Juan Pablo II Magno - Vida consagrada
Si hay una labor, una entrega, un, al fin y al cabo, trabajo por el Reino de Dios, del que se beneficia la cristiandad entera (además de las personas que la llevan a cabo) es, sin duda, la que llevan quienes hacen de su vida una que lo es consagrada.
Por eso dice Juan Pablo II Magno que “La vida consagrada es importante, precisamente por su sobreabundancia de gratuidad y de amor, tanto más en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la confusión de lo efímero” (Exhortación apostólica Vita Consecrata, VC, 1996, 105)
Pero, en realidad, la vida consagrada, ¿cómo se ha de entender o en base a qué se ha de ver y amar?
Exactamente al comenzar la Exhortación apostólica citada arriba, dice el Papa polaco que “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente ‘visibilidad’ en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo”.
Por tanto, en un mundo como el actual donde prevalece el tener sobre el ser y donde el egoísmo es ejemplo de comportamiento las más de las veces, que la virginidad, la pobreza y la obediencia sean seguidas, con entusiasmo espiritual, por hombres y mujeres, no deja de ser importante para el bien mismo de la Iglesia, de sus hijos y, al fin y al cabo, del mismo mundo.