Reseña: Colección Fe sencilla - En los altares: “San José Sánchez del Río, el niño mártir” -

 

San José Sánchez del Río, el niño mártir                      San José Sánchez del Río, el niño mártir

Título: San José Sánchez del Río, el niño mártir

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 23

Precio aprox.: 4 € en papel –1 € formato electrónico.

ISBN: 5800117879200 papel; 978-1-326-75397-9 electrónico

Año edición: 2016

Los puedes adquirir en Lulu.

                            

San José Sánchez del Río, el niño mártir, de Eleuterio Fernández Guzmán

 

NOTA PREVIA:

Con este libro, el que esto escribe da comienzo a una serie de libros a los que engloba en una colección de título “Fe sencilla”. La misma irá referida a una serie de temas como, por ejemplo, a los Papas, a sus textos publicados; a aquellos hermanos en la fe que han subido a los altares; a la salvación eterna, etc. Todo ello en la medida que Dios ilumine su mente y su corazón.

 

Y ahora pasemos al primer texto de esta Colección Fe sencilla.

 

El 28 de marzo 1913 nace en Sahuayo, Michoacán (México), un niño a quien ponen el nombre de José Luis. Sus padres, Macario Sánchez y María del Río, eran fervientes católicos con una fe bien asentada en el corazón.  Fue bautizado el 3 de abril de aquel mismo año en la Iglesia parroquial de su pueblo. Años después, recibiría los Sacramentos de la Eucaristía y la Confirmación en el mismo Templo. 

En 1821, a través del Plan de Iguala, se decide la independencia de México de España. En 1855 da comienzo una revolución liberal liderada por Benito Juárez con una característica muy concreta: era anticristiana o, mejor, anticatólica. Dos años más tarde, impone la Constitución de aquel año de 1857 y las leyes de Reforma de 1859. Empieza, así, una clara persecución en contra de la Iglesia católica.

Es más, la legislación de aquel tiempo atentaba, directamente contra muchos aspectos relacionados con la Iglesia católica. Y es que establecía, entre otras cosas, la nacionalización de los bienes eclesiásticos, la supresión de las órdenes religiosas, la secularización de cementerios, hospitales y centros benéficos, etc. Además, se trató de crear una Iglesia mexicana cismática con el fin de dividir a la Esposa de Cristo.  

Y, como no vaya a pensarse que el pueblo creyente mexicano iba a quedarse mirando para otro lado cuando se perpetraban actos tan deshonestos y tan vulgarmente impiadosos, ya se levantó, como sucedería luego en La Cristiada (1926-1929), en contra de tanto desafuero. Así, durante los años 1858 a 1861 el pueblo católico mexicano se puso contra las leyes y reglamentos que se habían hecho para oponerse de frente a la Iglesia que había fundado el Hijo de Dios.

Y así pasaron unos decenios de opresión a la creencia católica.

Cuando, dadas las circunstancias por las que pasaba la Iglesia católica mexicana y tras la aplicación “exacta” de la ley laicista por parte del Presidente Calles y sin haber hecho el más mínimo caso a la Carta pastoral de los obispos mexicanos de fecha 25 de julio de 1926 en la que se decía que “ese Decreto y los Artículos antirreligiosos de la Constitución sean reformados”, el 31 de julio de aquel mismo año se ordenó la “suspensión del culto público en toda la República”, el pueblo creyente tuvo que creer y estar en seguridad de que había llegado el momento. 

Empezó, pues, el alzamiento de los cristeros en agosto de 1926. Tuvo la inestimable ayuda de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa que había sido creada, con el fin de defender tal libertad, en marzo del año anterior, 1925.

¿Qué pasa en Roma? 

Es seguro que Pío IX estaba preocupado por lo que pasaba en aquella parte de la cristiandad católica. Por eso publica (18 de noviembre de 1826) la encíclica “Iniquis afflictisque” en la que dice, entre otras cosas que “Ya casi no queda libertad ninguna a la Iglesia (en México), y el ejercicio del ministerio sagrado se ve de tal manera impedido que se castiga, como si fuera un delito capital, con penas severísimas” (11). Tiene, también, en cuenta a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa cuando dice, de ella, que se extiende “por toda la República, donde sus socios trabajan concorde y asiduamente, con el fin de ordenar e instruir a todos los católicos, para oponer a los adversarios un frente único y solidísimo” (12). 

Pero el Santo Padre tiene en su corazón a todos aquellos que entregan su vida por su fe. Por eso escribe que “Algunos de estos adolescentes, de estos jóvenes -cómo contener las lágrimas al pensarlo- se han lanzado a la muerte, con el rosario en la mano, al grito de ¡Viva Cristo Rey! Inenarrable espectáculo que se ofrece al mundo, a los ángeles y a los hombres” (13). 

Y entre aquellos adolescentes, más bien niño, estaba nuestro santo José Luis Sánchez del Río. 

