Serie Tradición y Conservadurismo – Igualdad vs. Igualitarismo

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Digamos, antes de empezar, que nosotros estamos en contra tanto de una como de otro. Y queremos decir que, como es lógico, la igualdad está mejor que el igualitarismo pero nosotros estamos, más bien y mejor, a favor de un orden natural de las cosas pues la primera está establecida para evitar ciertos abusos y el segundo para fomentar los mismos en nombre de no se sabe qué evolución de los tiempos. Y esperamos, por tanto, que se entienda lo que viene detrás de esto porque si hemos de estar a favor de una o de otro, sin duda alguna la primera es nuestra opción, dado cómo andan las cosas por el mundo que nos tocado vivir.

Por naturaleza, es decir, por el mismo nacimiento del ser humano, todos nacemos de la misma forma (queremos decir en general pues es cierto que, a la hora de venir al mundo podemos hacerlo, digamos, vía vaginal o vía cesárea) y, en tal sentido, en el hecho mismo de nacer, todos somos iguales.

Y hasta ahí.

Decimos que hasta ahí porque desde que nacemos empieza a revelarse nuestro material genético que, no por casualidad, es distinto en cada ser humano. Y podemos decir, sin temor a equivocarnos (lo cual abunda en la verdad de que la criatura que Dios creó a su semejanza fue creada de forma perfecta) que sólo al nacer lo hacemos de igual forma pero que, incluso, desde nuestra propia concepción, de igualdad no hay nada de nada. Y las cosas son, incluso, sobre todo, científicamente, así.

Pudiera parecer contra toda razón moderna decir que el ser humano no es igual uno a otro. Y, sin embargo, lo que se sale de toda razón es defender y sostener que lo es porque es evidente que no lo es: ni por color de la piel, ni por forma estructural del cuerpo, no por el habla, ni por la forma que tenemos de comportarnos, ni por nuestra forma de ser en sociedad. En fin, que la igualdad se puede predicar como idea política pero, ¡qué le vamos a hacer!, Dios ha querido que cada ser humano sea distinto a otro y, a fe, que lo ha conseguido, lo que es otra prueba más de que es Todopoderoso.

Esto, de todas formas, no son pretensiones religiosas cristianas ni nada por el estilo sino la simple apreciación de las cosas y de la realidad misma: todos somos distintos, nadie somos igual a otro y, ni siquiera, las personas que nacen siendo gemelos son iguales. Y es así: no lo son, cada cual es cada cual.

¿Queremos decir con esto que eso de la igualdad es un invento del hombre y ya está?

Sí y no.

Lo es, en cuanto invento, porque lo que pretende tal teoría es establecer o, al menos, que en teoría se establezca, un plano igual para todo ser humano. Y eso no está mal del todo muy a pesar de lo que aquí decimos y que cualquiera puede constatar; no lo es en cuanto sí, somos todos iguales y es en ser criaturas del Creador. En eso sí somos iguales.

De todas formas, no podemos negar que establecer, así, en general, la igualdad entre seres humanos ha venido muy bien (no siempre, claro) para intentar que la ofensiva de los más poderosos acabe con el resto de seres humanos que no son como ellos, poderosos. Es decir, establecer por ley y reglamentos que, ante la ley, todo ser humano es igual no está mal del todo si siempre eso fuera verdad. Y, aunque sabemos que siempre hay unos “más iguales que otros”, lo bien cierto es que, en lo general, es buena teoría y bien llevada hasta hay ocasiones en las que el poderoso se ve zaherido gravemente por la aplicación judicial de la norma.

Así, dicho, todo parece el mundo ideal donde, al final, acaba pagando quien la ha hecho. Y es que si todos somos iguales, en fin, que puede que triunfe el bien sobre el mal.

En esas estábamos cuando a una serie de ideas políticas (políticamente correctas, por supuesto) se le ocurrió que, a lo mejor, había que forzar la igualdad para que, de verdad, todos fuéramos iguales, tanto si se quería que fuéramos iguales o si no que se quería. Y nació el igualitarismo que es, esencia, la forma más forzada de hacer las cosas, así, a las bravas y por mis pensamientos progres.

¿Qué es, pues, el igualitarismo?

Básicamente, una forma de “diluir” diferencias; en esencia, una aberración bien construida y socialmente, casi, aceptada.

