… Aquí…, allí…, ¿qué más da? Allá donde vayamos, estemos donde estemos, si el corazón no lo separamos de Jesús, ¿qué podremos temer?

 

Cuando decimos que todo ha sido creado por Dios y que nunca lo ha abandonado manifestamos algo más. Y es que el Creador es Todopoderoso y eso significa que lo hecho está bien hecho. Por eso la Santa Biblia recoge, precisamente, eso de que, al ir creando Dios pensó que todo estaba “bien”.

Nos dice el hermano Rafael que la creación tiene una “armonía” que es “perfecta”. Y nos quiere decir con eso que ni hay ni puede haber error en la misma y que todo se conduce según es la voluntad de Dios. Y, aunque, bien sabemos que una parte muy importante de la creación como es el hombre, no siempre se conduce según la Ley de su Creador, es bien cierto que lo que no tiene posibilidad de decidir, quien no tiene libertad, procede según lo establecido.

A esto lo llama San Rafael Arnáiz “el curso trazado por Dios”. Y es que, por muy extraño y misterioso que, para nosotros, sea eso de que todo está puesto por Dios y el Señor ha establecido un qué, un cómo y un cuándo, lo bien cierto es que las cosas son como son y no pueden ser de otra forma: todo está establecido y se tiene que conducir según Dios quiere que se conduzca.

El caso es que esto también tiene un nombre que es muchas veces citado por cualquiera que quiera manifestar la voluntad de Dios: Providencia, santa Providencia de Dios.

Es seguro que no acabamos de comprenderla. Por eso se ha escrito que los caminos de Dios son inescrutables. Pero por muy inescrutables que sean (no podemos saber qué es lo que Dios, en su corazón, quiere, aunque podamos intuirlo por la Ley que ha puesto para que sea cumplida) es verdad y más que cierto que es la que es y que, algún día (cuando estemos en el Cielo) comprenderemos lo que ahora es algo inexplicable para nuestro corto entendimiento de las cosas más profundas de nuestra fe.

De todas formas, lo que sí sabemos es que podemos manifestar gozo por saber que Dios es nuestro Padre y que a nada ni a nadie debemos temer. Y también, por supuesto, que eso quiere decir mucho para quienes somos tan poca cosa ante nuestro Creador.

Deberíamos, a este respecto, pararnos un momento (y si es largo mejor) a meditar sobre lo que supone que haya una Voluntad que debamos cumplir y que tal Voluntad sea de Quien es. Es decir, que no es la de cualquier persona que, incluso, pueda ejercer sobre nosotros determinado poder (laboral, familiar, etc.) sino de Quien, pudiendo hacer las cosas de otra forma, creyó muy bueno crear a un ser vivo hecho a su imagen de Amor y semejanza de corazón tierno.

De esto bien podemos deducir, y estar de acuerdo con el hermano Rafael, que poco importa en qué situación nos encontremos porque lo único que debe importarnos es Quien la ha propiciado y qué es lo quiere de nosotros. Por eso a San Rafael Arnáiz le importa bien poco (más bien nada de nada) dónde él pueda estar. Lo que le importa es que no puede tener una idea falsa acerca de Dios sino saber que lo ha creado y que puede apoyarse en Quien todo lo puede. Y tal es un ansia que le llena el corazón porque reconoce, en tal verdad, un sustento tan grande que todo lo demás.

Hay algo, de todas formas, que pone sobre la mesa la verdad de muchas situaciones espirituales de los discípulos de Cristo. Y es que el hermano Rafael utiliza el condicional “Si”.

Hacer esto es lo mismo que advertir, que hacer una advertencia. Y es que está muy bien todo eso que dice él mismo y que apoyamos nosotros. Es, además, de lo más bueno y mejor para nuestra alma. Ahora bien, todo esto depende de “si” no nos separamos de Jesucristo. Y esto, que es una condición de las llamadas “sine qua non” (si no se cumple, nada de lo demás vale nada de nada) nos dice que, en efecto, para tener a Dios por nuestro Creador y nuestro apoyo y, en fin, todo lo aquí apenas dicho, es imprescindible no separarnos de su Hijo. Y es que separarnos de Jesucristo es exactamente lo mismo que hacerlo de Dios.

Podemos decir, ya para finalizar, que es más que cierto que nada podemos temer si no nos separamos de Dios pero, al contrario, podemos temerlo todo si nos separamos de Quien nos ha creado. Y lo temeremos todo porque estaremos, entonces, a merced de Mal, de sus secuaces y discípulos. 

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