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18.03.16

San Josemaría y la lucha interior . Los enemigos ciertos de nuestra lucha interior

¿Cómo entiende el fundador del Opus Dei la lucha interior? ¿Cómo cree que debe plantearse la misma cada hijo de Dios? o ¿Es posible salir vencedor de tal enfrentamiento con nosotros mismos?

El joven Escrivá sabía de luchas interiores porque era una criatura de Dios consciente de lo que eso supone. Por eso, en el punto  729 de “Camino” exclama “¡Oh, Dios mío: cada día estoy menos seguro de mí y más seguro de Ti! Reconocía, por una parte, su propia debilidad y por otra la tabla de salvación que tenía en el Creador.

Entre las muchas homilías que se encuentran recogidas en “Es Cristo que pasa” la que corresponde al 4 de abril de 1971, a la sazón Domingo de Ramos, tiene como objeto, entre otros, manifestar qué es la lucha interior y cómo ha de encarar el discípulo de Cristo la misma.

Y es que el cristiano, como persona que se inmiscuye en el mundo porque en el mundo vive y habita, ha de enfrentarse contra aquella tendencia, natural y propiamente humana, de actuar en contra de la voluntad de Dios y en perjuicio directo de su propia existencia. Ahí se encuentra la lucha interior y ahí, exactamente, el Espíritu de Dios echa su cuarto a espadas en la defensa de sus hijos.

Si hay, por lo tanto, una lucha que el cristiano debe, siempre, afrontar, es la que ha de tener con su propio corazón. Pero también reconocemos que la dificultad que encierra tal lucha es grande porque el mundo y sus llamadas hacen, a veces, difícil la pervivencia de la llama de la fe.

Tenemos, por tanto, enemigos que batir en nuestro corazónmundo, demonio y carne. Y, aunque pueda parecer que se trata de un posicionamiento algo antiguo, que cada cual haga examen de conciencia y vea si es o no cierto lo dicho por san Josemaría.

Muchas veces, sin embargo, caemos y nos dejamos llevar por nuestras humanas inclinaciones. Bien sabemos que, como dijo san Pablo, a veces hacemos lo que no debemos a pesar de que sabemos que no debemos hacerlo. Sin embargo, ante esto, nos dice el autor de Camino lo siguiente (punto 711):

“Otra caída… y ¡qué caída!… ¿Desesperarte?… No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. —Un “miserere” y ¡arriba ese corazón! —A comenzar de nuevo”.

Es decir, en nuestra lucha interior no estamos solos. Ni mucho menos. Muy al contrario, nos acompañan tanto Jesús como su Madre, María. Así bien podemos decir que nuestro camino no es tan arduo… aunque lo sea.

Eso mismo nos dice en otro puntoel 721:

Si se tambalea tu edificio espiritual, si todo te parece estar en el aire…, apóyate en la confianza filial en Jesús y en María, piedra firme y segura sobre la que debiste edificar desde el principio”.

Pero… ante esto, ¿Qué podemos tener como seguro? Pues algo muy sencillo:

¡Que cuesta! —Ya lo sé. Pero, ¡adelante!: nadie será premiado —y ¡qué premio!— sino el que pelee con bravura”.

En este punto, el que hace 720 de “Camino” nos pone, sobre nuestros hombros, una carga que ha de ser gozosa: hay que pelear con bravura y no vale mantenerse al margen de lo que, espiritualmente, nos pase.

Y, sobre todo, lo siguiente (punto 733):

Confía siempre en tu Dios.-Él nunca pierde batallas”.

Digamos, ya para terminar, que en el texto de la homilía que aquí traemos se ha respetado la división que ha hecho de la misma el libro citado supra “Es Cristo que pasa” donde está contenida (numerando, así, según consta en el mismo). Lo único que hemos hecho, de nuevo, por así decirlo, es titular cada uno de los apartados relativos, precisamente, a la lucha interior además, claro está, comentarlos.

