Meditaciones de Cuaresma - Valores de Cuaresma: limosna

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Es bien cierto y verdad que limosna, lo que supone dar limosna, no es algo que se circunscriba al tiempo de Cuaresma. Y es que, como el resto de valores que destacan en tal tiempo espiritual, el año litúrgico todo, completo, es muy apropiado para ponerlos en práctica.

Ahora, sin embargo, es un tiempo muy especial, como bien sabemos y muy apropiado para mostrar y demostrar si es que tenemos un corazón tierno o, al contrario, no por esas somos capaces que deje de ser de piedra.

A lo largo de la Sagrada Escritura son muchas las ocasiones que se tiene en cuenta a la limosna. Pero es el Nuevo Testamento cuando Jesucristo dice algo fundamental y que debe hacernos pensar qué es lo que, a tal respecto, hacemos.

Es en el Evangelio de San Mateo (6, 2) donde se dice esto que sigue y que pone, el evangelista, en boca del Hijo de Dios:

“Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga”.

Es más, un poco más abajo (Mt 6,3-4) dice:

“Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve lo secreto, de lo recompensará.”

Vemos, por tanto, que la limosna es tan importante que no debe ser conocido que se hace salvo, claro, por la persona que la recibe y, en todo caso, por Dios que es Quien debe conocer tal tipo de proceder.

De todas formas, hay dos formas de limosna que no debemos olvidar que son, a saber:

1. La limosna económica.

2. La limosna personal.

En cuanto a la primera, cualquiera entiende a qué nos referimos y hace falta apuntar más. Ahora bien, sí hace falta decir que el racanismo, en este caso (el dar poca cosa, sobre todo, si se puede dar más) no nos viene nada pero que nada bien porque, como bien dice Jesucristo, Dios ve lo secreto de nuestro corazón y eso puede ir, directamente, contra nuestro interés espiritual y de salvación del alma.

Pero también existe la limosna que no consiste en rascarse en bolsillo (con ser esto muy importante). En verdad, es, aún, más difícil que la primera porque no supone deshacerse de algunas monedas (incluso de billetes) sino que consiste la cosa en darse uno mismo.

Darse uno mismo se puede hacer de muchas formas porque muchas pueden ser las situaciones a las que nos podamos enfrentar, pasar por ellas.

Así, por ejemplo, nos podemos dar a nosotros mismos haciendo de tal darse un ejercicio de limosna:

-Acompañando a un enfermo.

-Ayudando a quien necesite ayuda.

-Dando nuestro tiempo cuando más lo necesitamos.

-Soportando a quien es difícil de soportar.

-Amando a quien es difícil de amar.

-Visitando a quien se encuentre encarcelado.

-Consolando a quien necesite consuelo.

Todo eso, y mucho más que cualquiera, seguramente, puede estar pensando ahora mismo, es acción propia de quien sabe que es importante darse a sí mismo y no escatima en hacerlo. Y Dios, que todo lo ve, no dejará sin apuntar en el haber del alma de quien eso hace, lo que de bueno ha hecho en beneficio del prójimo.

Lo que, al fin y al cabo, encierra la limosna es el tratar de mitigar la situación injusta en la que se encuentra una persona. Y si nosotros, desde nuestra humilde situación, podemos hacer algo en su beneficio… seguros estamos de que Dios no dejará pasar tal ocasión para tenerla en cuenta en su corazón. Es, además, expresión de misericordia y compasión que nunca va a dejar de ser tenida en cuenta por nuestro Padre del Cielo.

Tengamos, de todas formas, el sentido espiritual de no hacer limosna buscando la aquiescencia de Dios o, lo que es lo mismo, su beneficio espiritual. No. La limosna, partiendo de un corazón limpio y blanco sólo puede ser buena para quien la recibe pero, mejor aún, para quien la hace. Y eso, Dios, lo sabe más que bien. 

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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