InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: 2014

12.09.14

Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - Fe y unidad de la Iglesia

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Fe y unidad de la Iglesia

Unidad e integridad de la fe

“47. La unidad de la Iglesia, en el tiempo y en el espacio, está ligada a la unidad de la fe: ‘Un solo cuerpo y un solo espíritu […] una sola fe’ (Ef 4,4-5). Hoy puede parecer posible una unión entre los hombres en una tarea común, en el compartir los mismos sentimientos o la misma suerte, en una meta común. Pero resulta muy difícil concebir una unidad en la misma verdad. Nos da la impresión de que una unión de este tipo se opone a la libertad de pensamiento y a la autonomía del sujeto. En cambio, la experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor es posible tener una visión común, que amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y que eso no nos empobrece, sino que enriquece nuestra mirada. El amor verdadero, a medida del amor divino, exige la verdad y, en la mirada común de la verdad, que es Jesucristo, adquiere firmeza y profundidad. En esto consiste también el gozo de creer, en la unidad de visión en un solo cuerpo y en un solo espíritu. En este sentido san León Magno decía: ‘Si la fe no es una, no es fe’.
¿Cuál es el secreto de esta unidad? La fe es ‘una’, en primer lugar, por la unidad del Dios conocido y confesado. Todos los artículos de la fe se refieren a él, son vías para conocer su ser y su actuar, y por eso forman una unidad superior a cualquier otra que podamos construir con nuestro pensamiento, la unidad que nos enriquece, porque se nos comunica y nos hace ‘uno’.

La fe es una, además, porque se dirige al único Señor, a la vida de Jesús, a su historia concreta que comparte con nosotros. San Ireneo de Lyon ha clarificado este punto contra los herejes gnósticos. Éstos distinguían dos tipos de fe, una fe ruda, la fe de los simples, imperfecta, que no iba más allá de la carne de Cristo y de la contemplación de sus misterios; y otro tipo de fe, más profundo y perfecto, la fe verdadera, reservada a un pequeño círculo de iniciados, que se eleva con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida, más allá de la carne de Cristo. Ante este planteamiento, que sigue teniendo su atractivo y sus defensores también en nuestros días, san Ireneo defiende que la fe es una sola, porque pasa siempre por el punto concreto de la encarnación, sin superar nunca la carne y la historia de Cristo, ya que Dios se ha querido revelar plenamente en ella. Y, por eso, no hay diferencia entre la fe de ‘aquel que destaca por su elocuencia’ y de ‘quien es más débil en la palabra’, entre quien es superior y quien tiene menos capacidad: ni el primero puede ampliar la fe, ni el segundo reducirla.

Por último, la fe es una porque es compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo espíritu. En la comunión del único sujeto que es la Iglesia, recibimos una mirada común. Confesando la misma fe, nos apoyamos sobre la misma roca, somos transformados por el mismo Espíritu de amor, irradiamos una única luz y tenemos una única mirada para penetrar la realidad.

48. Dado que la fe es una sola, debe ser confesada en toda su pureza e integridad. Precisamente porque todos los artículos de la fe forman una unidad, negar uno de ellos, aunque sea de los que parecen menos importantes, produce un daño a la totalidad. Cada época puede encontrar algunos puntos de la fe más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe (cf. 1 Tm 6,20), para que se insista oportunamente en todos los aspectos de la confesión de fe. En efecto, puesto que la unidad de la fe es la unidad de la Iglesia, quitar algo a la fe es quitar algo a la verdad de la comunión. Los Padres han descrito la fe como un cuerpo, el cuerpo de la verdad, que tiene diversos miembros, en analogía con el Cuerpo de Cristo y con su prolongación en la Iglesia. La integridad de la fe también se ha relacionado con la imagen de la Iglesia virgen, con su fidelidad al amor esponsal a Cristo: menoscabar la fe significa menoscabar la comunión con el Señor. La unidad de la fe es, por tanto, la de un organismo vivo, como bien ha explicado el beato John Henry Newman, que ponía entre las notas características para asegurar la continuidad de la doctrina en el tiempo, su capacidad de asimilar todo lo que encuentra, purificándolo y llevándolo a su mejor expresión. La fe se muestra así universal, católica, porque su luz crece para iluminar todo el cosmos y toda la historia.

49. Como servicio a la unidad de la fe y a su transmisión íntegra, el Señor ha dado a la Iglesia el don de la sucesión apostólica. Por medio de ella, la continuidad de la memoria de la Iglesia está garantizada y es posible beber con seguridad en la fuente pura de la que mana la fe. Como la Iglesia transmite una fe viva, han de ser personas vivas las que garanticen la conexión con el origen. La fe se basa en la fidelidad de los testigos que han sido elegidos por el Señor para esa misión. Por eso, el Magisterio habla siempre en obediencia a la Palabra originaria sobre la que se basa la fe, y es fiable porque se fía de la Palabra que escucha, custodia y expone. En el discurso de despedida a los ancianos de Éfeso en Mileto, recogido por san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, san Pablo afirma haber cumplido el encargo que el Señor le confió de anunciar ‘enteramente el plan de Dios’ (Hch 20,27). Gracias al Magisterio de la Iglesia nos puede llegar íntegro este plan y, con él, la alegría de poder cumplirlo plenamente.

