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26.12.20

La Palabra para el Domingo - 26 de diciembre de 2020

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Como es obvio, hoy no es domingo 27 sino sábado, 26 de diciembre de 2020. Esto lo decimos porque hemos publicado hoy el comentario del Evangelio que siempre hemos traído aquí en día, precisamente, domingo. Sin embargo, un amable lector, sacerdote, me hizo la sugerencia de poner el comentario del Evangelio del primer día de la semana, el sábado porque, como es verdad y lamento no haberme dado cuenta, el texto del Evangelio de la Santa Misa del sábado por la tarde es el del domingo siguiente.  

 

 

 

Lc 2, 22-40

 

“22 Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, 23 como está escrito en la Ley del Señor: = Todo varón primogénito será consagrado al Señor = 24 y para ofrecer en sacrificio = un par de tórtolas o dos pichones =, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. 25 Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. 26 Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. 27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, 28 le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 29 ‘Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; 30 porque han visto mis ojos tu salvación, 31 la que has preparado a la vista de todos los pueblos, 32 luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.’ 33 Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. 34 Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - 35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.’ 36 Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, 37 y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. 38 Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. 39 Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. 40 El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él”,

 

 

COMENTARIO

 

Segunda Epifanía de Cristo

 

Ya se había presentado el Hijo de Dios ante el mundo cuando los Magos, venidos de allende de las fronteras de Israel, se postraron ante el Niño que hacía bien poco acababa de nacer. Aquella, claro está, fue la primera manifestación de Cristo al mundo pero, como bien sabemos, hubo otras ocasiones en las que manifestó, bien a través de sí mismo o de otros, que era Quien era. 

En este texto del Evangelio de San Lucas, siempre tan cercano a la Virgen María y, por eso, fuente de información directa, se nos dice que la Sagrada Familia cumplía con la ley y con las normas establecidas para el caso del nacimiento de un ser humano. Por eso acuden al Templo para llevar a cabo la purificación. 

Seguramente, aquellos dos ancianos, Simeón y Ana, habían tenido un soplo del Espíritu Santo: aquel sería un día especial y no debían faltar en el Templo. Y es seguro que no faltaron como, por cierto, hacían a diario. Y son premiados. 

Lo que ellos no esperaban es que aquel día, en aquel preciso momento, Dios cumpliese con su promesa de enviar al Mesías, a su mismo Hijo engendrado y no creado, y fueran ellos dos, ancianos, los que contemplasen la Luz del mundo mientras que, suponemos, otras muchas personas por allí pasaban sin darse cuenta de nada y yendo a lo suyo… 

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