Algunas razones para la esperanza del mundo

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Hasta que los acontecimientos del siglo XVIII en Francia dieron al traste con una forma de ver el mundo, no hacía falta que se considerara que el católico tuviera que hacerse presente en la vida pública porque, por más que se reconociera la separación entre Dios y el César, no es poso cierto que lo religioso imprimía, a la vida en común, una forma de ser característica y propia. Por tanto, no era necesario hacer ningún tipo de llamada a que tal tipo de actuación de llevara a cabo porque la realidad ya estaba gozosamente regada por la savia de Dios.

Tras la llamada Revolución Francesa, la consideración del hecho religioso cambió mucho. Daba la impresión de que ser católico e intervenir, como tal, en el convivir social, dejaba de ser lo admisible para pasar a ser incomprensible. La separación que, hasta entonces, existía entre lo público y lo religioso, enriquecida con la llama de la doctrina de Dios iluminándolo todo, desapareció y se pretendió que Dios y su Ley se quedaran en casa, en la Sacristía, alejada del mundo y su discurrir.

Pero, a pesar de la imparable fuerza de aquel pensamiento llamado ilustrado y sus posteriores derivaciones mundanas, todo no estaba perdido porque en el ser humano siempre queda la esperanza que no defrauda y, por esto, tenía que llegar el tiempo en el que el cristiano, el católico, retomara su natural existencia en la sociedad en la que vive.

El 8 de septiembre de 2008, festividad de la Natividad de María, Benedicto XVI visitó el santuario de Nuestra Señora de Bonaria, en Cagliari, en la que animó a que los cristianos regeneraran la vida política.

Como gran intelectual que es, el Papa alemán, un teólogo de Dios y del hombre, no puede olvidar que, a lo largo de la historia del cristianismo, el poder espiritual de la Palabra de Dios había llegado más lejos que los pergaminos y hojas que la contenían (bien podemos decir que ha sido como una externalidad de sus sílabas)

Como no podía ser de otra manera, Benedicto XVI se acogió a María, Madre de Dios y Madre nuestra, para alentar a las personas creyentes a llevar a cabo una labor que no puede ser olvidada:

“Evangelizar el mundo del trabajo, de la economía, de la política, que tiene necesidad de una nueva generación de laicos cristianos comprometido, capaces de buscar con competencia y rigor moral soluciones de desarrollo sostenible”.

Por tanto, podemos apreciar tres aspectos fundamentales en esta demanda que el Papa dirige a todo, a cualquier, creyente:

1.-Campos de evangelización
2.-Necesidad de evangelización
3.-Aportaciones católicas

En cuanto al primer aspecto, son muchos los, digamos, espacios, donde el creyente puede intervenir aportando la doctrina de Cristo. Son, en realidad, todos aquellos donde el ser humano se desenvuelve: trabajo, economía, política. etc.

Pero, seguramente, es en la labor política donde la Iglesia católica puede, por decirlo así, dejar su impronta porque, en realidad, la política dirige a lo demás. Y es ahí donde el creyente tiene que hacer notar que lo es y no mirar para otro lado como dejando a un lado su fe, perdiendo la necesaria unidad de vida y, en fin, defraudándose a sí mismo en cuanto a la correspondencia que tiene que haber entre lo que se muestra y lo que se dice que se es.

En este aspecto no cabe, por tanto una separación infructuosa o, lo que es lo mismo, que la misma deje sin frutos el proceder ordinario de la fe en los corazones de quienes la tienen como propia y en los de quien, sin tenerla, puedan darse cuenta de que vale la pena someterse a sus dulces ofrecimientos. Al contrario, como dice el nº 425 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

La Iglesia y al comunidad política pueden desarrollar su servicio ‘con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto mejor cultiven ambas entre sí una sana cooperación, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo’” (tomado, el entrecomillado último, de la Constitución pastoral Gaudium et spes 76)

En cuanto al segundo apartado, la necesidad de evangelización, no cabe duda de que la sociedad actual, casi deseosa de olvidarse de Dios, se encuentra necesitada de conocer a Aquel a quien quiere olvidar por puros motivos humanos.

Aquí, por tanto, el esfuerzo de cada creyente se encuentra claramente determinado: comprometerse a la transmisión de la Palabra de Dios con todas sus consecuencias.

No debería creerse, por otra parte, que tal labor (la transmisión…) supone un mero dar a conocerla, sólo, de palabra. Muy al contrario, un comportamiento adecuado al sentido de aquella ha de ser muestra de la correspondencia entre lo que se dice que se cree y lo que se hace.

Evangelizar al mundo de hoy es hacerlo, por otra parte, como diría el fundador de la familia Paulina, Santiago Alberione, “llevando a los hombres el Evangelio de hoy con los medios de hoy”. Por lo tanto, hemos de valernos de lo que, en realidad, el mundo se vale (porque la Iglesia católica es, también, parte del mundo, de este mundo), de los mismos medios, porque en ellos se encuentra la respuesta del mundo a las necesidades del mundo.

En cuanto a las aportaciones que los católicos, podemos, y debemos, hacer, está en nuestras manos hacerlas posibles porque no son nada nuevas ni tampoco hemos de inventar nada: Palabra de Dios, doctrina de Cristo, formas de comportarse en el mundo, aplicación de valores cristianos, proceder conforme ellos y todo aquello que Cristo nos transmitió y que se encuentra en los Evangelios y, en lo que le corresponde y en la forma que le corresponda, en el Magisterio y en la Tradición.

No obstante, Benedicto XVI, en su libro “Verdad, Valores y Poder” ha dejado dicho que

“No es el confortable encerrarse en sí mismo lo que salva. Cuando procede así, el hombre se atrofia y se pierde”.

Y la Nueva Evangelización está, precisamente, para eso y para que el que tenga oídos, oiga y el que tenga ojos, vea.

Eleuterio Fernández Guzmán

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