Libro: “Vía Crucis. La huella de Cristo en sus discípulos”, de Eleuterio Fernández Guzmán

Vía Crucis

Título: Vía Crucis. La huella de Cristo en sus discípulos
Autor: Eleuterio Fernández Guzmán
Editorial: Lulu
Páginas: 104
Precio aprox.: 5 € en formato libro; 2 € en formato online (pdf)
ISBN – Lulu- formato papel: 5800104643333
ISBN – Lulu- formato online (pdf): 978-1-291-94997-1
Año edición: 2014
Lo puedes adquirir en Lulu.com

Vía Crucis. La huella de Cristo en sus discípulos”, de Eleuterio Fernández Guzmán

El Vía Crucis, como camino que desemboca en la muerte del Mesías, por eso mismo, tiene un comienzo que es expresión de toda su vida. El servicio que vino a prestar a la humanidad, al hombre creado por su Padre, tiene una preciosa manifestación en el lavatorio de los pies el día de la Última Cena pues el momento exacto en el que Jesús expresa, con hechos y palabras, qué supone lo que luego, escasas horas después, será su recorrido hasta el monte Calvario.

El Vía Crucis, también denominado “Estaciones de la Cruz” o “Vía Dolorosa” se corresponde con un camino. Se entiende por el mismo el recorrido, material pero, sobre todo, espiritual, que realizó el Hijo de Dios desde que se postró en oración en el Huerto de los Olivos hasta que resucitó tres días después de su muerte en la cruz.

Tal momento histórico tiene mucha relación con la vida de sus discípulos porque no hay separación entre lo que pasó y sufrió el Mesías y la afección que nos corresponde, de aquello, a cada uno de nosotros y, por decirlo de forma sencilla, Él caminó para salvarnos y nosotros sufrimos por aquel mismo camino.

Podemos decir que, si bien el primer Vía Crucis se corresponde con aquella Pasión de Nuestro Señor, a lo largo del tiempo se ha ido implantando la sana costumbre de rezar tales Estaciones de la Cruz y, como es de suponer, hacer en Jerusalén tal oración es el anhelo de todo discípulo de Cristo.

Sin embargo, es fácil pensar que no todo creyente puede ir a Tierra Santa para llevar a cabo, allí mismo, esta oración. Por eso se fue difundiendo, siglo tras siglo, la costumbre de rezar las Estaciones que Nuestro Señor Jesucristo soportó desde que, seguramente arrodillado en Gethsemaní, supo que su tiempo había llegado a la culminación prevista por Dios, su Padre y Padre nuestro.

Este Vía Crucis que pueden tener en sus manos o en sus pantallas corresponde a uno, digamos, particular. Como sabemos, es de hecho muy posible que, al igual que existen muchas advocaciones dedicadas a la Madre de Dios, otro tanto pueda pasar en el caso de esta oración muy propia de los discípulos de Cristo. Pues bien, este corresponde al que cuelga de las paredes de la Iglesia de Santa María del Monte Vedat, en Torrent, sito en Valencia (España). Como verán, las Estaciones no se corresponden, siempre, con las, digamos, “tradicionales” pero muestran el mismo camino llevado a cabo por Cristo aunque desde otros puntos de vista no poco importantes.

Pero también tiene algo de particular en lo tocante a las meditaciones de cada una de las estaciones. El caso es que el texto completo de las meditaciones que se han utilizado para cada uno de los momentos del Vía Crucis se incluye al final de lo que corresponde a las estaciones del mismo. Se ha hecho así porque resultaría, de la lectura completa de las mismas, un tiempo excesivo la duración de esta oración. Sin embargo, sí es posible, después de haber orado el Vía Crucis, cuando cada cual quiera, leer las meditaciones en su texto completo de una forma más pausada.

Pongamos un ejemplo.

Como es de imaginar, la forma de rezar el Vía Crucis es la ordinaria: Oraciones iniciales, Acto de contrición para cada día que son tal que así:

Oraciones iniciales

Jesús, me presento ante Ti porque quiero acompañarte en el momento crucial de la historia de salvación de la humanidad. Quiero, también, meditar sobre lo que supuso, para Ti, cada uno de los momentos en los que te dirigiste hacia el monte Calvario reconociendo que han sido nuestros pecados los que te procuraron tan terribles momentos. Imploro de Ti tu perdón y hago firme enmienda de mi comportamiento para no ofenderte más.

Santísima Virgen María, Tú que acompañaste a tu Hijo en estos momentos de dolor y sufrimiento, te pido auxilio para permanecer al pie de la cruz como Tú permaneciste. Muéstrame de tal manera la senda recta que lleva, por la fidelidad, al definitivo Reino de Dios.

Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. Oh buen Jesús, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a Ti, para que con tus santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén.

Por la señal, de la Santa Cruz de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

ACTO DE CONTRICCIÓN

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme, y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén.”

Así, por ejemplo, en la primera de ellas, “La oración en el huerto” decimos esto que sigue (además de las oraciones citadas arriba):

“V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Sobre todos nosotros

Postrado, arrodillado, humillado, demandando clemencia de la voluntad de Tu Padre recaía, sobre tu ser, todo eso que sobre todos nosotros hace tanto tiempo brillaba para oscurecer nuestro venir, nuestro ser, nuestro presente; que desde hace tanto tiempo, tanto tiempo, en un pasado, como una losa, cae sobre el alma nuestra y nos vence, nos gana, nos hunde.

