InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: 2012

21.12.12

Eppur si muove - ¿Se puede alabar a ciertas personas?

Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Volver a tener presente, en cada instante, la voluntad de Dios es, con toda seguridad, una forma básica de ser hijo del Creador.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Hay un dicho que al que esto escribe gusta mucho y que dice que el “no tiene pan, sueña bollos” y quiere decir que a falta de algo, pues no está tan mal tener en la mente y el corazón algo, incluso, mejor de lo que se piensa.

Eso pasa, por ejemplo, con personas como José Bono, ex todo de la política española y ahora dedicado a alabar a personas como Pedro Casaldáliga.

Sabemos que cuando alguien se refiere a Casaldáliga lo hace en el sentido puramente religioso. Es decir, no se habla de él como un arquitecto o como un médico de fama sino de alguien que, dentro de la Iglesia católica, es quien es.

Pues bien, como Pedro Casaldáliga ha sido amenazado, seguramente, por estar al lado de los que sufren (lo cual, por cierto, le honra) ha habido los esperados homenajes. Entre ellos, el que fuera Presidente del Congreso de los Diputados de España ha escrito un emotivo mensaje en el que ha dicho lo siguiente:

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20.12.12

¡Vaya plan!

Por la libertad de Asia Bibi.
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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

El Amor de Dios tiene que es grande y que nunca se demora en hacerse efectivo. El nuestro, en demasiadas ocasiones, se demora y no se hace efectivo.

Y, ahora, el artículo de hoy.

La publicidad refleja, en no pocas ocasiones, la situación por la que pasa una sociedad. Y, aunque muchas veces procura imponer determinas tendencias, no es poco cierto que muestra, la mayoría de las mismas, lo que hay. Y lo que hay no es, como es el caso aquí traído, nada edificante.

Hay una campaña de ropa que ha puesto en marcha una marca de nombre “Desigual”. Cualquiera puede buscarla en Internet.

Al parecer han buscado la polémica porque, hoy día, puede parecer o dar la impresión de que así se vende más o se llega más al público. Y lo malo es que es más que cierto.

Se compone de tres vídeos en los que puede verse a unas jóvenes muy de hoy en día en actitudes más que provocativas. Enseñan la ropa de la marca y, claro, algo más pues el aspecto morboso de lo que se anuncia nunca puede faltar en una sociedad donde el hedonismo ha alcanzado las cimas más altas de la miseria humana.

Pues bien, como seguramente la tal marca y las personas que la llevan (con todo el derecho a hacerlo, por supuesto) deben considerarse puestas “al día” y van con los tiempos que corren no podían evitar (y en aras de la polémica ni siquiera debía) que uno de los anuncios mostrara un “plan” (así lo llaman) no por extraño a la naturaleza humana, sí muy común, al parecer, hoy día.

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19.12.12

Bendecir lo bueno, tener por malo lo que es malo

Por la libertad de Asia Bibi.
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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
¿Qué escrúpulo mantuvo Jesucristo en su vida?: ¡Ninguno! Entonces… si es tu Señor, ¿acaso quieres ser más que Él?

Y, ahora, el artículo de hoy.
Bendeciré a Yahveh en todo tiempo, sin cesar en mi boca su alabanza
(Salmo 33 ,1)

Suele decirse que cuando llega el tiempo de Navidad, los corazones humanos de los creyentes se vuelven más blandos o, lo que es lo mismo, que la aspiración de Dios de que sustituyamos el que tenemos, muchas veces, de piedra, y se convierta en uno de carne, se hace posible. Y el Creador, seguramente, goza sabiendo que, al menos durante unos días, somos lo que deberíamos ser todo el tiempo.

El lenguaje es, sin duda, una forma maravillosa de dirigirnos al resto de seres humanos. Por eso no puede ser cicatero ni políticamente correcto pues la corrección política lleva inscrita en sí misma la palabra traición a unas creencias y, con casi toda seguridad, la malversación de una fe que a duras penas deambula por el mundo dando más tumbos de los que debería dar.

Por eso debemos saber que es posible y que es, sobre todo, necesario, bendecir lo que es en verdad bueno y benéfico y tener por malo lo que es malo, negativo y nigérrimo para la fe que tenemos por nuestra y que, por católica, es universal.

Expresamos, por lo tanto, buenos deseos para aquellos creyentes que se toman su fe en serio y no la tergiversan ni la hacen de menos. Bendecimos, por lo tanto, a los creyentes que aman su fe y la ponen en práctica teniendo en cuenta lo que supone o lo que puede suponer de contrario a los intereses de los demás y que, en muchas ocasiones, tanto daño puede causar en el espíritu de quien se sabe hijo de Dios.

