Serie tradición y conservadurismo – Eutanasia: cuando matar sale gratis

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Creo que deberíamos empezar con esto que procede del Juramento Hipocrático:

“Aplicaré mis tratamientos para beneficio de los enfermos, según mi capacidad y buen juicio, y me abstendré de hacerles daño o injusticia. A nadie, aunque me lo pidiera, daré un veneno ni a nadie le sugeriré que lo tome. Del mismo modo, nunca proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo”.

Esto lo decimos porque está más que claro lo que eso significa y, luego, está más que claro lo que debería pasar. Sin embargo, ya sabemos qué posibilidades tiene el poder de influenciar en el pensar de las personas y, en este caso, en las que ejercen la medicina.

El caso es que en esta democracia en la que vivimos, nos movemos y existimos, tiene unas cosas muy raras que llaman la atención. Por ejemplo, se tiene la extraña manía de sostener que es por bien de las personas por las que se establecen normas que tienen como resultado la muerte de los seres humanos: unos sin culpa alguna, como es en el caso del aborto; otros también sin culpa alguna, como en la eutanasia a la que llaman, seguramente con ironía, “muerte dulce”.

Nosotros creemos, sin embargo, que esto no está ni medio bien. Y es que aunque diga la zarzuela que las ciencias avanzan que es una barbaridad, nada dice la misma obra musical acerca de que la ciencia se utilice para hacer daño, para fomentar el Mal y para comportarse como verdaderos seres humanos deleznables quienes se sirven de la misma para matar, así dicho sencillamente.

Seguramente lo van a cubrir todo con el velo de la bondad y, lo mismo que hicieron en su día y ahora mismo hacen con el aborto haciendo uso de casos concretos y muy bien buscados, van a manifestar que para el enfermo grave es mejor actuar como quieren los matarifes que se actúe. Y es que es ya preocupante costumbre (mala o desaguisada como se decía siglos atrás donde las cosas, en la cristiandad, se hacían de otra forma…) que siempre se busque una excusa para echar un velo sobre la verdad de las cosas aunque bien sepamos que las cosas no son como dicen que son sino, justamente, todo lo contrario.

Ciertamente, es seguro que hay otros métodos de tratar a quien se encuentra en situación grave en cuanto a su enfermedad y sufrimiento. A lo mejor, se le pueden aplicar cuidados paliativos para que el sufrimiento no sea tan grande.

Sin embargo, hay quien piensa que a grandes males hay que aplicar grandes remedios y que lo mejor es facilitar, imponiendo el final de la vida, el tránsito al otro mundo.

No podemos negar que las personas partidarias de lo que aquí se trae están más que seguras que es lo mejor para el enfermo y, hasta es posible que, partiendo de eso se llegue a la situación según la cual se pueda facilitar la muerte a quien, sencillamente, esté cansado de vivir, esté pasando por una depresión o, en el máximo de los supuestos, simplemente porque le dé la gana terminar con su vida pues ya sabemos que cuando se abre la caja de esa tal Pandora cualquier cosa puede suceder y, claro, acaba sucediendo.

Eso lo hemos visto en el caso del aborto que empezó aprobándose para determinados casos, muy concretos, y se ha ido abriendo la manga tanto que ahora puede abortar una menor sin que sus padres, que tienen la obligación “legal” de mantenerla, digamos económicamente y otras mentes más, hasta que pueda valerse por sí misma, decimos, sin que sus padres puedan oponerse a una muerte tan atroz como es matar un ser humano dentro del seno materno por muy de menor edad que sea la madre.

Pues sí. En estos momentos o, en todo caso, ha sido aprobada una norma que promueve, protege, fomenta y paga, la muerte asistida de quien se encuentre, eso suponemos, en situación de enfermedad grave sin siquiera pararse a ver si hay algún remedio menos drástico y la vida de una persona pueda finalizar de una forma que no sea tan traumática.

En efecto, la ley de la llamada muerte “dulce” o Eutanasia ha llegado a nuestras vidas. Y Satanás, ahora mismo, debe estar revolcándose de gozo (refocilándose, más bien) porque, una vez más, ha puesto a sus discípulos a trabajar y le han devuelto su voluntad con sangre… ajena, eso sí.

El caso es que lo llaman dignidad. A morir de una forma no prevista por el moribundo le quieren dar un nombre que ampare las aberraciones mundanas; técnicamente eutanasia o mal llamada, por el lenguaje políticamente correcto, muerte dulce, como decimos arriba. Y también muerte digna pervirtiendo tanto a una, dignidad, como a la otra, muerte.

Y preparan, ya están, podemos decir, las normas que legitimen, bajo la fuerza supuestamente moral del voto, lo que tanto ansían y que en determinadas clínicas favorecieron algunos profetas de la muerte provocada al prójimo.

