Secreto Designio

Para abreviar el camino hacia el origen

Sin necesidad de hacer que en el espacio se acorte la distancia,
ni sutil sea el intento de alcanzar el fin simulando esfuerzo;
sin hacer trato con la inspiración ni atraer musa que pudiera
iluminar;
sin transportarse, en sílabas que acorten el horizonte,
queriendo llegar con una anticipación inmerecida;
sin dejarse llevar por un cauce que sólo retarde la contemplación
de la luz.

Reducimos el tiempo del encuentro cuando en la Palabra
nos refugiamos,
cuando compendiamos, en un instante, el pensamiento que nos sirve
para orar y adorar,
cuando no retardamos el influjo de la dicha y de la gracia de Dios,
cuando aligeramos de vaciedades nuestro paso y somos surco
donde el Espíritu clame y fructifique.

Y es tan corta la senda que nos lleva al fin como libre de ataduras
del mundo están nuestras manos y nuestro corazón ha sido acariciado
por una voluntad libre, fundamento de nuestro proceder.

Ni hay, así, necesidad de reducir el sendero,
ni de reclamar intervención que facilite nuestro propio bien,
ni de sentir lejano el principio porque en nuestro amanecer
dejó impresa su huella el Padre, tan de nosotros mismos,
dejó la caricia de su ser y sembró con maestría divina,
y supo darnos, para siempre, el aliento que fortalece,
el fuero que ennoblece nuestra filiación, el mensaje que transmitir
podemos.

Retenemos, para no caer nunca en olvido, para que no sea ausencia,
esa impresión certera y exacta de dirigirnos, vacilantes,
a ese momento en que dejamos de ser potencia,
origen de un porvenir que, entonces, era sólo alba
en el albedrío de Dios.

Suspirando por la riqueza infinita

Con ansia. Sin la desazón que produciría buscar sin solución
y sin esperanza;
sin la visión perdida por quien trata de ser resultado de una
voluntad divina,
agitado el corazón que entrelaza la doctrina en él sembrada
con la mano franca que acaricia su destino;
con la inquietud que tiene, en la estancia interna, camino que recorrer;
con el deseo agitado ante el tratar de ser fértil apoyo,
renuevo que fructifica y vivifica su paso, pasajero en el estar terreno.

Con el espíritu extendido hacia el todo, tratando de lograr la inmensidad
de la preciada cualidad de Dios, queriendo vislumbrar el hoy eterno
del Padre,
sintiéndonos respuesta cuando su Verbo busca reposo;
con una abundancia de inmenso proceder paterno, añorando la gracia
que concede a su prole.

Con la angustia que no perece al no tener fin la entrega,
al no manifestar otro menester que no sea un augurio que lo llena todo,
con el deseo intacto cuanto más amado es el fin,
teniendo por causa el origen mismo de ese nuestro afán,
tratando de discernir la excelencia notable de un misterio divino,
atrapando la luz que nos llega desde que impresionó su mensaje
en nuestro yo,
brisa que no cesa de soplar sobre nuestra alma, sombra de Elías
en el desierto que atravesamos, mirada fija y temple incierto
por las acometidas del caído.

Con la congoja sumida en un quiero, alerta la inspiración ante el Espíritu,
suspirando por la riqueza infinita que encierra, en si mismo,
el rumbo que nos acerca.

Para atisbar la Verdad

Cuando, ausentes del mundo y recluidos en nuestro propio camino,
miramos la raíz que conmueve el abismo que nos separa de Dios
y, por querer que su Palabra retome nuestro aliento y nos conduzca,
tratamos de vislumbrar, tras haber roto la sombra egoísta
que nos impele al vacío,
una respuesta que sabemos, con certeza, que nos dejó su voluntad,
y escrutamos, con ansia de luz, la pista que el Hijo marcó…
tan sólo observamos la experiencia de muchos otros,
resolviendo ese misterio animado por la mano amable del Padre.

Y registramos, a conciencia, entre las estancias que contienen el gozo,
donde la aspiración de nuestro existir es sentirlo,
desbaratando las hojas muertas que han caído de nuestras manos
como días perdidos, aluvión de voluntades que fueron cieno.