                                 

 Los enemigos ciertos de nuestra lucha interior

 (77)

Pero nos acecha un potente enemigo, que se opone a nuestro deseo de encarnar acabadamente la doctrina de Cristo: la soberbia, que crece cuando no intentamos descubrir, después de los fracasos y de las derrotas, la mano bienhechora y misericordiosa del Señor. Entonces el alma se llena de penumbras —de triste oscuridad—, se cree perdida. Y la imaginación inventa obstáculos que no son reales, que desaparecerían si mirásemos sólo con un poquito de humildad. Con la soberbia y la imaginación, el alma se mete a veces en tortuosos calvarios; pero en esos calvarios no está Cristo, porque donde está el Señor se goza de paz y de alegría, aunque el alma esté en carne viva y rodeada de tinieblas.

Otro enemigo hipócrita de nuestra santificación: el pensar que esta batalla interior ha de dirigirse contra obstáculos extraordinarios, contra dragones que respiran fuego. Es otra manifestación del orgullo. Queremos luchar, pero estruendosamente, con clamores de trompetas y tremolar de estandartes.

Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es ese agua menuda, que se mete, gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es despreciar la pelea en esas escaramuzas, que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de Dios.

Oigamos al Señor, que nos dice: quien es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho, y quien es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho. Que es como si nos recordara: lucha cada instante en esos detalles en apariencia menudos, pero grandes a mis ojos; vive con puntualidad el cumplimiento del deber; sonríe a quien lo necesite, aunque tú tengas el alma dolorida; dedica, sin regateo, el tiempo necesario a la oración; acude en ayuda de quien te busca; practica la justicia, ampliándola con la gracia de la caridad.

Son éstas, y otras semejantes, las mociones que cada día sentiremos dentro de nosotros, como un aviso silencioso que nos lleva a entrenarnos en este deporte sobrenatural del propio vencimiento. Que la luz de Dios nos ilumine, para percibir sus advertencias; que nos ayude a pelear, que esté a nuestro lado en la victoria; que no nos abandone en la hora de la caída, porque así nos encontraremos siempre en condiciones de levantarnos y de seguir combatiendo.

No podemos detenernos. El Señor nos pide un batallar cada vez más rápido, cada vez más profundo, cada vez más amplio. Estamos obligados a superarnos, porque en esta competición la única meta es la llegada a la gloria del cielo. Y si no llegásemos al cielo, nada habría valido la pena”.

 

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Hasta ahora hemos visto que, a tenor de la espiritualidad de san Josemaría, el ser humano creyente (seguramente también el que no lo es aunque no lo sepa) ha de luchar contra las tendencias excesivamente humanas de comportarse contra la voluntad del Creador. Nuestra naturaleza caída, señalada eternamente por el pecado original, las tiene y más que marcadas. También, eso es cierto, tenemos los instrumentos espirituales aptos para oponernos a las mismas y salir vencedores de lo que es, al fin y al cabo, una exacta lucha interior.

Y es que, por decirlo pronto, tenemos unos claros enemigos que, no por casualidad, están incardinados en nuestro propio corazón.

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17.03.16

El rincón del hermano Rafael – Entregarse así

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.   

Nosotros vamos a dedicar nuestra atención a un libro en particular. Recoge los diarios de San Rafael Arnaiz entre el 16 de diciembre de 1937 y el 17 de abril de 1938y está editado por la Asociación Bendita María.

Vayamos, de todas formas, ahora mismo, a escribir sobre el protagonista de esta nueva serie.

Cuando Dios tiene a bien escoger a uno de sus hijos para que siga una vida de fe acentuada hace que se note desde la corta edad. Y eso era que le pasaba a Rafael: daba muestras de que las cosas de Dios le interesaban más que al resto de sus compañeros de la infancia.

Sin embargo, desde temprana edad enfermó y empezó a llevar su particular cruz.

Aunque Rafael, dotado de una precoz inteligencia, parecía tener una vida en el mundo, en el siglo, de especial importancia (se matriculó en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid) no podía evitar, ni quería, su voluntad de profundizar en su vida espiritual.

Tal es así que ingresó en el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas el 15 de enero de 1934.