Lumen fidei

Podría parecer una verdad de las llamadas de perogrullo (evidente, sin necesidad de hacer explícita, clara a los ojos y el corazón…) decir que si no hay unidad de la fe católica no puede haber unidad en la Iglesia católica.

Sin embargo, es más que cierto que tal verdad, tan cierta como la existencia de Dios, no ha sido asimilada por todos los que forman parte de la Esposa de Cristo pues, como es sobradamente conocido, parecen no darse cuenta de que si no existe unidad de la fe tampoco puede haberla de la Iglesia católica.

El Papa Francisco, en estos puntos de su Lumen fidei, acierta al identificar las razones de la fe que procuran la unidad de la Iglesia católica. Y ninguna de ellas está fuera de nuestro alcance sino, al contrario, tan cerca de nosotros como queramos que estén.

¡Qué equivocados están aquellos que creen que unidad de fe es lo mismo que falta de libertad!

En realidad, lo contrario es la verdad pues no es poco cierto que saber por donde se pisa en materia de fe, por no haber dudas al respecto, facilita mucho el camino. Otra forma de buscar el definitivo Reino de Dios (y gozar del ya aquí presente por haberlo traído Cristo) no puede acarrear más que desviaciones de la senda que a Él nos lleva.

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11.09.14

Ser idóneo

Religión católica

Son muchas veces las que pasa esto que ha pasado ahora. Y, como el ser humano es como es, seguramente volverá a pasar.

Las cosas, sin embargo, han de estar más que claras y ha de ser diáfano el entendimiento sobre el asunto.

Dicen, muchos, que con la Iglesia hemos topado. El caso es que es cierto porque, además, así tiene que ser pues esto no es más que la aplicación de un lógico principio que, por cierto, se pediría en cualquier otra circunstancia.

Ahora ha sido el caso de un profesor de religión que ha contraído imposible matrimonio con un hombre; en otra ocasión se ha tratado de una profesora de religión se ha separado civilmente; en otra ocasión se ha tratado de situaciones similares.

Bien. El caso es que en todos, en todos decimos, estos casos es palpable, demostrable y escandalosamente cierto, que quien ha fallado no ha sido, precisamente, la Iglesia católica y sus normas, sino la otra parte. Es decir, la persona que cumplía funciones de docente de la asignatura de Religión católica ha incurrido en imposibilidad para seguir ejerciendo tan importante labor.

Lo que aquí pasa es que, al parecer, no se quiere entender la realidad de las cosas siendo, las mismas, bien fáciles de entender y bien sencillas de ver.

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10.09.14

Serie Principios básicos del Amor de DiosMisericordia de Dios

Amor de  Dios

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.

(1 Jn 4, 16)

Este texto, de la Primera Epístola de San Juan es muy corto pero, a la vez, muestra la esencia de la realidad de Dios al respecto del ser humano que creó y mantiene en su Creación.

Es más, un poco después, tres versículos en concreto, abunda en una verdad crucial que dice que: “Nosotros amamos, porque él nos amó primero”.

Dios, pues, es amor y, además, es ejemplo de Amor y luz que ilumina nuestro hacer y nuestra relación con el prójimo. Pero eso, en realidad, ¿qué consecuencias tiene para nuestra existencia y para nuestra realidad de seres humanos?

Que Dios sea Amor, como es, se ha de manifestar en una serie de, llamemos, cualidades que el Creador tiene al respecto de nosotros, hijos suyos. Y las mismas se han de ver, forzosamente, en nuestra vida como quicios sobre los que apoyarnos para no sucumbir a las asechanzas del Maligno. Y sobre ellas podemos llevar una vida de la que pueda decirse que es, verdaderamente, la propia de los hijos de un tan gran Señor, como diría Santa Teresa de Jesús.

Decimos que son cualidades de Dios. Y lo decimos porque las mismas cualifican, califican, dicen algo característico del Creador. Es decir, lo muestran como es de cara a nosotros, su descendencia.

Así, por ejemplo, decimos del Todopoderoso que muestra misericordia, capacidad de perdón, olvido de lo que hacemos mal, bondad, paciencia para con nuestros pecados, magnanimidad, dadivosidad, providencialidad, benignidad, fidelidad, sentido de la justicia o compasión porque sabemos, en nuestro diario vivir que es así. No se trata de características que se nos muestren desde tratados teológicos (que también) sino que, en efecto, apreciamos porque nos sabemos objeto de su Amor. Por eso el Padre no puede dejar de ser misericordioso o de perdonarnos o, en fin, de proveer, para nosotros, lo que mejor nos conviene.