También bendecimos a los que no anteponen el mundo a su fe católica y tienen lo mundano por instrumento del Mal. Los bendecimos porque no aceptan la señal de la Bestia en sus frentes y en sus manos o, lo que es lo mismo, en lo que piensan y en lo que hacen y saben que Dios ha de tener en cuenta, para su bien y su espíritu, que se rechace lo que Él rechaza y no se esté a lo que no se tiene que estar.

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18.12.12

Un amigo de Lolo - Orar es estar con Dios

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Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

14 El resultado de mantener un escrúpulo es, sin duda, algo malo para quien lo mantiene: se es menos creyente pero, a cambio, se obtiene el vacío.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Presentación

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Orar es estar con Dios

“La oración es un generoso camino de devolución de la visita de Dios”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (585)

Los hijos de Dios que somos conscientes de que lo somos sabemos que podemos mantener una relación con nuestro Padre que puede ser mejor o peor según sea nuestro espíritu. Miramos hacia arriba deseando una respuesta del Creador y esperamos, además esperamos, que ponga en nuestro corazón un responder que ansiamos y anhelamos.

Nuestro Creador, cuando en la eternidad creyó importante tener una semejanza y la creó, puso en su corazón una semilla de relación que llevaba, directamente, a sus mismas entrañas, de misericordia hechas. Miró por su descendencia y lo hizo de la única manera que podía hacerlo y que no era otra que dejándonos dicho, profetas mediando, que podíamos dirigirnos a Quien tanto había hecho, todo, por nosotros.

En realidad, Dios nos visita siempre que queremos porque lo tenemos con nosotros, está en nosotros y no siendo, sin embargo, nosotros mismos Dios, sí es más que cierto que su cercanía es tan profunda que llega hasta el rincón más recóndito de nuestro corazón, también creado por Él.

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17.12.12

Serie Humanae vitae -3.- De lo que es sí y lo que es no

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Todas las personas tenemos escrúpulos materiales ante aquello que no es de nuestro agrado. Pero espirituales, escrúpulos espirituales, sólo los tienen los que son, más bien, de poco espíritu o, como mucho, de espíritu tibio.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Humanae vitae

Presentación de la serie

Hace tiempo cayó en mis manos un ejemplar de la publicación original (año 1969) de la Carta Encíclica de Pablo VI Humanae vitae (Hv) Iba, y va, referida a la regulación de la natalidad. Y era de esperar que produjera polémica y que hiciera sufrir mucho a su autor.

Lo que no era de esperar, o sí, era que la contestación a la Hv se produjera, además de con la puesta en práctica de políticas contrarias a lo que indica la misma, dentro de la misma Iglesia por aquellos que parecen que ven un ejemplo de virtud oponerse a cualquier cosa que pueda emanar de la Santa Sede.

Pero es de pensar que los sectores sociales, políticos e, incluso, eclesiales, que se mantienen en contra (con hechos y palabras) no están muy de acuerdo con tal Encíclica, ni por lo que dice ni por la verdad que muestra.

Había razones para que se diera a la luz una Encíclica como la Hv: “La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la transmisión de la vida“ (Hv 11).

Por lo tanto, no se trata de la plasmación de ideas retrógradas ni pasadas de moda sino, al contrario, la fijación, una vez más, de lo que la Iglesia entiende que se tiene que hacer y llevar a cabo en un tema tan importante como el de la vida humana y el de la natalidad que, evidentemente, lleva aparejado.

Ante eso, ¿Qué es lo que se ha hecho desde los sectores sociales y políticos que se podían haber limitado a aplicar tal norma eclesial por sus benéficos postulados para la humanidad?

Pues, exactamente, todo lo contrario:

1.-Anticonceptivos

En materia de anticonceptivos está claro que los poderes públicos se han encargado de difundir el uso de los mismos. Sobre esto, el punto 17 de la Hv dice que “Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como a compañera, respetada y amada”. ¿No es eso cierto?

2.-Píldora del día después

El uso de la píldora del día después, como método anticonceptivo digamos, distinto al ordinario que es el preservativo, supone una aplicación perversa de la anticoncepción y una clara manipulación de determinados sectores sociales.

Sobre esto, la Conferencia Episcopal Española, en nota de fecha 27 de abril de 2001 titulada “La píldora del día siguiente. Nueva amenaza contra la vida” dice (apartado 1) que “Se trata de un fármaco que no sirve para curar ninguna enfermedad, sino para acabar con la vida incipiente de un ser humano”.