Según se cuenta, Ulises no debía sucumbir a los cantos de las sirenas que podían llevarlo a la perdición. Y se ató a los mástiles de su embarcación y prohibió que fuese escuchada la música que venía desde su particular Mal. No quería, por eso, ser despedazado por tan gozoso canto pero, en el fondo, tan oscuro y alejado del Bien.

Algo así pasa con aquellos que no quieren, en el más recóndito lugar donde su corazón podría amar, lo bueno para el otro sino satisfacer su ideología malsana. Son, así, herederos de aquellos que masacraban en bien de un Estado que avanzaba, implacable por aquellas calzadas que llevaron cultura y, también, muerte.

Pero nosotros, los que nos sabemos hijos de Dios recordamos aquella significativa expresión que dice que el cristiano no vive para morir sino que muere para vivir. Por lo tanto, el hecho mismo de afrontar el fin de esta vida pasajera, nuestro paso por este valle que, gracias a la providencia, no es sólo uno de lágrimas sino más bien de gozo, ha de hacerse de una forma particular y muy nuestra, como nuestro es el espíritu que nos mora y que nos conforta ante la visión de tal momento.

Por eso, descartamos de plano que se pueda matar insistiendo en lo bueno de tal muerte si la misma es buscada con ahínco por determinadas formas de ciencia.

Morimos, entonces para vivir… cuando Dios quiere y cuando Dios quiera. Y otra cosa ni podemos creer los discípulos de Cristo y mucho menos defender bajo la capa del buenismo o de algo por el estilo, siempre tan desnortado…

Sin embargo, ante estos embates, cada vez más frecuentes, de esa forma de ver las cosas que facilita, ante el dolor y la enfermedad, digamos, ‘una muerte suave y llevadera’ sin tener en cuenta la inmoralidad intrínsecamente perversa que conlleva esto, podemos oponer, con más facilidad de la que se piensa, la parte de espíritu que conforma nuestra persona. Y esto es porque de la enfermedad, del dolor, los cristianos no valoramos esa enfermedad y ese dolor por lo que son pues, efectivamente, son un mal físico, sino por el bien que se puede obtener de ellos, aunque esto sea, es verdad, difícil de entender y, mucho más, de seguir. Y ahí tenemos a todos aquellos que, a lo largo de los siglos, han santificado sus existencias no ocultando el dolor o el sufrimiento sino mostrando que es posible que el mismo sea fructífero por mucho que el mundo, con sus esquemas acartonados y amoldados a los más diversos intereses, no sea capaz de comprender lo que tiene por fácil quien tiene fe en Dios Todopoderoso, en su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo.

Ante esto, yo creo que una hermosa forma de morir es hacerlo reconociendo que cualquier sufrimiento que hayamos pasado, y éste es, sin quizá, el más misterioso, se ilumina por la fuerza de la fe y nos permite, a los que sabemos que es así, ver, en este final, un mejor principio.

Y la eutanasia, llámese como quieran llamarla sus partidarios, queda lejana, muy lejana, en el corazón de los hijos de Dios que, como poco, nos sabemos dentro de uno grande que perdona, siempre, a los que buscan el fin de sus semejantes queriendo ser lo que nunca podrán ser.

¿Qué se dice, entonces, de parte de quien pretende hacer tal cosa?

Pues se dice lo que es de esperar: el mantra “muerte digna” repetido sin cesar. Y esto, conociendo el percal o la forma de proceder de los que nos (des)gobiernan (el aborto está, también, como ejemplo de esto) sabemos, antes de tiempo, lo que va a pasar.

Esto es lo que pasa, digamos que lo que hay pero ¿ante esto qué hacer?

Ya lo dijo Jesucristo y lo recoge, por ejemplo, el Evangelio de San Marcos (9, 29): “Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración”.

Y se refería a un mal espíritu que atormentaba a un joven. Imagínense ustedes si hablamos de graves padecimientos físicos o mentales. 

Pues eso, todo está dicho y bien dicho: orar, orar y orar, por ese orden.

  

Artículo publicado en The Traditional Post. 

Eleuterio Fernández Guzmán

   

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

 

Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.

 

Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna. 

1 comentario

  
Mariana M
Hermosa exhortación. Muchos males que si miramos vienen todos del mismo lado.
Los médicos, qué decir, son los matasanos. Ellos pertenecen a las intituciones donde trabajan, como otro equipamento carísimo. Estas instituciones tienen una contabilidad y unos números que son los que mandan.
El dinero, el mundo, la carne, el Demonio, los males de siempre.
Y están organizados en las estructuras que padecemos.
Mucha gente coaccionada como en las mismas sectas.
Que se dé muerte de forma administrativa, organizada, financiada y reglamentada es una aberración.
Ya sabemos quien nos escandaliza.
09/08/21 2:38 AM

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