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30.01.21

La Palabra para el Domingo - 31 de enero de 2020

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Como es obvio, hoy no es domingo 31 sino sábado, 30 de enero de 2021. Esto lo decimos porque hemos publicado hoy el comentario del Evangelio que siempre hemos traído aquí en día, precisamente, domingo. Sin embargo, un amable lector, sacerdote, me hizo la sugerencia de poner el comentario del Evangelio del primer día de la semana, el sábado porque, como es verdad y lamento no haberme dado cuenta, el texto del Evangelio de la Santa Misa del sábado por la tarde es el del domingo siguiente.  

 

 

 

Mc 1, 21-28

  

“21 Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. 23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24 ‘¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.’ 25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: ‘Cállate y sal de él.’ 26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. 27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: ‘¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.’ 28  Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea”.

      

 

COMENTARIO

 

La doctrina sabia del Hijo de Dios

 

Jesús continúa su labor. Es de suponer que iba con sus recientes discípulos, y así “llegan a Cafarnaúm” . 

Como diría el Mesías que no había venido a abolir la Ley y los Profetas sino a dar cumplimiento (Mt 5, 17), nada mejor que acudir al lugar donde tenía expresión natural ese hacer lo que la Ley indicaba: la sinagoga, lugar de culto, reunión y difusión de la norma de Moisés y del resto de Sagradas Escrituras hasta entonces tenidas como tales. 

Pero el hecho de ir a la sinagoga era, para Jesús, un medio directo y práctico de hacer explícita su enseñanza; era, como dijo, el dar verdadero cumplimiento a la Ley de Dios. Porque allí no se limitaba, sobre todo, a leer los textos disposición de los asistentes. Allí enseñaba, es decir era rabbí (maestro). 

Y como enseñar es explicar lo que se sabe, aprendido y aprehendido lo mejor posible, su enseñanza, derivada directamente de su naturaleza divina, no podía ser otra que la verdadera Palabra de Dios. De ahí que lo hiciera con “autoridad”, pero no sólo con autoridad, sino “como quien” la tenía. Es expresión, como quien, determina, claramente que otros no la tenían. Estos, los escribas, eran percibidos, incluso por muchos de sus oyentes, como presuntos entendidos en la Ley de Dios. Y digo “entendidos” porque parece que sólo enseñaban con potestas, es decir, con potestad, derivada de su situación social y jurídica. Vamos, con ese poder, al fin y al cabo. Sin embargo, esa superioridad legal no lo era moral para muchos ya que, casi con toda seguridad, en su vida no había total concordancia entre lo que decía y lo que hacían. 

Sin embargo, estas primeras apreciaciones de aquellos que oían a Jesús, este enseñar con autoridad, ya determinaba, a las claras, una conducta correcta, una actitud de vida que concordaba, aquí sí, con lo que salía de su boca, que era lo que salía de su corazón. No obstante era la boca de Dios. 

Vemos, pues, que Jesús, por una parte, para no ser tachado de contrario a la Ley, como no podía ser de otra forma, y como él mismo dijo, cumple con el precepto del sábado de acudir a la sinagoga. Pero, para no desmentirse a sí mismo, para dejar claro Quién era, da a la Palabra de Dios (entonces contenida en las Sagradas Escrituras y que hoy llamamos, más en concreto, Antiguo Testamento) un significado no distinto, sino exacto y verdadero. De aquí ese como quien tiene autoridad, pues bien sabían sus oyentes, con toda seguridad personas sencillas del pueblo y dotadas de ese “instinto” de autenticidad en el comportar de quien enseña (aunque, claro, también habría escribas y fariseos) que suple al conocimiento de lo enseñado, que esa forma de transmitir les llegaba, que era así como ellos querían que fuese su enseñanza. 

De ahí su pasmo del que luego diremos algo. 

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