Malestares

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Malestares

Si hay algo que caracterice al tiempo de Cuaresma es la conversión. Así, confirmamos que estamos dispuestos a hacer propósito de enmienda y a tratar de ser buenos y mejores. Y esto porque un hombre, hijo de una joven llamada María, se empeñó en morir por todos para que, al menos, se salvara quien en Él creyera y confesara tal verdad espiritual.

Convertirnos es, más que nada, tratar de obviar los malestares que nos aquejan y que son provocados, muchas veces, por nuestra bajeza espiritual y por nuestro modo particular de entender las cosas de Dios, nuestro Padre del Cielo. Andamos a ras de tierra sin darnos cuenta de que valemos, para el Creador, todo lo que creyó que era muy bueno cuando lo creó: hombre y mujer los hizo y pensó, el Misericordioso, que éramos buenos.

Andar sobre las ascuas
de nuestra vida,
quemando el corazón
y entregándolo
al quien lo deshace
con sus mundanidades
y vernos, totales,
ante el vacío de la fosa.

También puede venir a ser la conversión olvidar, quizá para siempre, la desazón que no nos permite respirar en un ambiente espiritual sano; abandonar la blasfemia continua de ciertos ambientes sociales y la dejación de la fe por parte de nuestros propios hermanos, hijos de Dios también que han preferido el mundo a su Padre Omnipotente; no tener presente, si es que eso es posible, la malsana costumbre de tener por extraordinaria la lectura de la Palabra de Dios como si de una rara avis se tratara, sílabas que casi nunca vienen a la mente del creyente cuando se le pone ante los ojos tal o cual aspecto de lo que cree.

Verse reflejado
en el rostro de Cristo
y mirar para otro lado
por vergüenza
o por no poder soportar
una verdad tan bella
nuestro mundano corazón.

Malestares que agobian nuestro corazón del que no sale la abundancia de la que habla la Santa Escritura sino, al contrario, pacato consentimiento ante las propuestas de dejación de nuestra fe; malestares varios con los que nos crucificamos sin perdonar a los que sí saben lo que hacen al respecto de nosotros porque nos tienen por suyos, vicios y carnalidades, concupiscencias tres que no queremos ni dejar ni abandonar ni olvidar. Porque somos así: hijos de Dios que se han dejado enseñorear por la tierra que el Creador les dio para que fuera suya y, al contrario, ha caído en manos del Príncipe de este mundo, Bestia que nos ha marcado la frente y la mano y, a nuestro gusto, ha tomado posesión de lo poco puro que quedaba de nuestro corazón.

¡Luz, luz! pidamos luz
que nos ampare
y nos saque de nuestra
flaqueza de hombres
no divinos sino humanos,
en exceso poseídos
pero libres, aún,
de tomar como nuestro
el partido de Dios.

Por eso, si hay algo que caracteriza a la Cuaresma es la conversión y algo que nos caracteriza a nosotros son los malestares que queremos echar fuera, como exorcismo de lo malo que nos posee. Y tender manos y corazón a Dios que, con Cristo, nos perdonó y perdona.

Eleuterio Fernández Guzmán

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1 comentario

  
Javiergo
Eleuterio, me ha encantado su post, que es sumamente edificante y una buena meditación para esta etapa litúrgica fuerte que estamos empezando a vivirnos ya los cristianos. No cabe la menor duda de que tiene usted entera razón cuando afirma que si hay algo que caracterice al tiempo de Cuaresma es la conversión. Ya en la Lectura del Evangelio del Primer Domingo de Cuaresma -que usted comentó estupendamente el pasado 26 de febrero- pudimos contemplar, una vez más, ese episodio tan impresionante en el que Jesús, sintiendo la llamada del desierto, se enfrentó a las tentaciones del maligno y las venció. – Todos somos capaces de reconocer, sin duda, el lugar del desierto en nuestras vidas: una enfermedad grave, la muerte de un ser querido, el desmoronamiento de una amistad o de un amor, la pérdida de un empleo, el debilitamiento de nuestra fe, el terrible impacto producido por la conciencia viva de nuestras limitaciones, etc., etc. Estos lugares son un desierto porque nos aíslan de manera que el mundo exterior no pueda alcanzarnos. Son experiencias por las que, en última instancia, debemos pasar solos. Puede haber otras personas en nuestro entorno, pero es como si descendiera un velo entre nosotros y ellos que nos deja a solas para que luchemos por y con nosotros mismos… Esta es la razón por la que la llamada que Cristo hace a la conversión pasa previamente por la experiencia del desierto en nuestras vidas. La Buena Nueva del Reino de los Cielos se entiende únicamente y se acoge desde el desierto, no cabe duda de ello. Es el sentido de la conversión de tantas personas que se encontraban en situaciones extremadamente difíciles -en sentido existencial- y han cambiado radicalmente, porque desde el desierto de la vida (tan opuesto al ruido del mundo) se puede oír a Dios. En esta Cuaresma requerimos por ello de mucho silencio, penitencia y oración. Un abrazo en Cristo Jesús
01/03/12 11:10 PM

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