Aquel niño de pocos años tenía una fe católica bien sentada en su corazón. Por eso, no es de extrañar que albergara la voluntad de seguir a los que habían declarado la guerra al gobierno federal mexicano.Aquel niño resuelto a la lucha cristera, cayó muy bien entre sus compañeros cristeros. Y es que, ya desde el principio, los valores que muy bien había aprendido en el seno de su familia, los puso en práctica. Así, se distinguía por su actitud servicial para con todos sus compañeros: tanto se le veía engrasando las armas como friendo los frijoles de la comida o, algo que seguramente debía gustarle mucho, cuidando que a ningún caballo le faltara el sustento de comida y agua. 

No resulta difícil imaginar cómo era la vida religiosa de aquel grupo de hombres armados en la milicia de Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe. Muchos sacerdotes los asistían en los campamentos y casi podemos verlos celebrando la Santa Misa o recibiendo los Sacramentos que, en aquellas circunstancias, eran, digamos, más recomendables.                                    

Aquel niño, pues, atesoraba un corazón tierno y fiel a Jesucristo, su mejor Amigo, a quien había prometido entregar, incluso, la propia vida. Por eso manifestaba lo que todo católico debería tener como verdad esencial de su vida y era que Dios lo es de vivos, que su Hijo reinaba en el mundo y que imperaba su bondad y su misericordia. Y si a esto añadimos el amor (nunca exagerado ni desmedido) hacia la Santísima Virgen en la advocación mexicana de Guadalupe… ya tenemos presente a quien sabría hacer lo que, en aquel momento, correspondía hacer poniendo su fe por delante de toda comodidad humana y de cualquier intento (que los hubo) de que renunciara a su santa creencia católica.

Lo que le pasó a San José Sánchez del Río cualquiera sabía que podía pasarle: bien podía morir en el campo de batalla o bien podían capturarlo en el mismo y tener una muerte, digamos, más cruel incluso.

Y eso es lo que le pasó. 

El 5 de febrero de 1928, durante el transcurso de un combate apresaron a José Luis. Pero incluso en eso tuvo que ser especial el muchacho. 

Y es que habiendo derribado de su caballo a su jefe Guízar Morfín le ofreció el suyo propio (el de José Luis queremos decir) para que bien continuase la batalla o bien huyera en busca de refugio. Y, lo que podía pasar acabó pasando. 

En el lugar en el que fue encarcelado se sucedieron todo tipo de torturas con la finalidad de que José Luis renegara de su fe católica y maldijera a Cristo. Eso, por supuesto, nunca fue conseguido por sus torturadores porque, a lo largo del escaso tiempo que estuvo en sus manos, no pudieron arrancarle ni una cosa ni la otra. 

Por su parte, su padre procuró, de todas las maneras, conseguir la liberación de nuestro santo. Pero el general Guerrero exigió una cantidad de dinero (cinco mil pesos) que era, además de desproporcionada, puesta para que no se pudiera hacer frente a ella. 

A pesar de eso, el padre de San José Sánchez del Río ofreció todo lo que tenía: su casa, muebles y, en general, todo lo que poseía. Pero aquel hombre, ávido de sangre cristera, vino a decir que, con dinero o sin dinero, “en las barbas de su padre lo mandaría matar”. 

José, sabía de los intentos de su familia por liberarlo. Les pidió, sin embargo, que no dieran por él ni un solo centavo. Y es que tenía la firme resolución de morir antes que traicionar a Cristo Rey. Por eso, todo su pueblo, conociendo el desenlace que iba tener aquello, rezó por él y por su familia. 

Cuatro días más tarde, el 10 de febrero de aquel año 1928, sacaron a José Luis del templo que habían convertido en prisión y lo remitieron al cuartel. Allí ejercieron sobre él toda clase de torturas con el fin citado arriba. Pero él permaneció fiel a Cristo y de continuo gritaba “¡Viva Cristo Rey!” lo que le daba ánimos para seguir soportando aquel sufrimiento que, gozoso, aceptaba, por recibirlo por causa del Hijo de Dios. 

Como vieron que por nada del mundo iban a conseguir el malvado fin, llevaron a San José Sánchez del Río al camposanto. Lo llevaron andando a sabiendas del sufrimiento que estaba padeciendo al haberle desollado las plantas de los pies como consecuencia de las torturas que ejercieron sobre su infantil cuerpo. Pero él se mantuvo firme y fiel. 

Al llegar al cementerio hicieron que se parara ante la fosa que habían preparado para que allí fuese enterrado. Él, por su parte, seguía vitoreando a Cristo Rey. Y sus verdugos, queriendo terminar pronto con aquella situación, lo apuñalaron. Recibió el tiro de gracia de parte del capitán de aquella tropa anticatólica. 

Sin embargo, y a pesar de todo aquello, nuestro santo aún tuvo tiempo y coraje para decir “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”. 

Y aquellas fueron las últimas palabras que pronunció un niño que, a fuerza de llevar una vida santa, ha acabado subiendo a los más altos altares del Reino de Dios.

Verdaderamente, la vida de San José Sánchez del Río es muy edificante y muy válida para reconocer lo que, en materia de nuestra fe católica, hay frutos que nunca terminarán de obtenerse.

Su festividad se celebra el 10 de febrero.

Será  canonizado el 16 de octubre de 2016.

San José Sánchez del Río, ruega por nosotros.

  

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 

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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Los santos son buenos ejemplos de lo que hay que ser en católico.

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