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11.12.18

Camino a Nochebuena y Navidad – Sexto paso: ansiar las promesas mesiánicas

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Camino a Nochebuena y Navidad – Sexto paso: ansiar las promesas mesiánicas

 

Demos un paso más en este tiempo de Adviento: ansiemos, ansiemos, ansiemos lo que Dios quiere para nosotros. 

Suele decirse, a este respecto y porque es verdad, que el Antiguo Testamento no es un libro, digamos, propio del pueblo judío y ya está. No. En realidad, como forma parte de la historia de la salvación del ser humano tiene mucho que ver con el ahora mismo. Y, claro está, tiene que ver mucho con la venida del Mesías a quien el pueblo elegido por Dios estuvo esperando durante muchos siglos (era promesa del Todopoderoso enviarlo). 

Decimos estuvo esperando porque ahora, precisamente ahora, en estos días que van desde que el Primer domingo del tiempo de Adviento hasta la Nochebuena y la Navidad, recordamos que sí, que vino el Enviado de Dios y que vuelve a nacer. 

En realidad, lo que dejaron escritos muchos autores inspirados por el Espíritu Santo en aquellos antiguos libros no es, sino, la fijación por escrito de que, en efecto, la promesa de Dios iba a cumplirse. Y eso lo vemos, más que bien, en el profeta Isaías cuando describiría a la perfección el sufrimiento del Cordero de Dios. 

Eso, claro está, ocurriría mucho más tarde de lo que ahora vamos a celebrar. Pero valga este ejemplo para decir eso tan sabido según lo cual en el Antiguo Testamento está Cristo entre las líneas de tan sagrado y amado texto. 

Pues bien, es de esperar que, como eso es así, lo que ansiaba el pueblo escogido por Dios sea, también, esperado por nosotros. Y, por decirlo de una forma que sea fácil de entender ahora, en este tiempo de Adviento, nosotros también debemos ansiar las promesas mesiánicas que no han pasado ni de moda ni de tiempo. Y es que nada de aquellas ansias quedaron ancladas en siglos tan antiguos sino que son realidad tan presente porque, a veces por desgracia, la segunda venida del Hijo de Dios ha necesidad de que ansiemos determinadas realidades aunque, claro está, la necesidad no es por parte de Cristo sino de nosotros mismos.

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