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7.03.19

¿El feminismo radical en el poder?

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Resulta curioso, pero cuando uno va a guardar el título de este artículo en la memoria, por ejemplo, del ordenador, no le deja, el sistema, ponerle los signos de interrogación. Y resulta curioso porque de algo que se quiere preguntar resulta una afirmación. Así, pasamos de querer saber si el feminismo radical tiene el poder a afirmar, que sí, que lo tiene. 

En realidad, esto deber una, digamos, manifestación del subconsciente que acaba diciendo lo que, en verdad se cree aunque, para eso, colabore una máquina… 

Esto dicho arriba no es una ocurrencia y, ni siquiera, una broma es.  Y es que, en verdad, pareciera que el feminismo más radical tiene el poder cogido por donde se puede coger el poder: por lo políticamente correcto y por la cobardía de muchos y la conveniencia de otros muchos… 

Al parecer, el ser humano de sexo masculino (nada de género, que es una manipulación propia de la ignorancia con intenciones torcidas, antinaturales y malsanas. Y aplíquese esto todo aquel que eso crea, sea quien sea quien lo crea…) ni vale nada ni nada puede esperar de un mundo donde, al parecer, la mujer (cierto tipo de mujer, digamos, roja) cree que ha llegado su momento de no sabemos qué. 

El caso es que últimamente parece que cierto feminismo se ha subido a la parra y ha dado, desde ella, todos los mandobles que se  le han dejado dar. Y, curiosamente, todos van destinados a lo mismo como si se tratase de una obsesión enfermiza (y, esto, que lo sea, a lo mejor, las disculpa…): el hombre es el enemigo número uno de la mujer. O eso quieren dar a entender. 

Al parecer, el hombre sólo ha hecho daño a la mujer a lo largo de la historia: se ha servido de ella,

la ha manipulado,

la ha aislado del mundo para que no saliera al mismo y demostrara de lo que es capaz,

la ha insultado,

la ha vejado (dicen que todas las mujeres han sufrido, alguna vez, machismo, lo cual es, en sí mismo, una exageración y una generalización propia de mentes estrechas) y, en  fin, que no hay hombre al que no se le pueda zaherir por el mero y simple hecho de serlo. 

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