Secreto Designio

Inquieto el corazón que surge

Desasosegado el quehacer que, trémulo, vincula su destino
a la apertura de su alma, espacio encontrado que quisiera recibir y dar,
ver y llegar;
que, con un ahora que espera, traza el camino a seguir
con una conmoción que el devenir de su paso no serena,
amodorrado ante el esfuerzo que, hercúleo, no descubre.

Turbado el bien que, reposado, busca asiento en un amanecer
novedoso y a recuperar,
viento que, desde la Escritura, le trae la luz y lo sazona de sílabas
que esculpen, con ahínco secular, un manifiesto de entrega y de obra.

Zozobra en la felicidad, disturbio interno que ahoga un llanto
que conmueve,
escarcha que, tras la noche que oculta, ha de limpiar las lágrimas
que discurren hasta el más recóndito rincón de la virtud que quiere
fluir hacia la luz.

Mana desde el corazón, al recibir de Dios el espíritu que colma
la tristeza,
que se le une y la tritura, la esperanza fundada;
que, con el tesón de quien vence, se acomoda en quien no encuentra
una fe olvidada, preterición desdichada, rastro que descubrir
entre la tiniebla.

Brota el corazón como semilla que florece, potencialmente gigantesca,
y se mece, suave su mover, cuando es acogida por la parabolística doctrina
que dejó dicha el Hijo,
y se manifiesta retomando, agradecido, la evocación que hace, de un salmo,
signo, o de un versículo, labrado campo donde pacer la armonía del alma,
o apoyándose, para no esconderse ya nunca, en cualquier punto cardinal
que suponga una imagen renovada, como siempre, por la palabra
que precedió de quienes son el ejemplo de un seguir
discipular y fiel.

Se inclina el corazón a la dicha, llevando el ánimo a las altas estancias
donde Dios se revela,
donde resulta placentero saberse semejanza suya,
donde nada es, ya, desasosiego ni turbación, más, ni zozobra, tampoco,
sino claridad y alabanza, sino fuente y vida.

Nos descubrimos habitados por una presencia trascendente

Cuando, atrevidos por la potestad de búsqueda que nos concedió Dios,
y llevados del temor conocido de nuestra limitación,
pretendemos acercarnos, siquiera sea, a la sombra de la huella
de su paso,
renovando, con ascendencia divina, nuestro menester como hijos…
se revela aposentado en nuestra alma, corazón que asiste a su savia,
mostrándose en ese alojamiento que el Espíritu eligió como morada;
se manifiesta, cohabitando entre los estratos de amor que confirman
nuestro día
y que, con afán de entrega, tranquilamente auguran nuestra dicha;
se hace patente la asistencia del amanecer eterno de su sabiduría,
compareciendo ante nuestra ansia de encuentro y solicitando
la mano que transmita lo recibido, reclamando el bien hacer
de nuestro pensar, el recorrer con nuestra mirada interior
la serena estancia de su Bien.
Y ante ese surgir de luz, ante ese incesante riego del estruendo
de su Verbo, que busca su eco en nuestro corazón,
podemos alcanzar el abandono del vacío y ocultar, gozosamente,
la ausencia que labramos, que generalmente nos posee,
al rebelarnos contra la presencia de su alma.
Así podemos, con el atrevimiento enarbolando, asiendo
esa oportunidad regalada,
vertebrar el ser que somos, punzando con aliento divino los ojos
que con el alma miran, que con el suspiro anhelan su ahora
al sentirse completos en su destino y ocupados por tanta Majestad;
cuando, al acariciar con la sílaba el misterio que lo es todo,
la razón que provee de la gracia santificante de su Reino,
llegamos a arrebatar, repentinamente, un solo haz de su amante
paternidad, paternidad que ocupa, vibrante, todo recoveco nuestro,
una mínima brizna de su existencia, total, completa, eterna,
en nosotros.

Busca, el corazón, el descanso en Dios

Al tratar de evitar el fin de una propuesta mundana,
y querer ser siembra, como semilla que fructifica, libre de acechanzas
y querer sentir la lucha que venza en la batalla contra esa nada
que nos cerca,
que nos convoca a un final sin tensión del alma, rota la armonía
del corazón,
nos vertimos en la inquisición que nos trae al Padre.

Al perseverar, cual mar brava que, con insistencia, deja su huella que arremete
con milenario tesón, y esculpe la costa con su salobre golpeo,
nos vemos inmersos en la indagación del sentimiento,
no renunciando al sostén que nos ofrece la seguridad de la Palabra,
como mensaje descifrado por el discurrir de los hombres,
razón puesta al servicio de esa misión eterna que Dios nos dejó escrita
en sílabas diamantinas, en símbolos que nunca dejan de brillar
al inquirir por su significado.