Y contemplamos esos indicios que animan nuestro mirar,
sin los subterfugios que rodean nuestro sino,
heraldos del mensaje sabio del Reino Eterno donde Él tiende su rostro
para que sea contemplado y admirado por quienes lo buscan,
avizoradores de un amor que nos pronuncia a cada uno,
hijos creados por su don.

No más falsedad cuando podemos acariciar un alba cada día,
no más engaño si confirmamos el Bien que Dios nos otorga
aseverando esa realidad que es nuestra sustancia,
gustando de ese alimento que su Espíritu autentifica.

Aquí, donde alienta nuestro espíritu

Conociendo que nuestro espíritu es espíritu que Dios regala a sus hijos,
que su estancia en nosotros se afianza en cuanto más sólido es el amor,
que podemos acumular su presencia si asimos, con devoción,
la imagen cierta de su estela,
entonces…no allí, espacio ausente del Padre, sino siendo cercanía
y compaña,
yugo que comparte con nuestras manos que lo buscan en las obras,
viento en el que nos sumimos para cerciorarnos de su voz
en la esperanza,
frondosidad de las ramas que constituyen su mensaje
y bajo cuya sombra dormitamos soñando,
libres de las ataduras del mundo,
en el don misericordioso de su entrega fiel siempre cumplida.

Es con ese valor que augura el universo, impregnados de su óleo
que nos unge,
reavivado el recuerdo que nos une a los siglos,
siendo testigos de la profecía que en nosotros estimula,
suponiendo, interiormente animados, que el camino que seguimos
ya lo trazó su voluntad, que no cabe desánimo ni tibieza,
que está tan cerca la luz como queramos palparla,
que el estimado afán de encuentro tiene su esencia eterna
y que, por nosotros mismos, tenemos el vigor de enfrentarnos
a la negación de su alba, seguros de la victoria que sembró.

Recordando que nuestro espíritu es espíritu que Dios bendice
en su magna paternidad,
que todo esforzado intento de llegar a Él tiene recompensada la meta,
no nos queda más que acoger el semblante que refleja su Bien,
no nos queda más posible destino que el que nos otorga,
más acción que inducir, en nuestro paso, el eco amado
de su Ser; recomenzando de nuevo y siendo, así, vestigio que convoca.

Resplandeciente luz interior

A todas las luces para bien de mi alma,
recorrida la distancia que desde tu estela llega, Dios,
a completar la esperanza… agradezco el resplandor
que forja el profundo eco de la doctrina buena de tu Verbo;
agradezco la claridad que, al comprender la dicha de tu Reino,
siento, como campo fértil para el reposo
del corazón que, al sentirte, ensancha, radiante, su espacio.

A cada momento esplendente la incandescencia que riega
con sabia de eternidad el bien mismo que somos,
obviando la sombra y la tiniebla,
negando razón a lo tenebroso y a lo sombrío que encadena
nuestra ensoberbecida humanidad,
ignorantes voluntarios del deber de agradecimiento que pesa
sobre nuestro paso,
superficiales vencedores de una batalla rota y perdida
contra la Palabra que es la Palabra única y verdadera,
amén debido por cumplir la promesa que, por su merced de Padre,
Dios hizo,
amante de su obra que debía ser perfecta.

Resplandece así, en cada sílaba que, anhelante, busca la luz
y que, gozosa, trata de tocar con su aliento el fruto original
de la voluntad de Dios,
fulgurante ante su pretensión y con sencillez de humildad verdadera,
animosa de nuevo, ante cada intento, ante cada tarea
de perseguir su destino,
intrínsecamente deseosa de saborear el verso, de encontrar el ritmo
que sepa dar a cada inspiración del Espíritu
un cauce amoroso, ejemplo de esa resplandeciente luz interior,
y que vivifique, mansamente, el alma filial que agradece
ese centelleo eterno.

Se inflama el corazón de dulce dicha

Deleitosa ventura recorre el alma y grata para merecer
ansiada esperanza,
suave al permitir perecer el irascible desdén que, pertinaz,
convoca a nuestro corazón al olvido de una fe regalada
y no siempre aprehendida.