Sobre ti recaía, recayó, recae, en una repetición de siglos porque es eterna tu existencia (hasta el fin de los tiempos, dijiste), todas las maldades que tus hermanos, hijos del mismo Padre, Abbá amado, han, hemos, ideado para poder reconocer nuestro vacío poder, para volver a coger, otra vez, aquella quijada que hiciera clamar a la sangre de Abel la caricia de Dios, que fuera, ya para siempre, la mejor y más genuina definición de nuestro actuar. Y por todos nuestros pecados te condenan y te persiguen, muerte ya desde aquel huerto en el que te sometiste a la voluntad de Tu Padre y nos enseñaste lo que es la fidelidad llevada al extremo.

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.”

Y, como hemos dicho arriba, después de terminadas las 15 estaciones, se han reproducido las meditaciones completas. Así, la primera de ellas, que corresponde a la “La oración en el huerto sería la siguiente:

Sobre todos nosotros

El oprobio hacia Dios, Abbá amado, Padre tuyo y nuestro, el pecado de cada acto de soberbia, de orgullo, de cerrazón del alma ante el prójimo, ante quien necesitaba de una mano amiga o de un instante de aliento, ante quien buscaba el alivio de una pena o el sembrar de una oración, ante quien estaba necesitado de luz que iluminara su tiniebla y su vida y, así, poder remediar la tristeza de su existir; el viento de odio que nos había llevado, siglo tras siglo, ese falso bienestar de una verdad no entendida; la lucha en la que siempre vencía el mundo…sobre todos nosotros.

Postrado, arrodillado, humillado, demandando clemencia de la voluntad de Tu Padre recaía, sobre tu ser, todo eso que sobre todos nosotros hace tanto tiempo brillaba para oscurecer nuestro venir, nuestro ser, nuestro presente; que desde hace tanto tiempo, tanto tiempo, en un pasado, como una losa, cae sobre el alma nuestra y nos vence, nos gana, nos hunde.

¡Tanto peso sólo podía ser compensado con un amor sin límites! ¡Tanta ocultación de la bondad sólo podía ser compensada con un corazón donde cabía todo el bien!

En nuestra particular nada, ahora y antes, cuando ante la virtud oponemos una resistencia casi indomable, de negación de la Verdad, cuando sufrimos el asedio del mal, cuando en cada pensamiento nos acomete la maldad que no descansa, ¿somos capaces de rendir nuestro corazón y pedir, pedir, pedir, el auxilio de Quien lo quiere dar?, ¿acaso imploramos la clemencia del Que es todo misericordia y para quien el perdón es la savia de su permanencia eterna?, ¿cómo hacemos de nuestra vida un dolor con sentido?

En nuestro huerto particular, Gethsemaní amargo donde todo fruto es sueño, donde no hay aceite que unja nuestro espíritu ni nos fortalezca, donde orar es, a veces, un árido terreno de piedras forjado, también debemos sentir la urgencia de acudir al Padre, de recordar que siempre espera, que siempre está solícito a nuestras peticiones, que siempre nos alienta ante la asechanza del maligno el cual, en su acometida, no descansa vistiendo de luz lo que es noche, disfrazando de brisa lo que es viento que, huracanado, eleva hacia la nada nuestras ansias de tener. Es ahí, exacto mirar desde donde el bien encuentra su seno, donde repetirse en el pedir es señal de perseverante amor, donde las gotas de nuestra vida caen como su sangre, como si de hojas caducas se tratase queriendo pedir la perennidad de la vida eterna, soñando con un mañana virtuoso, para olvidarlo al coste de esa ambición.

Sobre ti recaía, recayó, recae, en una repetición de siglos porque es eterna tu existencia (hasta el fin de los tiempos, dijiste), todas las maldades que tus hermanos, hijos del mismo Padre, Abbá amado, han, hemos, ideado para poder reconocer nuestro vacío poder, para volver a coger, otra vez, aquella quijada que hiciera clamar a la sangre de Abel la caricia de Dios, que fuera, ya para siempre, la mejor y más genuina definición de nuestro actuar. Y por todos nuestros pecados te condenan y te persiguen, muerte ya desde aquel huerto en el que te sometiste a la voluntad de Tu Padre y nos enseñaste lo que es la fidelidad llevada al extremo.

Somos, así, como esa lágrima que, al caer, gusta el terroso sabor de la tierra de donde salió porque, al mezclarse, con ella, forma el barro con el que el Creador quiso formar, a su semejanza, una imagen de sí mismo… y ésta se olvidó, fácilmente, de sus manos.”

Eleuterio Fernández Guzmán

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Sufrir, con Cristo, su Calvario, es una buena forma de darle las gracias.

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1 comentario

  
Adrián Ferreira (UnCatolico)
Ohh excelente voy a tenerlo en cuenta en mi próxima compra, muchas felicidades me gusta mucho meditar en la pasión de Cristo y de hecho ando ansioso porque me llegue un crucifijo que me ha reagalado un amigo de México, es de metal y ya me imagino besandolo a toda hora jejeje por cierto una idea querido hermano que te vendrá muy bien, ahora hay una opción mejor que Lulu, se trata de CreateSpace.com, son de la gente de amazon y en cosa de horas ya está publicado en amazon y el envío es muchísimo menor y además sale gratis pidiendo otros libros que es lo que yo hago cuando compro en amazon, además no te chantajean para que compres una copia en físico para supuestamente revisarlo, puedes verlo online en CreateSpace con su simulador, la verdad es de primera y la gente de primera también, la calidad de impresión genial genial.




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EFG


Pues muchas gracias por el aviso.
23/07/14 1:02 AM

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