Serie tradición y conservadurismo – Mirar para otro lado

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Cuando Dios creó al hombre estamos más que seguros que sabía qué iba a ser de su vida. Y esto lo decimos por lo que sigue. 

El escritor inglés C.S. Lewis, en su libro Mero cristianismo y en un momento determinado dice algo que tiene mucho de interesante. El caso es que sostiene (diciendo, además, que lo que dice no está en la Biblia y que se puede seguir siendo buen cristiano si no se está de acuerdo con eso que sostiene el autor de Las Cartas del Diablo a su sobrino) que Dios está, por así decirlo, en una línea temporal por encima de la del ser humano y que en ella se puede trasladar de un momento a otro de la historia de la humanidad siendo, sin embargo, para Él siempre su presente aunque, claro, para el hombre es el tiempo en el que vive en que está y no puede optar por saber su futuro cuando Dios, en efecto, lo sabe. Y el que esto escribe, católico de bautismo, acepta tal teoría que, además, explica muchas cosas de las que habla la Sagrada Escritura. 

Pues bien, como hemos dicho arriba, Dios sabía qué iba a ser del hombre, de su devenir, de las circunstancias por las que iba a pasar. No obstante, no quiso, digamos, manipular su futuro sino que le dio libertad, don del Todopoderoso, para que hiciera, simplemente, lo que quisiera. Y eso fue lo que hicieron nuestros Primeros Padres con los resultados más que conocidos por todos. 

Muchas veces tuvo que intervenir Dios en el devenir del ser humano. Y es que el mismo ha mostrado siempre tendencia a hacer de su capa un sayo y, en fin, a caer muchas veces en el abismo del que tanto habla el salmista haciendo eso, además, con plena delectación y gozo… 

Han ido pasando los siglos desde, por ejemplo, la venida al mundo por primera vez del Hijo de Dios y no podemos decir que la cosa haya ido a mejor, sobre todo, a partir de finales del siglo XVIII donde pasó lo que pasó que es el origen preciso y exacto de todo lo que pasa hoy día, algunos siglos después de que a algunos le pareciera bien eso de cortar cabezas en nombre de no sé qué luz humana… 

Tenemos, por un lado, el don de la libertad llevado al extremo y, por otro, el hacer uso de este, de tal forma extrema, con el resultado al que hemos llegado hoy día entre lo que podemos destacar: 

1. La falta de fe y su extralimitación,

2. El abandono de Dios,

3. El nihilismo rampante,

4. Rechazo de los principios religiosos,

5. La implantación del escepticismo,

6. Negación de todo lo superior,

7. Negación de todo dogma,

8. Destrucción de valores que se consideran caducos,

9. Sustitución de la voluntad de aceptación por la de poder,

y 10, imposición de una realidad alejada de lo espiritual. 

Vemos, por tanto, que el uso de la libertad de una forma tan equivocada ha acabado suponiendo un daño a la humanidad misma que ha gozado, desde siempre, de poder decidir sobre el Bien, al que debería acercarse, y sobre el Mal, a quien debía rechazar pero que, como vemos, ha sido quien ha acabado (por ahora) saliendo vencedor de esta simpar batalla. 

Sobre esto, ¿se imaginan ustedes una sociedad sin fe, abocada al olvido de su Creador y Señor, que no tiene en cuenta los valores y principios que la deben sustentar y que, por fin, se despeña para acabar muriendo de su propio “éxito”?

Pues sí, tal sociedad es la que tenemos justo ahora mismo, a muchos siglos de distancia de cuando era posible habitar en la cristiandad alejada de los monstruos que la razón ha producido a causa de sus sueños de vacía grandeza.

Pues bien, tal es, digamos, el diagnóstico que podemos hacer o que haría cualquier que tuviera dos dedos de frente y que no quiera mirar al mundo con ojos buenistas o políticamente correctos. Y, en todo caso, siendo tal la situación, ¿qué se puede hacer? 

En un principio, cualquiera que vea el panorama que se presenta ante sí pensará, probablemente, que se encuentra en la falda de una montaña tan alta que no puede ver su cima. Es decir, no es de extrañar que pueda haber agobiamiento en quien eso vea y que no poca inquietud o ansia pueda con su voluntad. 

Nada de eso dicho arriba debería extrañarnos porque es demasiado grande el monstruo al que nos enfrentamos y tiene tantas cabezas que harían falta unas espadas del alma más que fuertes y contundentes como para poder, siquiera, arañar tamaña barbaridad. 