Exquisito al enardecer, con la gracia, el ánimo que se siente amparado
por la mano amorosa del Padre, liberado del sometimiento de opresión
que del mundo le acecha,
infelicidad sembrada por la tibieza y la desgana,
oculta desazón que pervierte el ritmo pausado que, con tesón,
nos acerca al Reino.

Ardiente el frenesí que, al buscar la Verdad, enciende el espíritu
con la llama de la Palabra; alegre el ser que invoca, para su cultivo,
la semilla que conformó su surco y recorre, cual esencial alimento,
cada paso que lo inclina hacia el bien que Dios le ofrece.

Virtud que precisa el exacto sentir que glorifica un alba,
amanecer de franco proceder, minuciosa y elaborada prenda
que, para nuestra redención, entregamos a lo eterno,
seguros de su llegada pronta.

Sueño que, al acariciarlo, bendice, con agradecida voluntad,
la memoria del Que se posó en su reto,
de Quien supo, con anticipación engendrante,
dar ilusión a su brisa, bienestar a su paternidad.

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5 comentarios

  
Luis Fernando
Gracias por compartirlo, Eleuterio. Lo iré leyendo poco a poco.


---
EFG


Sí, ciertamente, es algo extenso.
22/03/10 5:59 PM
  
Eduardo Jariod
Magnífico, Eleuterio. Es precioso el título que has elegido a tu poemario, tan bello y tan lleno de verdad. Si existe algún sentido en esta vida, es descubrir el secreto designio con el que Dios nos ha marcado a todos y a cada uno. Y sólo se le descubre amando, como en tus poemas.

A ti te dedico, Eleuterio, este poema escrito por mí hace muchos años (ya demasiados, me temo). Trata del mismo amor y de la misma búsqueda:


PEREGRINAJE

Hallar la voz escondida, una palabra
callada que nombre este silencio,
esta nube que enturbia y hace
de la luz dolor y del deseo una
quietud de cementerio, pujando
por una vida, esta vida, mi vida.

Y mientras, este vacío pletórico
de existencias no dichas, sospechadas, sabidas,
necesidades amargas inconmovibles
de toda la insatisfacción de un hijo huérfano.

¿Dónde reposar en la confianza?
¿Dónde respirar sin acecho de consuelos
equívocos, vejantes, miserables?
¿Dónde encontrar el pulso
de una sonrisa, de una mirada, de una
comprensión plena, fiel, asegurante?
¿Dónde la verdad para hallar mi verdad?

Señor, descúbreme mi rostro,
y purifica la herida.



Muchas gracias, Eleuterio.




---
EFG


Muchas gracias por tu poema, Eduardo.

La verdad es que responder a las preguntas que haces en el poema es esencial para toda persona que se sepa hijo de Dios. !Qué equívoco puede ser, muchas veces, el consuelo del mundo y su mundanidad!

Ya me parece suficientemente fructífero el resultado de este poemario mío con tu aportación. Ha sido una semilla que ha fructificado muy pronto.

Gracias, de nuevo.
22/03/10 7:49 PM
  
Eduardo Jariod
Gracias a ti, Eleuterio.

Para mí ha sido una maravillosa sorpresa conocer esta vocación tuya, y la expresión de la belleza de Dios en ti a través de tus poemas.

Quiero releerlos con el sosiego que merecen.


---
EFG



Pues muchas gracias. No todo va a ser crítica. También se defiende la fe, creo yo, escribiendo poesía.
22/03/10 9:34 PM
  
María
Muy bonito y muy profundo su sentimiento

"Quiso DIOS que esa intima residencia de su gloria, tuviese exacto nido en nuestra Alma"
"Quiso DIOS,que moverse fuera para encontrarlo, que exisistir fuera para conocer y comprender su SER......

Verdaderamente precioso

gracias por recitarnoslo
22/03/10 9:56 PM
  
César Fuentes
Dos buenos poetas;mi admiración por los versos de Eduardo aumentan cada día. Es agradable conocer esa faceta suya, Eleuterio. Dios les guarde.
23/03/10 12:52 AM

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