El Diccionario dice que es la “tendencia política que propugna la desaparición o atenuación de las diferencias sociales”. Pero nosotros, por la experiencia que cualquiera puede tener, sabemos que pretende mucho más y que no se queda en, eso, tratar de corregir las posibles diferencias sociales que siempre habrá (Cristo ya dijo aquello de que pobres siempre iba a haber…)

Vemos, para empezar, que la cosa comienza mal cuando se trata esto de una “tendencia política”. Y, uno, a fuerza de pensar como son las cosas, cree que cuando se pretende que desaparezcan realidades que son naturales… en fin, ya sabemos de quién estamos hablando como adalid del igualitarismo. Y no, no se trata (siempre) de la derecha política sino de la otra, de la siniestra (nunca mejor dicho) parte del “pensamiento” político.

En primer lugar, el igualitarismo, pretende distorsionar el orden natural que no es carca ni de derechas (y ni siquiera de ultraderechas) sino que es, exactamente, natural o, lo que es lo mismo, viene desde el origen mismo de la cosa. Por tanto, quien pretende eso lo que quiere, en el fondo (como idea) y en superficie (como acción) es que todo cambie y que lo haga a su vil gusto.

Pero no acaba ahí la cosa sino que es, sólo, el comenzar de la misma.

En segundo lugar, no podemos negar que hay diferencias que tienen de justas todo lo que son de justas. Es decir, que lo son porque lo son. También, que las hay que son razonables porque son razonables o, lo que es lo mismo, porque la razón muestra que están ahí porque deben estar ahí. Y es que volvemos a la primera premisa de estar a favor de lo natural.

En tercer lugar, el igualitarismo pretende que se desconozcan las diferencias intrínsecas de las personas que es la forma más sutil y grave de pretender hacernos a todos iguales cuando eso ni ha sido nunca ni, por naturaleza, podrá ser nunca. Así, además, se quiere conseguir “igualar” a todos pero no por lo alto sino por lo bajo pues es evidente que quien, por naturaleza, tiene mayor disposición a ser mejor se va a ver obligado a dejar de serlo, primero, por cómo se actúa desde el igualitarismo (norma en mano) y, al menos, para intentar sobrevivir. Y la meritocracia pasa a ser algo así como algo del pasado para imponer, lo mismo que la igualdad frente al igualitarismo, la mediocridad que es la mejor forma de controlar y dominar a la sociedad: que nadie destaque por encima de la “media” es su pretensión.

En cuarto lugar, el meollo de todo esto está en pretender equiparar la igualdad de derechos con la igualdad de condición y, como podemos comprender, una cosa es que todos seamos iguales ante la ley y otra que todos seamos iguales a la fuerza y, seguro, a la fuerza de la misma ley que impone el igualitarismo. Y, como podemos entender, lo primero (la igualdad de derechos) es algo que ha costado, como diría aquel, “sangre, sudor y lágrimas” pero la de condición es algo que se está imponiendo por ser políticamente correctos y sin sangre alguna, con poco sudor y, menos aún, sin lágrimas salvo la de aquellos que nos demos cuenta de lo que se pretende con todo esto.

Todos, al parecer, menos los que propugnan el igualitarismo, sabemos que hay diferencias intelectuales entre los seres humanos que no puede eliminar ninguna ley por moderna que sea; que hay diferencias de capacidad entre los seres humanos que son las que han hecho, precisamente, que el hombre pueda haber llegado hasta donde ha llegado y que pueda ver un futuro mejor que el mundo que ahora tiene si no se deja dominar por aquellos que quieren hacer de su capa un sayo dejando por malo lo que era, en sí, bueno.

Y, entonces, llegamos a lo otro.

Lo otro es que ya podemos imaginar qué se pretende cuando no se quiere que haya diferencias entre seres humanos y se aplica esto a lo religioso.

Sí, ¿de qué puede servir de ejemplo el Hombre perfecto que es Cristo si todos somos, intrínsecamente, iguales? Es más, ¿qué necesidad tenemos de que nadie esté consagrado a Dios y al servicio del hombre si no hay diferencias entre los hijos del Todopoderoso?

En efecto, esto, esto también, no es más que un ataque a lo religioso y, en concreto, a lo cristiano. Y nadie diga que esto no es más que una apreciación conspiranoica porque es, simplemente, lo que hay.

 

 

 

Artículo publicado en The Traditional Post. 

Eleuterio Fernández Guzmán

   

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

 

Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.

 

Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.  

1 comentario

  
Eleuterio
El siguiente comentario pertenece a "alma" pero, por error del que esto publica (repetí el artículo y la persona que puso el comentario lo hizo en la otra publicación, la repetida) lo pongo en este artículo que es donde quería hacerlo:

"alma"

Solo la imagen del principio, lo dice todo como un brillante en bruto. El post lo matiza como un diamante.
12/04/21 11:50 AM

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