InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Octubre 2016

13.10.16

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Sólo en Dios

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar”.- Sólo en Dios 

“¿De qué te quejas, Hermano Rafael? Ámame a Mí, sufre conmigo, soy Jesús. ¡Ah! Virgen María… he aquí la gran misericordia de Dios…, he aquí cómo Dios va obrando en mi alma, a veces en la desolación, a veces en el consuelo; pero siempre para enseñarme que sólo en él tengo que poner mi corazón, que sólo en Él he de vivir, que sólo en él he de amar, de querer, de esperar…, en pura fe, sin consuelo ni ayuda de humana criatura”.

Este punto de “Saber esperar” es el último del primer capítulo del libro de tal título del hermano Rafael. Es, por eso mismo, un buen resumen de todo lo dicho hasta aquí. Y, además, nos muestra a un hijo de Dios consciente de que lo es. 

Aunque muchas veces no queramos darnos cuenta, en la Cruz de Cristo está la solución a muchas situaciones espirituales que consideramos difíciles. 

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12.10.16

La Virgen de la Hispanidad: Guadalupe y Pilar

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Como suele pasar en las cosas de los hombres, tampoco iba a evitar cierta polémica si se trata de la Virgen de Guadalupe (Cáceres, España) o la Virgen del Pilar (Zaragoza, España) sobre la que debe recaer, digamos, el patronazgo de ser la Virgen de la Hispanidad. 

Digamos que, según está establecido, corresponde a la segunda, que tiene su sede, como decimos arriba, en Zaragoza (España). Sin embargo eso, a nosotros, debe importarnos bien poco porque se trata de la Madre Dios y, sea como sea y lo que sea, es lo que es: Madre nuestra. Importa, sí, el echo de la evangelización de  América, lo que ha supuesto para la humanidad que un territorio hermano tan vasto recibiera la imagen de María y se acogiera a ella con todo gozo y amor. 

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11.10.16

Un amigo de Lolo – Dios, Padre

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

 

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

Dios, Padre

 

“Tu padre, el de aquél y el del otro, todos juntos en Uno que nunca ni envejece ni muere, el que no necesita retratos que se han de colgar de las paredes, porque es y se ve en la ternura que orienta a diario y la sabiduría que prodiga a cada instante. Padre de todos, del listo y el menos despierto, el desvalido y el dichoso, el que yerra y el que acierta; vuestro, como la sangre que nadie arranca, corazón a la par de todos, latiendo con golpes que parecen los de un yunque: vuestro y mío también, unidos en la providencia y la creación, la redención de la vida y la salvación; proveedor del pan y las ilusiones, el amor y el destino; Padre, Tú, caliente sobre nosotros, como una inmensa clueca de alas azules que le diese la vuelta al Universo, Vida nuestra, que estás en el cielo de las estrellas y haciendo estrellas en el cielo de nuestro barro y nuestra piedra. Allí donde te hagas presente, en siete círculos hay, como los de Dante, y el hombre en el séptimo, por tu generosidad. Cielo, el amor y el dolor, la vida y la muetre, la tristeza y la alegría, porque todo lo purifica tu deslumbrante cariño de Padre.” (Mesa redonda con Dios, pp. 211-212)

 

En efecto, Dios no necesita retratos. Es más, ni los necesita ni nadie podría, en tal caso, hacerlos porque nadie, salvo el Hijo, que viva o haya vivido entre los hombres, lo ha visto. Y, que sepamos, Jesucristo ni retrató de ninguna manera al Padre salvo con decir qué era y cómo amaba.

El Beato Manuel Lozano Garrido, en este texto de su “Mesa redonda con Dios”, nos muestra cómo no nos es necesaria representación alguna del Todopoderoso. Y no es que no podamos hacerla (como creamos que es) sino que en otras cosas podemos apreciar a Dios, podemos encontrarlo sin necesidad de lo que se puede tocar en materia.

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9.10.16

La Palabra del Domingo - 9 de octubre de 2016

 

 

 Lc 17, 11-19

 “11 Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, 12 y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia 13     y, levantando la voz, dijeron: ‘¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!’     14 Al  verlos, les dijo: ‘Id y presentaos a los sacerdotes.’ Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.15 Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; 16 y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. 17 Tomó la palabra Jesús y dijo: ‘¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?’ 19    Y le dijo: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado.’”

        

COMENTARIO

Dar, siempre, gracias a Dios

 

Es más que cierto que muchas veces tomamos las gracias que Dios nos entrega y luego nos olvidamos, precisamente, de Quién nos la entregado. Y eso es lo que pasa con muchos de los leprosos que curó el Hijo de Dios en la ocasión que nos trae el Evangelio de San Lucas. 

Todo, sin embargo, no puede ser objeto de crítica. 

Decimos esto porque aquellas personas, que tenían una enfermedad gravísima y que no tenía cura, tenían fe. Y es que sabían que Jesús, el Maestro, podía curarles de su grave dolencia. 

Aquellos hombres, que eran leprosos, sabían que médicamente nada se podía hacer por ellos. Debían, pues, vivir fuera de los pueblos y, además, vestir de una forma determinada con el objeto de que se supiera que eran leprosos y nadie se les acercara por miedo al contagio. 

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8.10.16

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Advertencia para la predicación

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Advertencia para la predicación

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Y Jesús dijo… (Lc 19, 39-40)

“Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: ‘Maestro, reprende a tus discípulos.’    Respondió: ‘Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.’”

           

¡Qué vergüenza para nosotros tener que escuchar esto de parte de Cristo!

El caso es que, en el tiempo, poco antes había pasado esto que sigue (Lc 19, 36-38):

“Mientras él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron  a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. Decían: ‘Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas.’”

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