Meditaciones sobre el Credo 3.- Que fue concebido del Espíritu Santo y nació de la Virgen María

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.

Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.

El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.

La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.

3.- Que fue concebido del Espíritu Santo y nació de la Virgen María .

El Credo

En el texto de la Profesión de fe que Pablo VI pronunció el 30 de junio de 1968 al concluir el Año de la fe proclamado con motivo del XIX centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma dice, en un momento determinado, el entonces Santo Padre, “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y vivificador que, con el Padre y el Hijo, es juntamente adorado y glorificado. Que habló por los profetas /…/y, luego, al referirse a la Virgen María, “Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre Virgen, Fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y Salvador nuestro Jesucristo”.

En aquel especial Credo Pablo VI refiere los aspectos que, con la creencia en Dios Padre Todopoderoso, tienen especial relación con el creyente y con lo que suponen para el mismo. Por eso al referirse al Espíritu Santo y a la Santísima Virgen María, explícita lo creído por todo católico: Jesucristo fue concebido con la intervención del Paráclito y se encarnó en María, joven judía que esperaba la salvación de Israel y oraba por la misma.

La Tercera Persona de la Santísima Trinidad ha tenido, a lo largo de la historia de la humanidad, una intervención muy especial en la conducción de la misma. Así, desde que sobrevolara las aguas en el momento de la Creación según concreta el Génesis (1, 2). Así tenía que ser en el caso del nacimiento, luego, encarnación, antes, del Hijo de Dios. Por eso, cuando fue enviado el Ángel Gabriel a solicitar el sí de María, el Espíritu Santo, a la espera de aquel “hágase”, no tardó ni un instante en cubrirla con su sombra pues el enviado ya le había dicho a María que “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35) porque, lógicamente, la joven no era capaz de comprender cómo sería aquello si no conocía varón (cf. Lc 1, 34).

En realidad, bien podemos decir que la Encarnación fue, sobre todo, obra del Espíritu Santo. Por eso, al respecto de tan destacable verdad, nos dice el Beato Juan Pablo II, en una de sus muchas Catequesis sobre el Espíritu Santo en la Encarnación que

“Si nos preguntamos con qué fin el Espíritu Santo realizó el acontecimiento de la Encarnación, la palabra de Dios nos responde sintéticamente, en la segunda carta de san Pedro, que tuvo lugar para hacernos ‘partícipes de la naturaleza divina’ (2 P 1, 4). ‘En efecto —explica san Ireneo de Lyon—, esta es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo y recibiendo así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios’ (Adv. haer., III, 19, 1). San Atanasio sigue la misma línea: ‘Cuando el Verbo se encarnó en la santísima Virgen María, el Espíritu entró en ella juntamente con él; por el Espíritu, el Verbo se formó un cuerpo y lo adaptó a sí, queriendo unir mediante sí y llevar al Padre toda la creación’ (Ad Serap. 1, 31). Santo Tomás recoge esas afirmaciones: ‘El Hijo unigénito de Dios, queriendo que también nosotros fuéramos participes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza humana, para que, hecho hombre, hiciera dioses a los hombres» (Opusc. 57 in festo Corporis Christi, 1), es decir, partícipes por gracia de la naturaleza divina.’”

El Espíritu Santo, por designio de Dios, cumplió con la misión que tenía asignada de dejarse acoger por María que, con su sí, concedió al mundo la posibilidad de salvarse porque

“para llegar a Cristo en el conocimiento y en el amor, como ocurre en la verdadera sabiduría cristiana, tenemos necesidad de la inspiración y de la guía del Espíritu Santo, maestro interior de verdad y de vida (Catequesis Beato Juan Pablo II de 28 de marzo de 1990)”

y, por eso,

“El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es “el Señor que da la vida", haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya.”

Por su parte la Virgen María tuvo, lógicamente, como hizo, que colaborar en aquella intervención del Espíritu Santo. Así (Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles 9 de diciembre de 1998),

“La cooperación de María con el Espíritu Santo, manifestada en la Anunciación y en la Visitación, se expresa en una actitud de constante docilidad a las inspiraciones del Paráclito. Consciente del misterio de su Hijo divino, María se dejaba guiar por el Espíritu para actuar de modo adecuado a su misión materna. Como verdadera mujer de oración, la Virgen pedía al Espíritu Santo que completara la obra iniciada en la concepción para que el niño creciera ‘en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres’ (Lc 2, 52). En esta perspectiva, María se presenta como un modelo para los padres, al mostrar la necesidad de recurrir al Espíritu Santo para encontrar el camino correcto en la difícil tarea de la educación. “

