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7.07.18

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Otra advertencia para despistados y/u olvidadizos

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

 

Otra advertencia para despistados y/u olvidadizos

 

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Y Jesús dijo… (Mc 10,9)

 

“Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.”

 

Parece poco, pero es tanto y supone tantas advertencias en el corazón que no podemos dejar de traer aquí estas palabras de Cristo.

Es bien cierto que la separación, el divorcio o el repudio no es un invento del hombre del siglo XXI, no del XX, ni del…

En fin… Queremos decir que la forma de decir “hasta nunca” entre el ser humano hombre y el ser humano mujer que se han unido en matrimonio no es, ni siquiera es, creación del ahora mismo. No. Y es que, en las Sagradas Escrituras, ya las Antiguas, se habla de eso porque era un tema no poco importante.

Podemos imaginar e, incluso, leer el texto bíblico. Pero aquí vamos a hacer lo primero.

La discusión era enconada. Y es que había quien estaba de acuerdo con el repudio y había quien le parecía que no estaba de acuerdo con la Ley de Dios.

-Tú sabes bien lo que dijo Moisés, dijo uno.

-Sí, claro que lo sé. Pero eso era porque aquellos eran unos tiempos muy distintos a los de ahora, contestó el otro.

-Sí, pero lo que se dijo entonces, aún permanecer entre nuestro pueblo.

-Claro que es así pero no creas que eran muy distintos porque, como ves, estamos discutiendo sobre lo mismo.

-Vale, vale, está bien. Pero el repudio es legal.

Mientras, Jesucristo escuchaba aquella conversación y no tuvo más remedio que mediar entre aquellos dos hombres que, casi acalorados, pretendían tener razón los dos. Y, ciertamente, la tenían. Cada uno, claro, a su nivel…

Se acercó el Hijo de Dios y, ya, entre ellos, tuvo que decir lo evidente: que sí, que Moisés había permitido el repudio, pero era porque aquellos, sus antepasados, tenían el corazón duro. Y lo dijo, no tuvo más remedio que decirlo:

 “Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.”

 

Aquello que, entonces, dijo el Hijo de Dios quedó escrito en el Nuevo Testamento que, como sabemos, no ha sido modificado por el hombre por ser Palabra de Dios. 

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