Un amigo de Lolo - Lolo subió al Cielo
Es común escuchar en muchos funerales como el sacerdote oficiante cae en un error que no es poco corriente: dice que el fallecido ya está en el Cielo con Dios.
Decimos que es un error porque, primero, no se sabe en su totalidad la realidad espiritual de quien ha muerto pero, en segundo lugar, no sabemos qué consideración tendrá Dios con su alma. Por tanto, y en resumidas cuentas, es difícil determinar si una persona, así de repente, ha subido al Cielo cuando ha muerto.
Es bien cierto que esto se puede decir para tratar de consolar a la familia de la persona fallecida. Sin embargo, mejor sería que se advirtiera (para los vivos) que hay que tener en cuenta la totalidad del comportamiento de una persona para determinar, en su Juicio particular, cuál es su destino eterno. Pero así, de repente, decir que un alma ha subido al Cielo sólo puede hacerse de aquella de la que pueda decir que sobre ella recaía la llamada “fama de santidad”. Es decir, que sólo (y aun así no lo sabemos) en tales casos el sacerdote se podría aventurar a decir que, en efecto, el hermano fallecido, está en el Cielo.
Pero, como decimos, está la fama de santidad.
Es fácil entender qué se quiere decir con esto. Y es que sobre una persona creyente católica es posible que concurran tales dones y gracias espirituales que le hayan hecho llevar una vida santa. Eso, como podemos comprobar, no es fácil. Sin embargo, Dios Padre Todopoderoso hace que sí lo sea en determinados casos.
Cuando eso sucede fácilmente pueden apreciarse tales dones y tales gracias. Entonces decimos, se dice, que tal o cual creyente tiene fama de santidad o, también, que es un santo en vida.
Eso pasa, exactamente, con nuestro Beato. Manuel Lozano Garrido, más conocido como Lolo, cumplía los requisitos para considera que, ya en vida, era un santo. Y no nos referimos en exclusiva (que también) a uno de aquellos de lo que los primeros cristianos consideraban como tales que, como sabemos, eran todos ellos (ellos se llamaban entre sí “santos como se dice en Hechos 9, 13: “Respondió Ananías: ‘Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén’”). No. Nos referimos a la santidad propia de aquellos creyentes católicos que, en vida, han mostrado y demostrado las virtudes propias de los que, con el tiempo, son considerados santos por la Iglesia católica.
Lolo era, pues, uno de esos.
Que Lolo era eso lo podemos apreciar a lo largo de su vida que, como sabemos, fue sencilla. No era una persona que saliera por los caminos a convencer de la necesaria conversión de los corazones. Y no lo era porque sabemos de sobra cómo fue su vida desde su sillón de ruedas. Sin embargo, bien sabemos que Manuel Lozano Garrido, Beato Lolo, fue mucho más sin recorrer sendas ni nada por el estilo. Y es que fue santo en un minúsculo espacio de tierra. Algo así como ocurrió con la Beata Ana Catalina Emmerick. Todos ellos, sin moverse de sus escasos metros cuadrados pudieron convencer al mundo de que el sufrimiento no es un fin sino un medio para llegar lejos, lejos, lejos. Pero también fueron capaces de darnos a entender que la voluntad de Dios está muy lejos de ser entendida por sus humildes hijos. Sin embargo, que sin ser entendida es posible tratar de aplicarla a la vida de aquellos hijos de Dios dotados de especiales gracias y dones sí que lo hemos visto en más de una ocasión.
Entonces… ¿podemos decir que Lolo subió al Cielo cuando falleció un 3 de noviembre de 1971?
En realidad, Lolo fue capaz de ser lo que era: un hijo de Dios que se sabe tocado por el aliento del Padre y que, a través de su Espíritu, goza con la existencia y hace gozar, también, a los demás, con su propia vida. Por eso dijo el Padre Martín Descalzo que Manuel Lozano Garrido “Se dedicaba a ser cristiano. Se dedicaba a creer” y, por tanto, y en base a tal creencia, su modo de ser y su forma de actuar era, en efecto, prueba de ser un cristiano cabal y, como diría otro santo (San Josemaría) “un hombre criterio” (Cf. a contrario, Camino, 33).
Pero si hay algo que Lolo manifestara era una alegría que, dadas las circunstancias físicas de su vida, lo engrandecían como cristiano y lo elevaban, ya entonces, a los altares de la fama de santidad de la que aquí hablamos. No hundirse bajo ningún concepto en la fosa de desesperación sino, al contrario, subir, subir, subir, hacia Dios desde un simple y santificante sillón de ruedas.
Lolo subió a la Casa del Padre un 3 de noviembre (que fue ayer mismo), como decimos. Tenía, pues, 51 años de los cuales había pasado 29 años en un sillón de ruedas demostrando mucho y haciendo, también, mucho bien a los que le visitaban y, desde entonces, a las personas que, de una forma u otra (según quiera el Espíritu Santo) lo hemos conocido. Mucho bien que debe ser agradecido con abundancia de oraciones y, si es posible, de obras.
Y es que Lolo era, ya en vida, un ejemplo de santidad en vida. Por eso creemos que subió al Cielo en el mismo instante de dejar la Tierra en la que nació para bendecirla con su forma de ser y con su gran amor a Dios y a su prójimo.
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Merecimientos para el Cielo los de Lolo; vaya ejemplo a seguir…
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.