Serie Huellas de Dios .-15.- Sed de Dios

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Presentación de la serie

Huellas de Dios

Las personas que no creen en Dios e, incluso, las que creen pero tienen del Creador una visión alejada y muy distante de sus vidas, no tienen la impresión de que Quién los mira, ama y perdona, puede manifestarse de alguna forma en sus vidas.

Así, cuando el Amor de Dios lo entendemos como el actuar efectivo de quien no vemos puede llegar a parecernos que, en definitiva, poco importa lo que pueda hacer o decir Aquel que no vemos, tocamos o, simplemente, podemos sentir.

Actuar de tal manera de permanecer ciego ante lo que nos pasa y no posibilitar que Dios pueda ser, en efecto, alguien que, en diversos momentos de nuestra vida, pueda hacer acto de presencia de muchas maneras posibles.

En diversas ocasiones, por tanto, se producen inspiraciones del Espíritu Santo en nuestro corazón que muestran la presencia de Dios de forma firme y efectiva. Las mismas son, precisamente, “Huellas de Dios” en nuestras vidas porque, en realidad, nosotros somos su semejanza y, como tal, deberíamos encontrar a nuestro Creador, sencillamente, en todas partes.

No es algo dado a personas muy cualificadas en lo espiritual sino posibilidad abierta a cada uno de nosotros. Por eso no podemos hacer como si Dios estuviera en su reino mirando a su descendencia sin hacer nada porque cada día, a nuestro alrededor y, más cerca aún, en nosotros mismos, se manifiesta y hace efectiva su paternidad.

Las huellas de Dios son, por eso mismo, formas y maneras de hacer cumplir, en nosotros, la voluntad de Creador que, así, nos conforma para que seamos semejanza suya y, en efecto, lo seamos porque, como ya dejó escrito San Juan, en su primera Epístola (3, 1) es bien cierto que, a pesar de los intentos de evadirse de la filiación divina, no podemos preterirla y, como mucho, miramos para otro lado porque no es de nuestro egoísta gusto cumplir lo que Dios quiere que cumplamos.

Sin embargo, el Creador no ceja en su voluntad de llamarnos y sus huellas brillan en nuestro corazón siendo, en él, la siembra que más fruto produce.

15.-Sed de Dios

Reconocemos, en nuestra vida, una serie de necesidades sin las cuales, simplemente, no podríamos existir. Una de ellas es, sencillamente, el

Sin el llamado líquido elemento nada se podría hacer: estamos compuestos en un porcentaje muy alto de agua, el planeta Tierra está cubierto, en un porcentaje muy alto, de agua y lo mismo podemos decir de los seres que pululan por la corteza terrestre.

Dios, al crear todo lo que tiene vida, alguna razón debió tener para que tal fuera la conclusión a la que se llega con la visión que se tiene de tal elemento natural.

Pero, por eso mismo, por la importancia que tiene para nosotros el agua de forma tal que nos produce sed su ausencia y graves problemas físicos, también hemos de estar sedientos de Aquel que nos creó y que, precisamente, se desvive por nosotros (no obstante, murió por nosotros)

Tener sed de Dios no es algo de poca importancia sino, muy al contrario, la plasmación de una necesidad intrínsecamente favorecedora de nuestra vida, beneficiosa en grado sumo.

Pero, para esto hemos de saber que se hace perentoria la necesidad que tenemos de Dios para, en tal situación, estar sedientos de encontrarnos con Él porque sabemos que, como la mujer samaritana que se encontró con Cristo en el pozo de Jacob (y que san Juan recoge en 4, 1-42) el agua viva que mana del mismo nos es esencial para nuestra existencia.

Así tenemos sed de Dios: queriendo beber de su fuente para que el agua, su Palabra, nos llene el corazón y nos permita caminar hacia su definitivo Reino en la seguridad de que tal alimento silábico no está equivocado ni errado sino que es, al contrario, cierto y verdadero.

¿Qué conseguimos estando sedientos de Dios?

En verdad, el resultado de tal sed que procuramos satisfacer de la mejor manera posible (acudiendo, por ejemplo, a las Sagradas Escrituras, donde se encuentra la inspiración del Padre plasmada por escrito) es, en primer lugar, reconocernos como sus hijos y, en segundo lugar, actuar en consecuencia.

De la forma dicha arriba lo que hacemos es, nada más y nada menos, que remediar la sed de las personas que bien no han conocido tal fuente o que, conociéndola no se atrevieron a lanzar el pozal de su voluntad en el seno del agua para saciar su ansia de eternidad porque, a lo mejor, el mundo los llamó en el exacto momento en que Dios citada su nombre y reverberaba en las oquedades del pozo de su corazón.

Tan beneficioso es, para nosotros, estar sedientos de Dios para saciar nuestra sed que, de hacerlo así, por más oscuridades por las que podamos pasar o más obstáculos que se nos pongan al hecho mismo de saciar la sed o más asechanzas del Maligno soportemos, siempre sabremos que el agua que, siendo viva, de Dios, y que hemos buscado y encontrado, era la que, hace 2.000 años consiguió que aquella mujer de Samaria descubriera en Jesús a Dios y a Dios en su corazón.

Eleuterio Fernández Guzmán

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