María, en su plena libertad (don de Dios) pudo haber dicho que le era imposible llevar a cabo la voluntad del Creador o manifestar alguna duda más allá de lo razonable como sucedió en el caso de Zacarías cuando el Ángel del Señor le anunció que Isabel iba a concebir (cf. Lc 1, 18). Pero ella respondió con la “obediencia de la fe“(Rom 1,5) y a la misma se atuvo. AquelHe aquí la esclava del Señory aquelHágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) supuso, para el ser humano, la ocasión propicia para reconciliarse con su Creador. Y lo hizo posible la respuesta de aquella joven de apenas 14 años que quiso, así, reconocer en sí misma, lo que tanto había estado esperando el pueblo elegido por Dios.

Y así, si la muerte entró en el mundo a través de Eva, la Vida entró en el mundo a través de María, “Madre de los vivientes” (LG 56). Y por eso, aquello que se refleja en los Santos Evangelios, como, por ejemplo, en Mt 1, 18-25

“La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.’Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: ‘Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: ‘Dios con nosotros.’ Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús’

hasta Lc 1, 26-38 (Encarnación) nos muestra aquella concepción como la intervención directa de Dios y como algo que no podemos llegar a comprender porque supera nuestra capacidad de entendimiento. Y, sin embargo, es bien cierto que, como escribe San Mateo en su Evangelio (1, 20) “lo concebido en ella viene del Espíritu Santo” porque muchos siglos antes ya había profetizado Isaías (7, 14) “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo“. Y así fue.

Además, los creyentes creemos que María concibió con el poder del Espíritu Santo,

“afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido absque semine ex Spiritu Sanct (Concilio de Letrán, año 649; DS, 503), esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:

Así, san Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): ‘Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen […] Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato […] padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente’ (Epistula ad Smyrnaeos, 1-2)

y aunque (498)

“A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de san Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: la fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos (cf. san Justino, Dialogus cum Tryphone Judaeo, 99, 7; Orígenes, Contra Celsum, 1, 32, 69; y otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese ‘nexo que reúne entre sí los misterios’ (Concilio Vaticano I: DS, 3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. San Ignacio de Antioquía da ya testimonio de este vínculo: ‘El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios’ (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 19, 1; cf. 1 Co 2, 8)”

María, que dijo sí cuando Dios esperaba que dijera sí y cumplió, de tal manera, la voluntad del Todopoderoso, supo, seguramente, que todo lo que ella misma había orado con devoción y piedad pidiendo la venida del Mesías se iba a cumplir.

¡Alabado sea Dios que supo escoger a una Madre Santa!

Leer 1.- Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra

Leer 2.- Creo en Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor

Eleuterio Fernández Guzmán

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1 comentario

  
xiomara
Y así, si la muerte entró en el mundo a través de Eva, la Vida entró en el mundo a través de María, “Madre de los vivientes” (LG 56). Y por eso, aquello que se refleja en los Santos Evangelios, como, por ejemplo, en Mt 1, 18-25
Me gustaría saber el significado de (LG 56)

pero me parece contradictorio con lo que dice Romanos 5:12 y 5:18 al 21 porque indica claramente que por un hombre (Adan) entró el pecado y por un hombre (Jesucristo) vino la justificación para vida eterna, según Romanos 5:21 : MEDIANTE JESUCRISTO.
Que mujer tan privilegiada María, ser instrumento del Señor, pero en ningún momento, perdone usted, ella es dadora de la vida.


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EFG

No sé si será usted protestante. Lo digo porque parece que tenga
intención de minusvalorar la intervención de la Virgen María en la
salvación de la humanidad. Como comprenderá no puedo estar de acuerdo
con lo que dice.

Es bien cierto que es a través de Jesucristo, por Jesucristo, por quien
nos es dada la vida eterna y la salvación eterna. Sin embargo, no me parece
correcto negar que, en efecto, fue María, aquella joven judía que dijo sí
al Ángel Gabriel, a través de quien Cristo nación y, por lo tanto,
la que dio la vida a un ser humano que, además, era Dios mismo.

En Génesis 3, 20 se dice lo siguiente: "El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes".Por eso la Lumen Gentium llama a María, Madre de
los vivientes porque es la nueva Eva pero con una gran diferencia: la primera
Eva dijo no a Dios y la segunda, María, dijo sí.

Todo esto lo explica muy bien el número 56 de la LG al que usted hace
referencia: "no pocos Padres antiguos afirman gustosamente con él en su predicación que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado por la virgen María mediante
su fe»"

Por eso la Virgen María es tan importante en la historia de la salvación.
23/05/12 9:04 PM

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