De todas formas, el ser humano creyente, el cristiano en concreto, tiene instrumentos, también, más que suficientes como para no estar a verlas venir, como dice el dicho pues es conocido y más que sabido qué pasa cuando vemos venir algo malo y nos quedamos mirando, al parecer, sin nada que hacer. 

Y ya lo hemos dicho: quedarnos mirando. Y es que una actitud que se puede tener. 

Quedarse mirando, haciendo el Don Tancredo, es una actitud muy poco gallarda pero que, a lo mejor, pueda pensarse que salva la vida. Y lo bien cierto es que hacer como se hace en tal lance taurino y esperar que el toro no se dé cuenta de que le están tomando el pelo… en fin, como que no suele ser lo mejor si eso lo trasladamos a la vida ordinaria y, además, espiritual. 

Queremos decir con esto que pudiera parecer muy aprovechable, ante lo que pasa y que apenas hemos apuntado en las 10 realidades impresentables de arriba, no hacer nada y quedarse, simplemente, mirando, sin reacción alguna.

Tal actitud es, para empezar, la propia de alguien en quien la cobardía se ha cebado y ha ocupado un corazón que, se supone, cree en Dios Todopoderoso. Pero es que, además, también es la propia de alguien que manifiesta una ceguera digna de ser tenida en cuenta y, sobre todo, de ser cuidada por el daño que le puede acabar produciendo. 

A este respecto, fue Jesucristo quien dijo que si a Él lo habían perseguido, lo mismo iban a hacer con sus discípulos. Y así ha sido no ahora mismo sino, justamente, desde el mismo momento de su ilegítima e injusta muerte. Y, desde entonces hasta hoy no ha cesado la persecución de los hijos de Dios que se saben herederos del Reino del Todopoderoso. 

Pues bien, que nadie de aquellos que miran para otro lado cuando se abandona a Dios, cuando se le intenta apartar de la vida ordinaria, cuando se le ningunea en la elaboración de las normas o, en fin, cuando se quiere decretar su muerte civil, pretenda que el mundo les va a reír la gracia de que ellos hagan eso, mirar para otro lado cuando la mundanidad se adueña de todo. No. Al contrario es la verdad: acabarán sucumbiendo bajo la bota (o cualquier otro medio moderno y actual) de aquellos que prefieren no tener a Dios por Padre y tenerse a ellos mismos por sus mantenedores en el mundo y con autoridad propia y no otorgada por el Creador. 

Es bien cierto y verdad que, así dicho, a primera vista, mirar para otro lado puede resultar, digamos, rentable. Lo que pasa es que se trata de una rentabilidad que procede de acciones falsas de un mundo en caída libre hacia el abismo. E invertir en eso, aunque sea para que no se diga (sobre todo por eso) es garantía absoluta de fracaso total porque así ha pasado a lo largo de los siglos, que ya han sido muchos, de opresión brutal del creyente y, ahora mismo, disimulada en leyes y reglamentos.

Pero se puede tener otra actitud: actuar, dar la batalla no por perdida sino por ganada o, al menos, intentar ganarla.

Nadie puede dudar que no es fácil enfrentarse con la ola actual de nihilismo y olvido de Dios; nadie puede sostener que es cosa fácil hacer eso y que en nada o menos de nada va a resultar vencedor el Bien sobre el Mal. Y es que tuvo que ser entregada la vida del Hijo de Dios para que resultase victorioso sobre la muerte y sobre el pecado y, entonces, pretender que lo nuestro sea fácil o poco duradero es cosa propia de aquellos que no ven las cosas como son. 

No. Esto va a resultar muy difícil y el mundo, que tanto poder tiene con los poderes colaterales a su favor, va a procurar que no resulten vencedores aquellos que creen que Dios lo creó todo y que todo lo mantiene y que, además, ha de prevalecer (y prevalecerá y ahí está nuestra fuerza) sobre todas aquellas ideologías, todos aquellos hombres y todas aquellas intenciones que pretendan conseguir que nada de lo que conocemos de nuestro Creador y las consecuencias que eso tiene en nuestra vida, tenga vigencia y, en fin, sea lo que prevalezca.

 

 

Artículo publicado en The Traditional Post. 

Eleuterio Fernández Guzmán

   

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

 

Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.

 

Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna. 

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