En realidad, como escribe San Josemaría en “Amar a la Iglesia “ (7)

“No tiene límites el Amor de Dios: el mismo San Pablo anuncia que el Salvador Nuestro quiere que todos los hombres se salven y vengan en conocimiento de la verdad (1 Tim II, 4).”

Por eso ha de verse reflejado en nuestra vida y es que (San Josemaría, “Forja”, 500)

“Es tan atrayente y tan sugestivo el Amor de Dios, que su crecimiento en la vida de un cristiano no tiene límites”.

Nos atrae, pues, Dios con su Amor porque lo podemos ver reflejado en nuestra vida, porque nos damos cuenta de que es cierto y porque no se trata de ningún efecto de nuestra imaginación. Dios es Amor y lo es (parafraseando a San Juan cuando escribió – 1Jn 3,1- que somos hijos de Dios, “¡pues lo somos!”) Y eso nos hace agradecer que su bondad, su fidelidad o su magnanimidad estén siempre en acto y nunca en potencia, siempre siendo útiles a nuestros intereses y siempre efectivas en nuestra vida.

Dios, que quiso crear lo que creó y mantenerlo luego, ofrece su mejor realidad, la misma Verdad, a través de su Amor. Y no es algo grandilocuente propio de espíritus inalcanzables sino, al contrario, algo muy sencillo porque es lo esencial en el corazón del Padre. Y lo pone todo a nuestra disposición para que, como hijos, gocemos de los bienes de Quien quiso que fuéramos… y fuimos.

En esta serie vamos, pues a referirnos a las cualidades intrínsecas derivadas del Amor de Dios que son, siempre y además, puestas a disposición de las criaturas que creó a imagen y semejanza suya.

Misericordia de Dios

Misericordia de Dios

Es San Lucas quien, en su evangelio, pone el ejemplo perfecto de lo que es, de lo que significa, la Misericordia de Dios.

Es más que conocida la parábola del buen samaritano (10, 27-37) porque siempre se relaciona la misma con el hecho mismo de compadecerse de lo que, al fin y al cabo, es la miseria material y moral en la que vive el hijo que quiso alejarse del padre porque creía que sería la mejor forma de vivir según sus particulares modos de pensar. Y bien que vivió de tal manera.

El caso es que aquel joven, pensemos en nosotros mismos en más de una ocasión de nuestra vida, perdió a su progenitor de vista (típica rebelión de hijo a determinada edad) y quiso, así, ser él mismo. Y bien que lo fue.

Pero lo que más nos importa, lo que es crucial en esta parábola, no es la situación del hijo (ni siquiera la de su hermano que daría para escribir otro tanto largo y tendido) sino lo que es y representa el padre.

Tenemos por verdad, a tal respecto, que la expresión “el reino de Dios es como…” viene referido al Creador mismo. Es como si dijésemos que “Dios es…” y de tal forma la utiliza Jesús cuando hace lo propio con la parábola como método y medio de enseñanza de la santa doctrina que sale de su corazón y de su boca.

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9.09.14

Un amigo de Lolo – El quicio del sufrimiento

Presentación
Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

El quicio del sufrimiento

“¿Quién no tiembla ante el dolor si Cristo mismo tiritó en la noche bajo los olivos? Pero el dolor, desde Él y por Él, nos da fortaleza de piedra de esquina en casa nueva”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (962)

“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.

Tal expresión de verdad salió de la boca de Jesucristo para darnos a entender que Él era quien, desechado, daba, daría, forma al Reino de Dios en la Tierra y, luego, en el Cielo, al definitivo del Padre Dios Espíritu Santo.

Una cosa es, por cierto, lo que nos pueda pasar, por lo que estemos pasando y otra, muy distinta, el sentido que le demos a lo que nos acontece. Y en esto tiene mucho que decir nuestra fe y qué hacemos con ella y con respecto a ella.

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8.09.14

Cuando nace la Sin Pecado

Natividad de Bamberg

Hubo quien dijo, al respecto del nacimiento inmaculado de María, que Dios podía hacer que eso pudiera ser posible, que quería que eso fuera posible y que por eso fue posible. Y es que para Dios nada hay imposible como muy sabemos por haberlo demostrado muchas veces.

Tal realidad espiritual la tenemos por dogmática porque no puede ser de otra forma. Y aceptamos que María nació sin el pecado original porque fue concebida de forma santa y, hay que decirlo, milagrosa, por aquella mujer, la llamamos Ana, que era mayor para concebir (como lo era, luego, Isabel, la esposa de Zacarías, y madre de Juan el Bautista; ambas “estériles” para el mundo)

El caso es que María nació. Y que lo hizo de la forma más limpia posible que fue la misma que seguiría a lo largo de su vida terrena; limpieza impresa a fuego en su corazón. Y por eso subió así al cielo, en Cuerpo y Alma. Y es que todo, en la vida de aquella de la que hoy celebramos su natividad, estaba escrito en el corazón de Dios

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