InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Septiembre 2013, 18

18.09.13

A pedem litterae - P. Pablo Cabellos Llorente

Al pie de la letra es, digamos, una forma, de seguir lo que alguien dice sin desviarse ni siquiera un ápice.

En “Ad pedem litterae - Hermanos en la red” son reproducidos aquellos artículos de católicos que hacen su labor en la red de redes y que suponen, por eso mismo, un encarar la creencia en un sentido claro y bien definido.

Ad pedem litterae - P. Pablo Cabellos Llorente

Presentación del artículo del P. Pablo Cabellos .

Es de creencia común que cada cual tiene, a lo largo de su vida, momentos que calan en el corazón de una forma especial. Así, por ejemplo, cuando se conoce a una persona que, a lo largo de su posterior existencia, ha sido muy importante, eso mismo ha de dejar una huella grande en la vida de quien así lo siente.

El P. Pablo Cabellos hace mención en su artículo al momento en el que conoció a quien luego sería beato y, tras el transcurso del tiempo y el cumplimiento de las condiciones para eso, santo: san Josemaría.

Es bien cierto que algunas de las personas que podemos conocer han de ser muy especiales y, así, pensar que no somos dignos de que llegarnos ante ellas. Sin embargo, aquel sacerdote, fundador del Opus Dei no era nada estrafalario ni lejano sino todo lo contrario. No extraña, por lo tanto que el autor del artículo diga que quedó “convencido de haber conocido a un Padre muy cercano, a un hombre muy normal y muy extraordinario, a alguien que se empeñaba a diario en la lucha por la santidad y en arrastrar a tantos cuantos podía a esa pasión. Hoy, hace cincuenta años, conocí a un Santo".

Ahora, claro, habrán pasado hará unos cuantos días desde tal momento y la vivencia de tal encuentro y de tal momento se habrá enriquecido y quedará, siempre, en su corazón, e incluso, en lo que podamos ser capaz de entender como propio de nosotros mismos.

Y, ahora, el artículo del P. Pablo Cabellos Llorente.

Se cumplen hoy cincuenta años

Pablo Cabellos Llorente

Cuando escribo, se cumplen cincuenta años del día en que conocí a un Santo. Habrá pasado algún tiempo cuando se publique. Yo era un joven universitario que había pedido recientemente la admisión en el Opus Dei. Un buen grupo de gente en parecida situación nos reunimos para un curso de verano -donde descansar y formarnos- en el Colegio Mayor Belagua de la Universidad de Navarra. San Josemaría Escrivá pasaba unos días, si no recuerdo mal, en Elorrio, en la tierra vasca que tanto amaba, como toda la entrañable geografía española. Aunque sea una digresión, dijo de Valencia que le parecía que el Señor deseaba que amase particularmente a nuestra ciudad.

El veintitrés de agosto de 1963 se vino hasta Pamplona para visitarnos. Yo sólo conocía Camino y había escuchado en un viejo magnetofón una no menos vieja cinta con la grabación de la homilía “Vida de Fe", publicada años después. Me entusiasmaba -y me entusiasma- la fuerza de esa meditación, como me encantaron otras que conocí bastante más tarde. Ese era mi bagaje de la persona que nos visitaba y, claro, que era el fundador del Opus Dei y que, como vivíamos como una familia, se le llamaba Padre, pero no como el común denominador usado para hablar a un sacerdote o, en España, más habitualmente a un religioso, a quienes amaba san Josemaría, pero sabiéndose sacerdote secular cien por cien. Era el Padre porque era padre de veras, así, sencillo, como habría dicho un vasco.

Luego he pensado que los carismas que Dios reparte entre sus hijos, algunos -como en este caso- muy especiales, se traslucen en cierto modo al exterior. Si podía tener alguna idea fantasiosa del fundador, se me desvaneció nada más conocerlo: se veía a un Padre que generaba alegría y confianza conforme avanzaba de la puerta hasta llegar al oratorio para saludar al Señor -siempre era lo primero- y continuando después por el pasillo que conducía a la sala de estar. Éramos muchos porque se habían sumado los de otro curso que se realizaba en el Colegio Mayor Aralar. Éstos eran profesionales jóvenes que habían vivido en Roma.

A la naturalidad inicial, ya asombrosa, se sumaron más sorpresas: conocía detalles muy concretos de los llegados de Italia, tales como la operación quirúrgica del padre de un norteamericano, el estado de la construcción de una casa de retiros en Irlanda que comentaba con otro de este país, el interés por la familia de otro, etc. Esto no sucedió de golpe, sino a medida que los iba descubriendo entre los pocos sentados en sillas, los muchos colocados en el suelo y bastantes que permanecían de pie haciendo fondo. Aquello no tenía orden ni concierto: era una tertulia familiar en la que cada uno contaba lo que quería, otro preguntaba si cantábamos e íbamos a ello, después un chiste. Y entre una cosa y otra la reflexión sobrenatural, el impulso para orientar todo hacia Dios, el descubrimiento de horizontes apostólicos no imaginados.

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