Es Madre de Dios e Inmaculada

María Inmaculada

María Inmaculada

Cuando llega el día 8 de diciembre, en el que celebramos la Inmaculada Concepción de María, muchas cosas se ponen en cuestión para un católico. No es una festividad más sino una en la que se nos interpela acerca de nuestra fe, de hasta dónde llega la misma y si resiste los embates del Mal en sus muchas manifestaciones.

Nosotros, los católicos, creemos que María fue concebida sin pecado. Estamos seguros porque la Tradición nos asegura que María sólo podía ser concebida de tal forma para poder ser Madre de Dios, la Theotokos.

Dejó dicho Pío XI (En la Bula de 1854 “Inneffabilis Deus”) que

“era convenientísimo que brillase siempre adornada de los resplandores de la perfectísima santidad y que reportase un total triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aun de la misma mancha de la culpa original”.

Pero que aquel Papa escribiera aquello no era fruto de una ocurrencia o de una intención de dar una inusual importancia a la Virgen María. Lo dice él mismo en la citada Bula, cuando en el número 7 deja escrito que

“en realidad de verdad, ilustres monumentos de la venerada antigüedad de la Iglesia oriental y occidental vigorosísimamente testifican que esta doctrina de la Concepción Inmaculada de la santísima, Virgen, tan espléndidamente explicada, declarada, confirmada cada vez más por el gravísimo sentir, magisterio, estudio, ciencia y sabiduría de la Iglesia, y tan maravillosamente propagada entre todos los pueblos y naciones del orbe católico, existió siempre en la misma Iglesia como recibida de los antepasados y distinguida con el sello de doctrina revelada”.

No era, por tanto, fruto de una ocurrencia porque, por ejemplo, en la propia Anunciación, el Ángel Gabriel le dijo a la joven María (Lc. 1, 28) “Alégrate, llena de gracia, el Señor esta contigo”. Y se lo dijo de parte del Señor.

Es de pensar que aquella gracia de la que estaba llena María no podía excluir el hecho de que fuese concebida sin mancha alguna y, por lo tanto, el pecado original no hiciera mella en ella.


Pero los Santos Padres no podía dejar de referirse a privilegio tan grande como aquel recibido de parte de Dios. Y fue tal que así:

“Inmaculada e inviolada, incorrupta y totalmente púdica alejada del todo de la corrupción y mancha del pecado”. (San Efrén)

“Virgen preservada por gracia de toda mancha de pecado”. (San Ambrosio)

“Se la llama Inmaculada porque no sufrió corrupción alguna”. (San Jerónimo)

“En lugar de Eva, instrumento de muerte, se eligió a una virgen agradable a Dios y llena de su gracia, como instrumento de vida. Una Virgen parecida en todo a las demás mujeres pero sin participar en sus defectos: inmaculada, libre de culpa, limpísima, sin mancilla, santa en cuerpo y alma, una azucena entre espinas”. (Teodoto de Oriente)

“Santa, Inmaculada de alma y cuerpo y libre completamente de todo contagio”. (San Sofronio)

“Inmune de toda mancha y caída, la única inmaculada, toda sin mancha, sola sin mancha alguna”. (San José el Himnógrafo)

“Desde su concepción fue prevenida en bendiciones de dulzura y ajena al decreto o escritura de condenación. Era totalmente inmune de la corrupción de la carne y extraña también a toda mancha de pecado”. (San Lorenzo Justiniano)

Pero, a lo mejor, hacía falta que alguien dijera, exactamente, el cómo Dios había querido que María fuese Inmaculada. Y lo tuvo que hacer Duns Scoto, que en su polémica en defensa de la Inmaculada Concepción de María dijo esto:

“PUDO Dios preservar a la Virgen de contraer la mancha original, porque es omnipotente.
CONVENÍA que lo hiciera, pues se trataba de la excelsa dignidad de su Madre.
LUEGO LO HIZO, pues Dios hace siempre lo más conveniente”.

Es decir, como Dios quería que aquella joven judía no contrajese el pecado original, que recae sobre todo ser humano nacido y antes de ser bautizado es perenne, hizo que eso fuera así pues de otra forma no se hubiera podido entender que el Hijo de Dios naciera de una mujer sobre la que recayera el pecado original. Eso no era posible entenderlo ni podía ser pues se derivarían mucho malo de que tal realidad así fuera.

Pasado el tiempo, y transcurridos 100 años desde aquel momento de la historia de la Iglesia católica en el que se reconoció como dogma la Inmaculada Concepción de María, Pío XII quiso reafirmar el mismo dogma que tiempo atrás fijara por escrito su predecesor. Por ejemplo, afirma, con relación a los Santos Padres, que entendía que

“la Santísima Virgen fue lirio entre espinas, tierra absolutamente virgen, inmaculada, siempre bendita, libre de todo contagio del pecado, árbol inmarcesible, fuente siempre pura” (Encíclica Fulgens Corona 5)

Y ya más cerca de nosotros, confirmando tanto y tanto dicho, escrito y pensado acerca de este dogma mariano, el emérito Benedicto XVI, en la festividad del 8 de diciembre de 2006 dijera al respecto de la concepción de María que

“María no sólo no cometió pecado alguno, sino que quedó preservada incluso de esa común herencia del género humano que es la culpa original, a causa de la misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre del Redentor”.

Hay mucho, pues, dicho sobre el qué y el cuándo de este dogma. Por eso podemos decir, por decir algo que manifieste qué significa la Inmaculada Concepción de María como Dogma de la Iglesia católica. A este respecto el Papa san Pío X, cuando se celebró el 50º aniversario del Dogma citado escribió una Encíclica de título “Ad Diem latessimun” en el que dijo esto:

“El dogma de la Concepción Inmaculada ayuda a conservar y aumentar las virtudes”.

O esto otro:

“Por la Concepción Inmaculada se confirma la fe, se excitan la esperanza y la caridad”.

Y esto, claro, no es poca cosa en un mundo como el que nos ha tocado vivir en el que las virtudes se tienen como realidades a olvidar, la caridad es según y cómo y a la fe se le atribuyen extraños comportamientos arcaicos.

Estamos, pues, los católicos, orgullosos de tener una Madre sobre la que no recayera el pecado de nuestros Primeros Padre y lo estamos con todas las consecuencias que esto tiene. Por eso no podemos, ¡qué menos! que terminar con una oración a la Inmaculada Virgen María:

Santísima Virgen, yo creo y confieso vuestra Santa e
Inmaculada Concepción pura y sin mancha.
¡Oh Purísima Virgen!,
por vuestra pureza virginal,
vuestra Inmaculada Concepción y
vuestra gloriosa cualidad de Madre de Dios,
alcanzadme de vuestro amado Hijo la humildad,
la caridad, una gran pureza de corazón,
de cuerpo y de espíritu,
una santa perseverancia en el bien,
el don de oración,
una buena vida y una santa muerte.
Amén.

María, Inmaculada María, ruega e intercede por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán

Ha salido el recopilatorio de “El Pensador”

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Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

María es nuestra Madre, ¡nuestra Madre y de Dios! ¿Nos hemos parado a pensar lo que eso significa?

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2 comentarios

  
vicente
elegida por Dios desde toda la eternidad para ser la Madre de Cristo y la Madre de la Iglesia.


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EFG


Amén.
07/12/13 8:38 AM
  
Légolas
En la Fiesta de la Inmaculada, roguemos por los Franciscanos de la Inmaculada, que están sufriendo persecución...
07/12/13 10:55 PM

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