Al examinar nuestra conducta y ver en ella el descarrío y el egoísta proceder,
y no poder, sino, dejar de rogar por el anhelado perdón del Hijo,
sólo somos exploradores de una tierra digna donde la gracia
tomó asiento y constituyó su Reino, donde el quehacer está definido
y contenido en el mandato claro y diáfano, entregado por su luz,
por esa decena de cargas tan llevaderas como divinas.

Al huir, como perseguidos por una vaciedad que nos ahoga,
por una piel desgarradora que constituye el suelo informe que pisamos ,
tan sólo quisiéramos reclinar nuestra alma en el regazo pulcro del Padre,
tan sólo quisiéramos sentirnos mecidos por las manos de Quien conformó
y creó su descendencia,
como buscando, exhaustos al huir, nuestro inmerecido descanso en Dios.

Ansía el alma escaparse

Como anhelo que pretendiese llegar más allá del presente, cotidiano afán,
tomando el sendero que augura la luz que se busca,
remitiendo la dicha hacia donde surge y tiene origen el amor,
hacia ese destino en el que nuestro corazón bebe el agua viva que alimenta
su ser de espíritu, deseoso de trascender y culminar en el rostro de Dios.

Escaparse ansía el alma, y llegar.

Como ambición que, con su cultivo interior, vislumbra el Reino y su gracia,
se escabulle en atención a su necesidad de vida y esencia,
necesidad inmediata por la que suspira en la Palabra,
llama que atrae hacia el calor dulce que del Padre emana,
huella que sigue en extraños descansos de ausencia.

El alma ansía escaparse, y ver.

Como querer retirarse hacia el sumo Bien, hacedor de albas que iluminan
el camino,
con conciencia de voluntad firme, soportando en cada paso
el inmisericorde ataque de la desazón y del desprecio
pero despreocupada ante esa pasajera cruz, tiempo acortado
por el premio que se espera, victoria cierta por haber sido prometida
y cumplida, con fidelidad de Padre, sílaba a sílaba,
mensaje a mensaje, retazo de doctrina a retazo.

El ansia del alma es llegar y ver.

Como con apetencia de la gloria soñada, hambrienta de Espíritu,
marcha, el alma, como quien se sabe con objetivo definitivo su hacer,
como nube que conociese su fin de alimentadora de vida,
como lluvia celestial que llene, con su maná, el abrazo
que lo desea, el estrechamiento con que de cada bienaventuranza
se surca y surte el corazón.

Con los ojos del corazón

Como pupila que, al dilatarse, contemplase el alma limpia de caídas,
libre de los sinsabores que, en su noche, el maligno dicta,
claridad de la luz que su pequeño espacio amplifica;
de la vida nuestro eterno fluir que busca y sigue su cauce hacia Dios.

Como función de sobriedad que conduce la pasión que en cada sílaba
se entrega,
con la ilusión perpetua de gozar de las ungidas praderas del Reino,
retomando, de la Escritura, el porvenir que dejaron escrito
sus hacedores, sembradores que fijaron su estela de amor en palabras
que son huella, amparo, acogedora mano que sana;
sentido que convoca, a sus herederos, ante la amplia meta del Bien
para mirar, con delectación, el ser que sostiene nuestro agradecimiento
de hijos, deseosos de tal alimento del Espíritu.

Con los ojos del corazón, con el sentido ansioso de verificar el aliento
que nos trae el amanecer que, con fruición, nos ilumina,
con el que soñamos e intentamos gustar su sabroso fruto,
recostados ante el esfuerzo de definir el rostro del Padre,
agradecidos al salmista por habernos legado el ocaso de una infidelidad,
por haber dado paso a una entrega sin tregua, a un fin que se apoya
en este género de vida divinizada, regalo gratificante que no olvidamos,
como manantial que no agotase su dadivoso quehacer
en pro de sus sedientos buscadores, fuente infinita como Dios.

Con estos ojos auguramos la dicha,
preparamos con ellos cada paso que damos,
sofocamos el fuego que nace ante la gracia que sabemos preparada,
sincronizamos nuestro sentir con el mensaje que el Hijo propuso,
como antiguo afán,
con renovado tesón,
como amado y consuetudinario fin que, secularmente, debemos transmitir,
hasta el fin de los tiempos que tenemos reservados.

