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13.02.21

La Palabra para el Domingo - 14 de febrero de 2021

Hoy es San Valentín. Artículo aquí.

 

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Como es obvio, hoy no es domingo 14 sino sábado, 13 de febrero de 2021. Esto lo decimos porque hemos publicado hoy el comentario del Evangelio que siempre hemos traído aquí en día, precisamente, domingo. Sin embargo, un amable lector, sacerdote, me hizo la sugerencia de poner el comentario del Evangelio del primer día de la semana, el sábado porque, como es verdad y lamento no haberme dado cuenta, el texto del Evangelio de la Santa Misa del sábado por la tarde es el del domingo siguiente.  

 

 

 

 

Mc 1, 40-45

 

“40 Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: ‘Si quieres, puedes limpiarme.’ 41     Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio.’ 42 Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio.43 Le despidió al instante prohibiéndole severamente: 44 ‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.’ 45  Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús  presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y acudían  a él de todas partes.”

 

 MEDITACIÓN

 

1.-Es conocida la existencia, para aquellos que tienen un conocimiento del contenido del cristianismo, de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Mientras que, mediante la primera de ellas sabemos que la existencia, por ejemplo, de Dios, es real aunque no podamos probarla con medios humanos (recordemos lo que le dijo Cristo a Tomás cuando se apareció a los discípulos y sabía lo que el incrédulo había dicho; y le dijo: Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído, Jn 20, 29); en virtud de la esperanza esperamos nuestro bien y, extendiendo ese pensamiento, el bien de todos aquellos que nos rodean; incluso, llevando al primer extremo (y no al último ya que esto ha de ser lo primero) lo que ha de ser la creencia cristiana; también deseamos el bien de todos, en general; y, por último, sabido es que la caridad es la Ley del Reino de Dios, y que, sin ella, nada de lo otro se entiende. 

Particularmente creo que en este texto de Marcos las tres virtudes citadas se dan la mano ayudándose unas a otras.

 

2.-La fe y la esperanza

Seguramente el leproso tenía conocimiento, o sabía quién era, la persona que se acercaba, o se alejaba, de él. Jesús, cuya fama ya había comenzado a extenderse, como podemos ver en Mc 1, 21-28, era a quien tenía que dirigirse si quería que ese terrible mal que le aquejaba desapareciera. Vemos, aquí, una esperanza que podríamos denominar antecedente de la fe, mediante la cual poner el sentido de una vida en manos de otro se asiente en la voluntad de cambio. 

El leproso, al decir si quieres…expresa, por una parte, el hecho de que el Mesías tenía el poder de curarlo. Era, así, expresión, de conocimiento natural del Hijo de Dios. Confiado, con la esperanza netamente intacta, pues de tal gravedad era su enfermedad que no otra cosa podía hacer, se acerca, es decir, va hacia Jesús en busca de algo más que consuelo. Puedo decir que tiene puesta su esperanza en una fama que precede al Enviado y, por eso, una fe primera que acentúa su existir. Busca porque cree que ha encontrado solución a su situación. Ve en aquella persona, rodeada de otras, una luz que, posiblemente, podía iluminar su ser. 

Como reconocimiento a esa divinidad que ve en Jesús, se pone de rodillas, signo de sometimiento al Señor; pero de un someterse suplicante, demandante de ayuda, esperanzado, implorante. Y de rodillas espera la acción del que cura, salva, sana…perdona. 

Y la curación que espera no es sólo física. Conocida es la relación que, para el pueblo judío, existía entre enfermedad y pecado, la una era según pensaban, resultado del segundo –bien fuera de derivación familiar o propiamente personal del enfermo-. Pues bien, la esperanza de este leproso, aquejado por ese mal que lo apartaba de forma radical de la sociedad, era, aunque de forma indirecta, seguramente pensaba, que el pecado que la había ocasionado tal mal (aunque realmente no fuera así) podía ser borrado por aquel que era capaz de echar demonios del cuerpo de otros. Por eso, la confianza en Jesús debía de correr pareja a todo aquello que lo aquejaba: muy grande, pues grande era esa necesidad. 

Y como el magisterio de Jesús limpia el corazón de las acechanzas del maligno, lo libera de las inmundicias del mundo en que vivimos, se compadeció de él, hizo uso de esa virtud fundamental: la caridad.

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