3.-Aborto

El aborto ha sido política habitual de las sociedades que se dicen “avanzadas” cuando nada hay más retrógrado que acabar con la vida de un ser vivo humano y nada peor que llevar a cabo la implantación legal de tan aberrante práctica. Y en España tenemos ejemplos más que suficientes y recientes (véase legislación sobre el aborto) como para avergonzar a cualquiera.

Sobre esto dice la Hv (14) que “En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas”.

Y es que parece que, aunque hayan pasado más de 40 años desde que publicara, Pablo VI, la Encíclica Humanae vitae, las cosas siguen en su sitio o mejor dicho, en peor sitio porque suponía, tal documento, un “aviso” ante la situación que la natalidad estaba sufriendo en el mundo o, al menos, una indicación sobre lo que no se debía hacer.

En realidad, lo único que ha cambiado ha sido, por un lado, el lenguaje políticamente correcto de llamar a las cosas por nombres que no son y, por otro lado, la técnica que procura, de forma, digamos, más disimulada, el atentado contra la vida humana.

Y así, mucho más podemos decir al respecto porque los temas que el documento salido del corazón de Pablo VI refiere no son, precisamente, de poca importancia para la consideración cabal y con criterio católico de los mismos.

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Hv

3.- De lo que es sí y lo que es no

Está bien, siempre lo está, que cuando tenemos que enfrentarnos a determinada realidad haya, digamos, algo a lo que agarrarse para no perecer en el intento de defender lo que creemos. De otra forma, sería dificultosa, incluso, la propia existencia.

Al respecto del meollo, de la sustancia y esencia de la encíclica de Pablo VI que aquí traemos no puede decirse que no establezca lo que es positivo y lo que es negativo al respecto de la natalidad humana. Y esto, lo que quiere decir, sencillamente, es que tenemos a qué atenernos y debemos, pues, atenernos a lo que la misma dice.

Al respecto, digamos, de la validez que la doctrina establecida en la Hv tiene, el Beato Juan Pablo II dijo, por ejemplo, que “cuanto ha sido enseñado por la Iglesia sobre la contracepción no pertenece a la materia libremente disputada por los teólogos. Enseñar lo contrario equivale a inducir a error a la conciencia moral de los esposos” (5-6-1987) o que “dicha doctrina pertenece a la doctrina moral de la Iglesia, que ésta ha propuesto con ininterrumpida continuidad tratándose de una verdad que no puede ser discutida. Por ello ninguna circunstancia personal o social ha podido nunca, puede, ni podrá jamás, convertir un acto así (de contracepción) en un acto justo en sí mismo” (14-3-1988).

Seguramente por eso, como impulsor, en la vida de la Iglesia católica, del Concilio Vaticano II, procuró que quedara fijado en el Catecismo de la Esposa de Cristo todo lo que sigue al respecto, por ejemplo, de la “fecundidad del matrimonio (vale la pena traer todo el contenido):

2366 La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que “está en favor de la vida” (FC 30), enseña que todo “acto matrimonial en sí mismo debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (HV 11). “Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (HV 12; cf Pío XI, Carta enc. Casti connubii).
2367 Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios (cf Ef 3, 14; Mt 23, 9). “En el deber de transmitir la vida humana y educarla, que han de considerar como su misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad humana y cristiana” (GS 50, 2).

2368 Un aspecto particular de esta responsabilidad se refiere a la regulación de la procreación. Por razones justificadas (GS 50), los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable. Por otra parte, ordenarán su comportamiento según los criterios objetivos de la moralidad:

«El carácter moral de la conducta […], cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la transmisión responsable de la vida, no depende sólo de la sincera intención y la apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva con sinceridad la virtud de la castidad conyugal» (GS 51).

2369 “Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad” (HV 12).

2370 La continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la autoobservación y el recurso a los períodos infecundos (HV 16) son conformes a los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente mala “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (HV 14):

«Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal. […] Esta diferencia antropológica y moral entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos implica […] dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí» (FC 32).

2371 Por otra parte, “sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea de transmitirla no se limita a este mundo sólo y no se puede medir ni entender sólo por él, sino que mira siempre al destino eterno de los hombres” (GS 51).

2372 El Estado es responsable del bienestar de los ciudadanos. Por eso es legítimo que intervenga para orientar la demografía de la población. Puede hacerlo mediante una información objetiva y respetuosa, pero no mediante una decisión autoritaria y coaccionante.

No puede legítimamente suplantar la iniciativa de los esposos, primeros responsables de la procreación y educación de sus hijos (cf PP 37; HV 23). El Estado no está autorizado a favorecer medios de regulación demográfica contrarios a la moral.