Con los ojos del corazón, porque de allí parte y nace nuestro designio.

Con los ojos del corazón, con los ojos,
con ellos.

Como morada para Dios

Tratamos de conformar su espacio como un acogedor acomodo,
de vislumbrar, entre las esperanzas, aquella que cause agrado,
que verifique la presencia de la gracia, el bienestar para el alma…
y que Dios conozca que le entregamos su residencia.

A su eterna gloria, no evocando sino el feliz término de un camino
que, como senda trazada por su doctrina, cubre de su Bien
nuestra raíz que le busca; teniendo su Verbo como clara llegada
del fin, su providencia como guía que conduce, su todopoderosa voluntad
como firme asidero en el que reposar nuestra tibieza
y marchar, venturosos, tras un Reino que dignifica nuestra agradecida
filiación.

A ese origen de creador, a esa fidelidad en acto, a su altísima y justa
jerarquía, a esas cualidades que no dejan de emerger por los siglos
sin término…
le preparamos, con ahínco y dicha, el sentimiento adecuado y necesario
para que more en nosotros y se enseñoree de su obra, caída mas no por Él;
para que su divinidad toda quepa, en esencia, en un corazón que confunde
su destino cuando no abre su comprensión al dictado de sus sílabas,
que no acierta cuando le abandona y no lo siente en el más profundo interior
de su propio misterio que lo conformó,
que se obceca cuando, como intento maligno, reta, desde su concedida vida,
la memoria de quien, desde su sabiduría, distinguió la ofensa del miedo,
y sucumbió, deslumbrado por su creación, ante quien quiso tañer
en la Asamblea para adorarlo, recordando que la victoria tenía nombre
y este era el suyo y que, desde ese entonces que es, también, nuestro,
le debemos estancia en nuestro ser, habitáculo para su don,
acogimiento para su misericordia.

Se inhiere en el alma como principio vital

Inseparable, consustancial a la vida, relativa al ser,
constitutivamente unida se siente en el alma
la voluntad intrínseca de Dios,
como el germen y el origen de la suma de todo su Bien,
como lo que no es accidental ni se muestra ajeno a su comienzo,
como la presencia que se hace imagen, luz, semillero de la gracia.

Con supranatural objetividad, con esa perplejidad que produce, en el ánimo,
verse dibujado por la virtud sin límite del Padre, siendo el destino
de la primera expresión de su gloria, viéndose cauce por donde transcurrir
en este tránsito, llevadero esfuerzo al conocer la meta.

Significativo preámbulo donde su designio se adjunta para evitar la fosa
que el salmista temía, de la que huía con un ruego apasionado de hijo,
de la que auguraba para su pecadora expresión terrena;
umbral trascendental con el que se fusiona el Verbo, que sobre la Palabra
trae aquella causa que imprime una huella que hace indeleble
el amado rostro que aún no contemplamos.

Innato parecer de Dios que nos trasfunde con su sangre en un instante
que no vemos, que sólo conocemos por sabernos agua de ese manantial,
y que, al buscar su secreto, nos desvela el Espíritu que, con su soplo,
ofrece sílabas que son el querer paterno que desde su Reino nos llega;
y que, al inquirir,
deseosos de saborearlo,
a nuestro corazón animado por su sustancia,
por ese misterio que ahoga nuestra quietud y confunde nuestra misión,
esperamos obtener, y guardar agradecidos en nuestro más íntimo interior
que es suyo,
la revelación de su exacta armonía, para dejarla reposar y saborear, gota a gota,
sedientos de su inacabable amor infinito.

Profundidades del alma llegan de Dios

Honduras que requieren la siembra aventajada que la divina mano encierra,
que con su sola voluntad va tejiendo de nuestro vivir el devenir,
acuciado el corazón por la llegada soñada de su savia,
esperando que la caricia de su Palabra recorra su seno como bienhechora brisa,
rugir de vitalidad que desde su luz se evoca.

Y llegan de Dios para quedarse y fructificar en sílabas que conforman cada paso
que damos, para calmar ese agónico estar que es la espera
de su Reino, y de su benéfico acogimiento,
para sumirnos en la distancia que nos separa de su imagen y hacernos libres
para amarle,
para colmar, con su providencia, el ansia que de su Ser tenemos,
para darnos entendimiento en la cerrazón, ánimo ante la fosa que siempre vemos
cercana, sentimiento de paz en la lucha que cercena nuestro escaso intento
de perfección.

