Serie Bienaventuranzas en San Mateo - 5.- Los misericordiosos

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

Sermón del Monte

S. Mateo, que contempla a Cristo como gran Maestro de la Palabra de Dios, recoge, en las 5 partes de que consta su Evangelio, la manifestación, por parte del Hijo, del verdadero significado de aquella, siendo el conocido como Sermón de la Montaña el paradigma de esa doctrina divina que Cristo viene a recordar para que sea recuperada por sus descarriados descendientes.

No creáis que vengo a suprimir la Ley o los Profetas (Mt 5,17a). Con estas palabras, Mateo recoge con claridad la misión de Cristo: no ha sido enviado para cambiar una norma por otra. Es más, insiste en que no he venido a suprimirla, sino a darle su forma definitiva (Mt 5,17b). Estas frases, que se enmarcan en los versículos 17 al 20 del Capítulo 5 del citado evangelista recogen, en conjunto, una explicación meridianamente entendible de la voluntad de Jesús.

La causa, la Ley, ha de cumplirse. El que, actuando a contrario de la misma, omita su cumplimiento, verá como, en su estancia en el Reino de los cielos será el más pequeño. Pero no solo entiende como pecado el no llevar a cabo lo que la norma divina indica sino que expresa lo que podríamos denominar colaboración con el pecado o incitación al pecado: el facilitar a otro el que también caiga en tal clase de desobediencia implica, también, idéntica consecuencia. El que cumpla lo establecido tendrá gran premio.

Pero cuando Cristo comunica, con mayor implicación de cambio, la verdadera raíz de su mensaje es cuando achaca a maestros de la Ley y Fariseos, actuar de forma imperfecta, es decir, no de acuerdo con la Ley. Esto lo vemos en Mt 5, 20 (Último párrafo del texto transcrito anteriormente).

Las conductas farisaicas habían dejado, a los fieles, sin el aroma a fresco del follaje cuando llueve, palabras de fe sobre el árbol que sostiene su mundo; habían incendiado y hecho perder el verdor de la primavera de la verdad, se habían ensimismado con la forma hasta dejar, lejana en el recuerdo de sus ancestros, la esencia misma de la verdadera fe. Y Cristo venía a escanciar, sobre sus corazones, un rocío de nueva vida, a dignificar una voluntad asentada en la mente del Padre, a darle el sentido fiel de lo dejado dicho.

El hombre nuevo habría de surgir de un hecho antiguo, tan antiguo como el propio Hombre y su creación por Dios y no debía tratar de hacer uso, este nuevo ser tan viejo como él mismo, de la voluntad del Padre a su antojo. Así lo había hecho, al menos, en su mayoría, y hasta ahora, el pueblo elegido por Dios, que había sido conducido por aquellos que se desviaron mediando error.

El hombre nuevo es aquel que sigue, en la medida de lo posible (y mejor si es mucho y bien) el espíritu y sentido de las Bienaventuranzas.

5.- Los misericordiosos

Bienaventurados los misericordiosos

Es la misericordia instrumento poderoso en las manos de Dios. Por eso Jesús vierte, en los oídos de sus oyentes, una bienaventuranza en la que aquella alcanzará a quien la haya llevado a la práctica.

¿Qué encierra, en sí, la misericordia para que Cristo entienda que es de vital importancia para el discurrir y hacer de sus discípulos y, por extensión, para todo hombre?

Conocida es la relación que en la antigüedad bíblica se establecía entre el pueblo judío y Dios a través del sacrificio de animales o de la entrega de algunos de ellos al Templo en determinadas ocasiones.

Jesús, llevando a cabo la voluntad de Dios de perdón y de comprensión hacia el otro, pronunció (en recuerdo de Oseas) aquel “Misericordia quiero, que no sacrificio” recogido en Mt 9, 13 (1). Al fin y al cabo ya los profetas denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior (2). No caben, pues, manifestaciones exteriores puramente formales que no concuerden con un corazón contrito (como en tantas ocasiones acusó Cristo a muchos de sus contemporáneos)

Pero la misericordia no puede limitarse a ser la otra parte de la balanza en la que se ha pesado el sacrificio. Supone, sobre todo, una actuación positiva y, como todo el espíritu de las bienaventuranzas, una actitud, un proceder, una dedicación del corazón en atención al otro ya que, al parecer, la misericordia (3) no era, siempre, tenida en cuenta. De aquí que toda la vida de Cristo fuera ejemplo de cómo se puede entender esta virtud.

El caso es que podemos entender, de la afirmación de esta bienaventuranza, que cabría distinguir entre la misericordia para con los demás y la que se alcanzará (habrá que entender que en el Reino Eterno) por la voluntad de Dios a los que comprendan su significado y así lo lleven a la práctica, a las obras de cada día.

Y misericordia es, sobre todo, comprensión hacia los demás y hacia los defectos que puedan manifestar (tal como nosotros mismos podemos hacerlo)

Y porque Dios es la misericordia en sentido puro, la expresión de justicia asentada en su voluntad. De aquí que el máximo bien sea, para el hombre, tratar de alcanzar el misterioso afán que la misericordia divina dejó inscrito en nuestros corazones.

Y la misericordia guarda relación directa con la caridad, ley suprema del Reino de Dios. Con la caridad en su sentido básico; caridad que ha de llevar al olvido del agravio que, por eso, es expresión misericordiosa del alma que comprende y perdona; caridad que encierra, en sí mismo, dedicación a las faltas de amor del prójimo y que, por eso, es misterioso proceder de la misericordia; caridad que acapara, para sí, el odre nuevo que contiene la vida que Cristo manifestó, rompiendo el aliento del pasado para iluminar el camino que nos lleva al Reino; caridad que desmitifica el quehacer de cada uno para centrar cada paso en el ser que nos convoca y que nos propone que, ante la mano necesitada de comprensión, la nuestra sea seno que siente el calor del hermano.

Es así como la misericordia, instrumento santo en manos de Dios, transforma el corazón de piedra del hombre, y hasta del creyente, en esa fuente de agua viva que encontró la samaritana que encaminó su vida vacía hacia el verdadero ser del hombre … que es fundamento de una correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace. Rompe, por así decirlo, esa barrera, a veces infranqueable, entre el corazón de Cristo, imperturbablemente misericordioso y el nuestro, que no siempre percibe el necesario acogimiento del otro.

NOTAS

(1) Y procedente, como bien recuerda el nº 2100 del Catecismo de la Iglesia Católica, de Oseas 6,6.
(2) Idem nota anterior.
(3) Como muy bien viene recogido ese concepto, en numerosas ocasiones, en el libro de Los Proverbios.

Leer Bienaventurados los pobres de espíritu.

Leer Bienaventurados los mansos.

Leer Bienaventurados los que lloran.

Leer Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.

Eleuterio Fernández Guzmán

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1 comentario

  
María
Benditos los Misericordiosos, los que tienen el corazón sensible a los sufrimientos del prójimo...los que se apiadan y sufren con los demás....los que tienen corazón grande.
En la grandeza de ese corazón, donde caben todas las miserias de los hombres, se refleja el Corazón de DIOS.
El AMOR de DIOS, es un Amor Misericordioso , y el Cristiano que es Misericordioso, tiene ese rasgo Divino.
Las Bienaventuranzas señalan cuáles son los rasgos de CRISTO, que aparecen espontaneamente en la conducta del Cristiano, y son fruto de la transformación que realiza en el Alma el ESPÍRITU SANTO


Saludos
03/04/12 12:10 AM

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