J.R.R. Tolkien - Entre Bloemfontein y Bournemouth- Capítulo 7 – De clase con Tolkien

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Dijimos en el capítulo anterior que J.R.R. Tolkien vuelve de la guerra enfermo o, mejor, que lo envían a Inglaterra a curarse de la “fiebre de las trincheras”. Sin embargo, nunca más volvería al campo de batalla pues, además de tal enfermedad contrajo otras que le impidieron volver al continente. Así pasa el tiempo desde aquel momento en el que volvió a pisar tierra inglesa y el que consigue un puesto como lexicógrafo en el Nuevo Diccionario Inglés donde  su labor en el mismo se refleja en el estudio de entradas como waiscoat (chaleco), walnut (nuez o nogal) o, por ejemplo, walrus (morsa). Eso le obliga a trasladarse a Oxford desde Staffordshire donde vivía junto a Edith, su esposa y su hijo, el primero que nació, al que pusieron por nombre John Francis Reuel.

De todas formas, la vida universitaria de nuestro autor aún no había dado comienzo, digamos, de forma continua porque, aún creyendo que no le van a conceder un puesto en la Universidad de Leeds, lo solicita y cuál no sería su sorpresa (y la de Edith) cuando, en efecto, le conceden tal plaza y eso hace que, de nuevo, se trasladen desde Oxford al norte de Inglaterra donde, por cierto, nace su segundo hijo, de nombre Michael Hilary Reuel.

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No podemos negar que, siendo Tolkien como es y sabiendo que prefería un ambiente menos industrial que el de Leeds, parecía que se iba a arrepentir de un traslado así pero acaban integrándose perfectamente en su nueva ciudad. De tal manera lo hacen que en 1924 (tenía, entonces, apenas 32 años) lo nombran catedrático de Lengua inglesa con lo que contribuyó, y no nos extraña nada de nada, a que aquel departamento, el de Inglés, se convirtiera en el mejor de la nación aunque, no por eso, iba a olvidar fácilmente a Oxford. Y allí, además, nacería su hijo Christopher.

Prueba de esto último es que apenas un año después, en 1925 le ofrecen, por parte del Pembroke College de Oxford, la cátedra de Anglosajón. Y, como podemos imaginar, no debió dudar ni un segundo en volver a su amada ciudad y querida universidad, o al revés…

En Oxford, permanecería 20 años. Y allí nacería su hija Priscilla, en 1925. Además, sus alumnos le nombran “mejor profesor” pues, a pesar de que, al parecer, era atropellado a la hora de explicar por sus ansias de querer decir más de lo que la lengua ordinaria puede dar a la luz pública (vamos, que hablaba muy deprisa), se daban cuenta de que era un verdadero apasionado por aquello que enseñaba y que, de verdad, le gustaba lo que hacía. Y además, como tampoco es de extrañar, formó un grupo de profesores con los que analizaba las sagas islandesas pues ya sabemos la pasión que tenía J.R.R. Tolkien por tal tipo de temas…

Al parecer,  la vida que lleva la familia Tolkien es de lo más sencilla. Viven en Northmoor Road, situado a las afueras de Oxford y viven con la modesta paga que recibe el profesor. Y, como es de imaginar siendo el personaje como es, si bien no hacen viajes exóticos ni nada por el estilo sí que abundan sus visitas a los pueblos cercanos y los paseos campestres y no dejando, nunca, de crear, en su imaginación, aquellas realidades fantásticas que tanta fama acabaran dándole.

Es cierto y verdad que, dadas sus condiciones y circunstancias intelectuales, aquel hombre bien podía haber sido como lo eran muchos de sus compañeros de profesión, a saber, demasiado fríos y distantes de los alumnos y del resto de compañeros. Sin embargo, era una persona con la que la comunicación era muy fácil y era considerado, en el buen sentido de la palabra, bueno. Eso sí, muy molesto se manifestaba por lo que creía era una clara degradación de la Inglaterra rural en favor, más que malo para él como luego se vería en su obra escrita, del maquinismo y los supuestos “avances de la tecnología”.

De todas formas, aunque Tolkien abandonara Leeds para irse a Oxford, no por eso dejó de ser un profesor muy querido en la universidad que le había dado la oportunidad de empezar a demostrar toda su valía. Y, aunque podemos decir que dados los problemas que tenía a la hora de manifestar su discurso (como hemos dicho arriba) por problemas que, ya desde niño, tenía acerca de su dicción, no por eso sus alumnos dejaron de considerar que era un auténtico privilegio asistir a las clases de alguien que transmitía muy bien aquello que quería fuese conocido.

Ejemplo de esto es lo que uno de sus alumnos recordó acerca de que era capaz de transformar el aula en una celebración vikinga donde él era el bardo y los presentes (alumnos y compañeros profesores) los oyentes que eran invitados al festín.  Y es que por mismo, el poeta W.H. Auden, que era alumno por aquellos días, escribiría a Tolkien años después para agradecerle su trabajo y declararse admirador suyo tras tener una experiencia gozosa al escucharle recitar el poema “Beowulf” en inglés antiguo de tal forma que pareció recordarle al mismísimo Gandalf.

Al respecto de cómo era en cuanto estudioso, no es difícil entender que fuera un perfeccionista y que sometiera a sus estudios a los más minuciosos detalles para llegar a conclusiones, inesperadas por unos e incomprensibles para otros más dados a lo ordinario de la superficie sin el ahondamiento del amor por lo que se hace y el querer tener un conocimiento de la lengua y de todo lo que eso implica lo más profundo posible.

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Nuestro autor no deja de ejercer como profesor. Y no lo hace sólo en Oxford, digamos su lugar “cuna” de donde todo nace, sino que ofrece su sabiduría colaborando como investigador externo en algunas universidades de Inglaterra; también hace nuevos diseños de los programas de estudios de su departamento, el de Inglés, de Oxford y, por si eso no fuera ya suficiente, aún tiene tiempo para dar a la luz ensayos sobre filología considerados los más importantes de los años 30 del siglo pasado. Y sí, no podemos dejarnos en el tintero la conferencia de título (¡cómo no según el tema que era!) “Beowulf: los monstros y los críticos”, pronunciada el 25 de noviembre de 1936. Y en la misma dice, por ejemplo:

“En Beowulf tenemos, así pues, un poema histórico sobre el pasado pagano, o bien un intento de crear uno —la fidelidad histórica sobre la que se asienta la moderna investigación no fue, desde luego, tentada siquiera—. Es un poema obra de un hombre letrado que escribe sobre tiempos antiguos; que, mirando hacia el heroísmo y la pena, siente en ellos algo permanente y simbólico a la vez.”

¿Acaso no son esos “tiempos antiguos” los que anhela Tolkien y son el devenir de sus obras?

  

(Continuará)

   

Eleuterio Fernández Guzmán- Erkenbrand de Edhellond

Para leer el Prólogo

Para leer el Capítulo 1.

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Para leer el Capítulo 5.

Para leer el Capítulo 6.

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