Abismo nuestro que llena con la sustancia que de su espíritu parte,
oquedad en la que nos refugiamos mediante el instrumento perverso
que es la tibieza y que con la perennidad de su alba, siempre espera, comprensivo,
para ocupar, omnipotente, el valle oculto de nuestro corazón.

Así se unen, con adhesión primera que sugiere el universo, centro mismo del creer,
personalmente nuestras porque dirimen su existencia y surten de sentimiento
a la vaciedad, y con su regla de oro de la vida se vierten, anhelantes de su esperanza,
en nuestro más recóndito lugar del alma, como profundidades eternas
que superan nuestra posibilidad de respuesta; ciegos como estamos, y sordos
ante su yo, agazapados para que Dios oculte su visión y se haga, también ahora,
el olvidadizo con el pecado de su descendencia.

Profundidades del alma, huellas que encontramos al inquirir a la razón
por tanta totalidad que, aunque somera, percibimos; que, aunque sutil,
podemos notar si requerimos al Espíritu que sople sobre nuestro presente,
si podemos sostener, siquiera un instante, la mirada sobre el sentido último
de la doctrina kerigmática. Azar que soñamos, pura melancolía
de lo que otros tuvieron, raudos ante la petición del Padre,
cumplidores, proféticamente, de ese mensaje que les hizo llegar.

Así quedamos esperando, participando de la miel que probaron los fieles
y no pudiendo superar el maná que, con sus plegarias,
atrajeron en aquel destierro merecido, rehenes de su comportar.

Al menos, y así creemos, nos queda esa impronta que su paso dejó.

Eleuterio Fernández Guzmán

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5 comentarios

  
Luis Fernando
Gracias por compartirlo, Eleuterio. Lo iré leyendo poco a poco.


---
EFG


Sí, ciertamente, es algo extenso.
22/03/10 5:59 PM
  
Eduardo Jariod
Magnífico, Eleuterio. Es precioso el título que has elegido a tu poemario, tan bello y tan lleno de verdad. Si existe algún sentido en esta vida, es descubrir el secreto designio con el que Dios nos ha marcado a todos y a cada uno. Y sólo se le descubre amando, como en tus poemas.

A ti te dedico, Eleuterio, este poema escrito por mí hace muchos años (ya demasiados, me temo). Trata del mismo amor y de la misma búsqueda:


PEREGRINAJE

Hallar la voz escondida, una palabra
callada que nombre este silencio,
esta nube que enturbia y hace
de la luz dolor y del deseo una
quietud de cementerio, pujando
por una vida, esta vida, mi vida.

Y mientras, este vacío pletórico
de existencias no dichas, sospechadas, sabidas,
necesidades amargas inconmovibles
de toda la insatisfacción de un hijo huérfano.

¿Dónde reposar en la confianza?
¿Dónde respirar sin acecho de consuelos
equívocos, vejantes, miserables?
¿Dónde encontrar el pulso
de una sonrisa, de una mirada, de una
comprensión plena, fiel, asegurante?
¿Dónde la verdad para hallar mi verdad?

Señor, descúbreme mi rostro,
y purifica la herida.



Muchas gracias, Eleuterio.




---
EFG


Muchas gracias por tu poema, Eduardo.

La verdad es que responder a las preguntas que haces en el poema es esencial para toda persona que se sepa hijo de Dios. !Qué equívoco puede ser, muchas veces, el consuelo del mundo y su mundanidad!

Ya me parece suficientemente fructífero el resultado de este poemario mío con tu aportación. Ha sido una semilla que ha fructificado muy pronto.

Gracias, de nuevo.
22/03/10 7:49 PM
  
Eduardo Jariod
Gracias a ti, Eleuterio.

Para mí ha sido una maravillosa sorpresa conocer esta vocación tuya, y la expresión de la belleza de Dios en ti a través de tus poemas.

Quiero releerlos con el sosiego que merecen.


---
EFG



Pues muchas gracias. No todo va a ser crítica. También se defiende la fe, creo yo, escribiendo poesía.
22/03/10 9:34 PM
  
María
Muy bonito y muy profundo su sentimiento

"Quiso DIOS que esa intima residencia de su gloria, tuviese exacto nido en nuestra Alma"
"Quiso DIOS,que moverse fuera para encontrarlo, que exisistir fuera para conocer y comprender su SER......

Verdaderamente precioso

gracias por recitarnoslo
22/03/10 9:56 PM
  
César Fuentes
Dos buenos poetas;mi admiración por los versos de Eduardo aumentan cada día. Es agradable conocer esa faceta suya, Eleuterio. Dios les guarde.
23/03/10 12:52 AM

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