Una ventana a la Tierra Media – El todo de Tolkien: 3. El Señor de los Anillos

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No podemos negar que enfrentarse, así, sin anestesia, a la obra cumbre de J.R.R. Tolkien no es poca cosa. Si, además, quien esto hace no es más que un simple lector del profesor de Oxford… en fin, como que la cosa no es nada fácil. Si, además, es más que sabido que hay personas infinitamente más preparadas para hacer eso que el que esto escribe… aún se complica más el asunto. 

Sin embargo, aunque sea a nivel puramente personal y pedestre creemos que algo podemos decir aunque mucho ya hayamos dicho, de hecho y verdad… 

El Señor de los Anillos ha pasado de ser una obra de literatura llamada fantástica (en todos los sentidos que comprende este adjetivo) a ser una obra casi, sin casi, de culto de todos aquellos lectores que ansían lo mejor a la hora de enfrascarse en determinadas aventuras. 

Es cierto y verdad que hace algunos decenios que ha traspasado el umbral de las páginas que contienen las aventuras y desventuras de la Compañía del Anillo. Y es que, al devenir obra esencial en este tipo de escritos, ha servido de base para muchas y variadas realidades. 

A nosotros, sin embargo, nos gusta El Señor de los Anillos en lo que es o, lo que es lo mismo, en sus miles de palabras y lo que suponen las mismas. 

Seguramente es cierto y verdad que todo lo que ha originado esta obra literaria, a saber, la música, los juegos, lo que se ha dibujado acerca de ellas y de sus personas o, en fin, todo lo que aquí no podemos poner por ignorar que exista (pero que seguro existe) está la mar de bien y muestra hasta dónde han llegado las aventuras de Frodo, sus amigos y sus enemigos, también. 

Esto lo decimos porque la trascendencia de ESDLA, que es también como, de forma abreviada se la cita, es más que mucha. 

Al respecto de esto, de las siglas ESDLA tenemos que decir que no son de nuestro gusto. Es decir, está bien resumir así el título pero no me digan ustedes que no es mejor decir, al completo, el mismo. Veamos esto: 

El Señor 

de los Anillos 

 

Así dicho, podría parecer algo estúpido. Pero, en realidad, decirlo así supone poner énfasis en los dos aspectos que conforman una obra como es ésta. 

Decimos, para empezar, y nos referimos a “El Señor”. Es decir, aquí hay alguien con poder, alguien a quien llamamos “Señor”. Y no quiere decir eso que lo tengamos por persona a la que respetar, así, en general, como cuando se dice, por ejemplo, “Es un todo un señor”, sino que en las circunstancias de la obra tal persona es considerada, en cuanto a poder, un Señor, alguien con un poder al quien se considera poderoso y se respeta, más por miedo que por lo que supone en sí el respeto merecido… 

Aquí “Señor” lo es en cuanto a lo que se supone de su circunstancia personal. Y es que sabemos que tal Señor es quien hace lo que luego sigue… 

“De los Anillos”. 

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Aquí todo cuenta. En primer lugar que hay un plural y que el mismo está puesto en mayúscula. Y no es poco importante una cosa y la otra. 

Es verdad, sí, sabemos que los Anillos son bastantes. Es decir, que cuando su hacedor, Sauron, se puso a fabricarlos pensó en todas las razas que tenía que dominar y allá que tal ser maligno hizo tantos como necesidad tenía. 

En todo caso tal Señor no lo es de cualquier cosa sino “de los Anillos” y, entonces, se supone que tiene poder sobre ellos y que culminará el mismo cuando tenga el “Único”. Entonces será el momento de dominar la Tierra Media que tantos siglos lleva esperando el más malo de todos, el señor de los señores del Mal cuyo nombre no vamos a citar para, siquiera, recordarlo aquí. 

Cierto es que nunca lo tendrá porque no era posible que el Mal pudiera triunfar sobre el Bien en una obra, en el fondo, con contenido más espiritual del que se pueda pensar. 

El Señor de los Anillos es posible leerlo desde muchos puntos de vista. En concreto, del que quien lo lea quiera pues es una obra literaria tan fantástica que, ciertamente, lo es, y deja más libertad al lector de lo que pudiera pensarse. Y así, podemos formar parte de la misma según entendamos es nuestra raza preferida, sentirnos identificados con tal o cual personaje o, en fin, querer seguir su propio destino… 

Es seguro que cuanto más digamos de esta obra maestra más grande será. Ahora bien, lo único que no nos puede gustar es que tuviera un fin y que muchas cosas quedaran, así, en vísperas de saber qué pasó con ellas. Y sí, los Apéndices nos sirven pero… 

Y entonces es cuando entra en juego nuestra propia imaginación. Y que cada cual aguante su espada, o su arco, o su…

  

 

Eleuterio Fernández Guzmán- Erkenbrand de Edhellond

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