La enfermedad que arriba hemos citado, la diabetes sacarina, le obligó a abandonar el monasterio en tres ocasiones pero volvió en otras tres ocasiones porque bien sabía que no otro era el camino espiritual que debía seguir.

Cuando recién había estrenado los 27 años Dios lo llamó cabe sí un 26 de abril de 1938 siendo sepultado en el monasterio donde había ingresado para seguir una vida espiritual acorde con su voluntad de hijo del Creador.

El caso es que la fama de santidad de un católico tan joven y tan entregado a su fe no tardó en salir de los muros del monasterio. Y es que aquello que había escrito estaba dotado de una especial atracción. Tal es así que el 20 de agosto de 1989, san Juan Pablo II lo propuso como modelo para los jóvenes que iban a acudir a la Jornada Mundial de la Juventud a celebrar en Santiago de Compostela. Y unos pocos años después, en 1992 fue beatificado (el 27 de septiembre).

Pero, seguramente, no bastaba con el reconocimiento que se hacía entonces. El Beato Rafael iba a subir un escalón más en el Cielo y el 11 de octubre de 2009 el ahora emérito Benedicto XVI canonizaba a quien había sabido comunicar al mundo que sólo Dios era suficiente para llevar una existencia propia de un buen y fiel hijo.

Que Dios nos ayude a acercarnos lo mejor posible al pensamiento espiritual de San Rafael Arnáiz, el hermano Rafael. Y, de paso, le pedimos que  interceda por nosotros. 

 VIII-Dios-y-mi-alma

Entregarse así 

25 de marzo de 1938 – viernes

“Qué feliz soy en medio de mis penas y sacrificios… Qué feliz soy de poder ser un alma que sufre por Jesús… Qué feliz soy de poder poner mis ansias, mis deseos, mis flaquezas incluso, a los pies del Tabernáculo de Jesús.”

No podemos dejar de reconocer que el hermano Rafael, según la modalidad de pensamiento que impera hoy día, es un verdadero provocador.

Decir que es feliz entre aquello que hace sufrir y entre aquello que, al fin y al cabo, lo lleva al maltraer, debe ser cosa propia de alguien que tiene del dolor y del sufrimiento un concepto muy diferente a cómo suele tenerlo alguien mundano y habitante con gusto egoísta en un mundo hedonista.

Seguramente lo que pasa es que el San Rafael Arnáiz no es nada de eso sino, espiritualmente, mucho más y llega mucho más lejos que el común de los mortales contentos de estar en el siglo y no mirar más que a un lado o a otro olvidándose de hacerlo hacia arriba.

Lo bien cierto es que, en efecto, el hermano Rafael es un auténtico provocador. Pero lo es en el sentido según el cual lo que provoca en nosotros es pura y llana admiración espiritual. Digámoslo también: envidia, también provoca envidia… sana y provechosa.

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16.03.16

Libro: Santa Maravillas de Jesús

 

Santa Maravillas de Jesús                             Santa Maravillas de Jesús

Título: Santa Maravillas de Jesús

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 33

Precio aprox.: 4,20 € papel – 1 € Libro electrónico 

ISBN Papel: 5800115429926

ISBN eBook: 978-1-326-59679-8

Año edición: 2016

Los puedes adquirir en Lulu en versión papel y en versión libro electrónico.

Santa Maravillas de Jesús, de  Eleuterio Fernández Guzmán

 

Corría el 4 de noviembre de 1891 cuando nace en Madrid, en concreto en el número 36 de la calle de San Jerónimo, una niña a la que ponen por nombre María de las Maravillas Pidal y Chico de Guzmán. Tenía, además, otros tres hermanos y ella era la de menor edad. A pocos días, ocho, la bautizaron en la Parroquia de San Sebastián. Su primera comunión la recibió en el año 1902.

Los padres de María de las Maravillas estaban bien posicionados, socialmente hablando, porque don Luis y doña Cristina, eran, a la sazón, marqueses de Pidal. De ellos, el padre había sido Ministro de Fomento y por aquel entonces era Embajador de España en la Santa Sede.

