Un amigo de Lolo - La Cruz y nuestra cruz

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Propósitos, propósitos… solemos hacernos muchos. Quien cree en Dios ha de saber que, con los talentos que nos entrega, aquellos pueden ser cumplidos si somos fieles.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Manuel Lozano Garrido

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

La Cruz y nuestra cruz

“La savia de la Cruz es la alegría, y la buena alegría también lleva siempre a la Cruz.”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (973)

Es cierto que cuando pensamos en el sufrimiento físico de Cristo en su Pasión, no podemos, sino, compadecernos de su persona y pensar que, con casi toda seguridad, no seríamos capaces de soportar tan grandes tormentos injustos.

La Cruz, la que sostuvo a Cristo, ha sido zaherida en muchas ocasiones por aquellos que la tienen como una necedad o como una locura. Cómo es posible que alguien pueda soportar una pasión como su Pasión y acabar buscando en Dios el perdón para aquellos que, sin duda, no sabían lo que hacían, no es cosa baladí. Por eso quien no comprende lo que supuso para la humanidad la Cruz de la que pendió el Hijo de Dios no es capaz de agradecer aquel sufrimiento y que aquella sangre conformara la salvación del ser humano, hermano de Quien colgó condenado injustamente por los hombres.

Resulta, sin embargo, aún más extraño que, quien no esté conforme con el sufrimiento como fuente de alegría, no vea en el padecimiento de Cristo una luz o un camino nuevo que lleva, con seguridad, el definitivo Reino de Dios; tampoco que sea capaz, apoyándose en el mismo, de sobrenadar aquello por lo que pasa y elevarse hacia metas mejores que las que angustian su vida. No hay, entonces, posibilidad de que Jesucristo comparta la carga de quien así piensa y cree porque el Emmanuel se da a quien libremente lo acepta y no se impone en el corazón de quien no lo tiene por hermano y Dios mismo.

Debemos recordar, por tanto, que cuando miramos a Cristo en una cruz colgado no lo deberíamos hacer como quien tiene ante sí una imagen dolorosa, que lo es, pero no hace de ella fuente de vida ni considera perfecto que expirara en bien nuestro. Muy al contrario es la verdad porque Cristo es nuestra salvación y lo es eterna.

Hay, además, una cruz que ya no es la de Cristo sino la nuestra, nuestra cruz, la que cada cual lleva aunque a veces quiera disimularla bajo muchos celemines porque no queremos que sea, también, luz que ilumine y alegría que nos llene de gozo. No sabemos, entonces, qué nos conviene y hacia dónde vamos y, con toda seguridad, nos perderemos al no manifestar que lo que somos se debe a nosotros mismos y a nuestras personales elecciones que llevan aparejadas, la mayoría de las veces, un tanto por cierto de cruz, de la nuestra.

Si sobrenaturalizamos nuestra cruz y la transformamos en dicha que dé calor al prójimo, habremos cumplido con uno de los más claros deberes del discípulo de Cristo y que consiste en verse reflejado en el Hijo de Dios y, por tanto, en su propia Pasión. No seremos nunca como Él pero, sin embargo, habremos procurado ver, en su ejemplo, a Quien se dio para que nosotros, entonces, ahora y mañana, podamos decir que viviremos eternamente.

Su Cruz y nuestra cruz están, al unísono, con el sonido de la voz de Dios que clama, desde su definitivo Reino, por sus hijos y por la aceptación, de los mismos, de las cargas con las que caminamos hacia Su Casa.

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán

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