No extrañe, por lo tanto, que el Catecismo haga una referencia, en este aspecto, a la encíclica que tanto sufrimiento causó a Pablo VI. Tampoco extrañe que la misma tenga a bien iluminar al católico acerca de lo que significan estos importantes y cruciales temas.

Así, por ejemplo, al respecto de las vías ilícitas para la regulación de nacimientos (lo que ha de querer decir, por supuesto, que las hay que son profundamente lícitas) nos dice, en el punto 14 de la Encíclica, que

En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas.

Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación .

Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán después y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda.

¿Qué es, pues, lo lícito desde el punto de vista católico?

En realidad, lo que conviene reconocer desde un principio es que, en efecto, hay medios terapéuticos que son lícitos en al regulación de los nacimientos y, por lo tanto, que no cabe sostener que la Iglesia católica se muestra cicatera en este aspecto o que, incluso, censura el hecho de que, en determinados momentos el matrimonio no mantenga relaciones sexuales con el fin ordinario de la procreación.
Por eso, en el número siguiente, 16, dice la HV lo siguiente:

A estas enseñanzas de la Iglesia sobre la moral conyugal se objeta hoy, como observábamos antes, que es prerrogativa de la inteligencia humana dominar las energías de la naturaleza irracional y orientarlas hacia un fin en conformidad con el bien del hombre. Algunos se preguntan: actualmente, ¿no es quizás racional recurrir en muchas circunstancias al control artificial de los nacimientos, si con ello se obtienen la armonía y la tranquilidad de la familia y mejores condiciones para la educación de los hijos ya nacidos? A esta pregunta hay que responder con claridad: la Iglesia es la primera en elogiar y en recomendar la intervención de la inteligencia en una obra que tan de cerca asocia la creatura racional a su Creador, pero afirma que esto debe hacerse respetando el orden establecido por Dios.

Por consiguiente, si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los periodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que acabamos de recordar.

La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurso a los periodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias. En realidad, entre ambos casos existe una diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos naturales. Es verdad que tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están de acuerdo en la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles, buscando la seguridad de que no se seguirá; pero es igualmente verdad que solamente en el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio en los periodos fecundos cuando por justos motivos la procreación no es deseable, y hacen uso después en los periodos agenésicos para manifestarse el afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad. Obrando así ellos dan prueba de amor verdadero e integralmente honesto.

Es decir, no hay problema alguno ni lo supone para la doctrina católica que se recurra a momentos en los que no se da la capacidad de fecundar para que en el seno del matrimonio el hombre y la mujer mantengan sanas relaciones sexuales. No hay y no se puede sostener, en este aspecto, lo contrario.

Sin embargo, a pesar de que puede haber, y las hay, dentro de la Iglesia católica, personas que no acaban de comprender lo que defiende la Hv, la verdad es que la misma, como suele decirse, lo tiene bastante claro y, por eso mismo, abunda en poner negro sobre blanco para que se comprenda, si es que eso es posible, que los métodos de regulación de la natalidad de carácter artificial no tienen nada de positivo. Por eso se ve en la ineludible obligación de decir (17) que “Los hombres rectos podrán convencerse todavía de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad”.

Habla, por supuesto, de aquellos hombres que tienen de la realidad en la que viven un sentido cristiano, aquí católico, y conocen y reconocen que no es bueno todo lo que como bueno presenta el mundo a sus habitantes. De aquí que un poco más abajo diga que

Por tanto, sino se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones; límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito quebrantar. Y tales límites no pueden ser determinados sino por el respeto debido a la integridad del organismo humano y de sus funciones, según los principios antes recordados y según la recta inteligencia del “principio de totalidad” ilustrado por nuestro predecesor Pío XII (21).

Y, ante esto, ¿qué es lo que podemos hacer y creer?

Un católico sabe que tiene unos pastores que le guían hacia el definitivo Reino de Dios y que ellos tienen en cuenta todos los instrumentos espirituales como para determinar qué es conveniente y qué no es conveniente para nuestra vida de seres humanos. Tal es la causa de que la Iglesia se reconozca como garantizadora de los “auténticos valores humanos” y como es cierto que (18, éste y el resto de entrecomillados hasta el final de párrafo) “Se puede prever que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son demasiadas las voces —ampliadas por los modernos medios de propaganda— que están en contraste con la Iglesia” (si así era entonces, en tiempos de Pablo VI ¡qué no diremos de los tiempos en los que estamos bien entrado el siglo XX!), no es menos cierto, sin embargo, que la Iglesia católica no puede “jamás declarar lícito lo que no lo es por su íntima e inmutable oposición al verdadero bien del hombre”.

Y en tales está la Iglesia católica y, así, sus fieles.

Eleuterio Fernández Guzmán
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