Maravillas, por eso mismo, recibió una educación esmerada. Y es que hablaba perfectamente francés y entendía inglés.

Bien podemos decir que aquella niña apuntaba buenas maneras religiosas. Y es que se aficionó a la lectura de obras de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, mostrando un ánimo claro y determinado a consagrarse al Señor en virginidad.

No extraña para nada que decidiera entrar en las Carmelitas Descalzas sitas en El Escorial (Madrid) y que lo hiciera un 12 de octubre de 1919. Entonces recibió el nombre de Maravillas de Jesús.

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15.03.16

Un amigo de Lolo – La verdad del sufrimiento

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

 

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

La verdad del sufrimiento

 

“El aburrimiento, también, un filo cortante que rasga nuestra carne como un llamamiento o una exigencia, un disco que avisa del peligro de la superficialidad. El dolor, así, como cimiento de una joya. No importa que, al comienzo, sólo palpemos nuestra propia lágrima, el acento de nuestra queja. Pobres los que nunca han llorado, de los que hoy tampoco lloran. La verdad, como los granos, necesita del tiempo para henchirse y germinar. Se siembra en otoño y se cosecha al final de la primavera. Nos cae encima un dolor cualquier hora y el fruto tiene que estirarse en un ciclo de días y de años. Siempre se madura un poco más. Lo importante, con todo, es hacerse de la certeza de que la verdad va naciendo, que ya germina; que cierta fecha, la que figura estampada de rojo en el ciclo de nuestra vida, abriremos esa mano que se crispa hoy para hallar, sorprendidos, en medio la redonda, deslumbrante y majestuosa perla que ha cuajado nuestro propio sufrimiento.” (Las golondrinas nunca saben la hora, p. 220).

Cuando Jesucristo murió en la cruz a muchos aquella forma de dejar el mundo les pareció una locura; a otros, una necedad. Sin embargo, gracias a la entrega de sí que hizo el Hijo de Dios, nosotros, sus hermanos, podemos alcanzar la vida eterna y la salvación es posible para los pecadores hijos del Todopoderoso.

Eso, así dicho, ha de querer decir que el sufrimiento de Jesucristo tenía sentido. Es decir, que había cierto gozo, en el fondo gozo, en aquellos escupitajos, en aquella flagelación, en el camino hacia el Gólgota y, al final, en la sangre vertida una vez fue colgado de aquellos dos maderos.

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13.03.16

La Palabra del Domingo - 13 de marzo de 2016

 

 

  Jn 8, 1-11        

1 Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. 2 Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.3 Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio 4     y le dicen: ‘Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. 5 Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?’ 6  Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra.7 Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: ‘Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra.’ 8 E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. 9  Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. 10  Incorporándose Jesús le dijo: ‘Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?’11     Ella respondió: ‘Nadie, Señor.’ Jesús le dijo: ‘Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.’”

COMENTARIO

Una lección de amor y justicia de parte de Cristo

Hay que reconocer que el Mal es perseverante. Es decir que las intenciones que tiene de provocar, en los hijos de Dios, daño que sea irreparable, no cesan con nada. Siempre está al acecho para ver si nos hace caer en sus trampas.

A Jesús, como podemos imaginar, le tenía mucha inquina el Maligno. Y se adueñaba de los corazones de aquellos que no lo querían nada de nada. Y si eso no era suficiente, les ponía en bandeja casos como, por ejemplo, el de aquella mujer sorprendida en adulterio.

Aquí no se nos dice que Jesús diga que aquella mujer no fuera adúltera. No. La realidad era la que era pero, por encima de la misma, había algo más: Dios, su misericordia, el amor y el perdón. Y todo eso era, seguramente, demasiado para según qué tercos y duros corazones.

De todas formas, podemos imaginar los pensamientos de aquellos que habían llevado ante el Maestro a la mujer a la que había cogido, por decirlo así, in fraganti, cometiendo adulterio. En su mente sólo había una acción: apedreamiento. Y es que no lo decían por ellos sino que otro, Moisés, ya había establecido tal pena para tal acción. Y ellos, ¡hala!, a aplicar la ley y aquí paz y allá gloria.

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