InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Muy personal

29.03.12

Día a día con San Josemaría

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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San Josemaría

Título: 366 textos de San Josemaría Escrivá de Balaguer
Autor: Eleuterio Fernández Guzmán (selección de textos)
Editorial: Edibesa
Páginas: 192
Precio aprox.: 4 €
ISBN: 978-84-8407-421-2
Año edición: 2012
Lo puedes adquirir en Editorial Edibesa

“Nació San Josemaría en 1902 en Barbastro (municipio, en España, de la provincia de Huesca). De seis hijos que tuvieron sus padres, fue el segundo. Trece años después, en 1915, su familia se trasladó a Logroño lugar donde su padre encontró un trabajo después de haber tenido que dejar el negocio que regentaba en el municipio en el que nació Josemaría.

En 1918, viendo Josemaría las huellas que sobre la nieve había dejado un religioso, se preguntó si es que Dios quería algo de su persona. En aquel momento, con tan sólo 16 años, decide hacerse sacerdote y en 1920 se incorpora al seminario diocesano de Zaragoza. Allí mismo lleva a cabo los estudios previos al sacerdocio. En aquella misma ciudad cursa los estudios universitarios de Derecho.

En 1925 recibe el sacramento del Orden y comienza su labor sacerdotal. Esperaba, de Dios, aún, la luz que le hiciera ver para saber, con exactitud, cuál sería su esencial destino. Aquel mismo año se traslada a Madrid para obtener el Doctorado en Derecho. “

Así puede empezar, de hecho empieza el libro aquí traído, una biografía del fundador del Opus Dei. Trata, sin embargo, de lo que el mismo título dice: “366 textos de San Josemaría Escrivá de Balaguer”, a la sazón, fundador de la Obra y santo más que actual. A partir de textos de sus libros “Amigos de Dios”, “Santo Rosario”, “Es Cristo que pasa”, “Vía crucis”, “Amar a la Iglesia”, “Forja”, “Surco”, “Discursos sobre la Universidad” sin olvidar a “Camino” se ha tratado de acercar, en casi 200 páginas, algunos pensamientos (la colección de la editorial Edibesa se titula, precisamente, “Un pensamiento para cada día”) del denominado santo de lo ordinario que nos permitan llevar una vida espiritual acorde a nuestra creencia.

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14.03.12

Ciertas tinieblas del alma a tener en cuenta

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Tinieblas del alma

El tiempo de Cuaresma, en alguna que otra ocasión (dependiendo del estado espiritual en el que nos encontremos) puede ser tiempo de redescubrimiento. Y redescubrirnos suele ser necesidad tras el resultado de habernos perdido.
Algo así es, por decirlo de alguna manera, lo que sentimos cuando nos creemos abandonados por nuestros semejantes y, a lo mejor, tenemos la sensación de que Dios nos ha abandonado:

“Es como cuando, cegados por una causa oscura,
no mencionamos la prudencia,
ni sabemos caminar por otro rumbo que no sea el deseado, esclavos del acierto que pensamos, absorbidos por ese plan.

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1.03.12

Malestares

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Malestares

Si hay algo que caracterice al tiempo de Cuaresma es la conversión. Así, confirmamos que estamos dispuestos a hacer propósito de enmienda y a tratar de ser buenos y mejores. Y esto porque un hombre, hijo de una joven llamada María, se empeñó en morir por todos para que, al menos, se salvara quien en Él creyera y confesara tal verdad espiritual.

Convertirnos es, más que nada, tratar de obviar los malestares que nos aquejan y que son provocados, muchas veces, por nuestra bajeza espiritual y por nuestro modo particular de entender las cosas de Dios, nuestro Padre del Cielo. Andamos a ras de tierra sin darnos cuenta de que valemos, para el Creador, todo lo que creyó que era muy bueno cuando lo creó: hombre y mujer los hizo y pensó, el Misericordioso, que éramos buenos.

Andar sobre las ascuas
de nuestra vida,
quemando el corazón
y entregándolo
al quien lo deshace
con sus mundanidades
y vernos, totales,
ante el vacío de la fosa.

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22.02.12

Como luz en la tiniebla -Desde nuestras propias cenizas

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Hoy es Miércoles de Ceniza. Cuando se nos imponga el resto quemado de las palmas de la anterior Semana Santa, tendremos una obligación contraída con Dios: arrepentirnos y creer en el Evangelio. Así, arrepentidos, debemos resurgir de nuestras propias cenizas para caminar, hacia el definitivo Reino de Dios, en la seguridad de haber cumplido con nuestra obligación de hijos de Dios.

Valga este poema para impelernos, en efecto, a elevarnos sobre las cenizas de nuestro pecado e ir más allá de este mundo que, a veces, nos atrapa en exceso. Y Cristo como testigo y como Salvador.

Como luz en la tiniebla
Desde nuestras propias cenizas

Luz en la tiniebla

“Feliz aquel que, al encontrarme,
no se aleja desilusionado”

(Mt 11,6)

I

Miro, con la luz escasa que tienen
mis ojos mundanos,
el arrebato de tus manos ensangrentadas
y pendentes.

Desde que el cielo se cubrió de espanto
y callaron los ríos
su deambular sereno,
desde que fueron ausencia;
desde que los harapos que vestir te dejaron
cayeron como jirones
de tristeza, desde que supieron de las lágrimas
de tu madre al ser, por sus labios,
besados;
desde que tu cuerpo fatigado y tu espíritu liberado
se fundieron en una sola alma
y caminaste hacia tu definitiva morada;

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10.11.11

Ayer y mañana

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Alabar a Dios

Nosotros somos herederos de lo que fuimos y, sobre todo, la sociedad en la que vivimos recibe, también de sus progenitores pasados los frutos de las semillas que aquellos otros nosotros sembraron.

El tiempo pasado, no tan lejanamente hablando, ese ayer nuestro, es momento en que el espíritu humano, llevado de la mano sabia de Dios, se encumbra buscando, tratando de comprender esos misterios que son la esencia de nuestro existir (el origen de la vida, la humanidad misma, la verdad de la Verdad, etc.) Desde un Agustín de Hipona hasta el Cardenal Newman, pasando por Tomás de Aquino y sin olvidar los diversos estratos de nuestro pensamiento cristiano, que muy bien podemos tocar con nuestros propios ojos y pensamientos hoy mismo (el mismo beato Juan Pablo II fue ejemplo de de fe y razón y Benedicto XVI muestra presente de teología y vida); desde aquellos primeros cristianos que fundamentaban su fe en la vivencia personal de la misma y transmitieron, como siguiendo al Deuteronomio (6, 4, ese shemá judío y, también, y por eso, nuestro) esos principios que eran causa de sus padecimientos hasta que Constantino remedió su sufrir aunque los hiciera, a lo mejor, más cómodos y, a veces, más muelles para con el mundo.

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