En los altares - Santa Ana

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Santa Ana

Escribir sobre la madre de la Virgen María no resulta fácil porque, por ejemplo, nada sabemos de ella que se haya dicho en los Evangelios ni tenemos otros escritos que se puedan considerar “aceptados” por la Iglesia católica (por ejemplo, los apócrifos u otros documentos).

Sin embargo, no es poco cierto que Ana, esposa de Joaquín, existió en la realidad y no se trata, por tanto, de un ejercicio de la imaginación llegar a la conclusión de que la Madre de Dios tuvo, a su vez, una madre que la trajo al mundo Inmaculada y Santa.

¿Cómo sabemos su nombre?

La Tradición, que se remonta, al menos, al siglo II, atribuye a san Joaquín la paternidad sobre María y a santa Ana la maternidad sobre la Madre de Jesús. Por eso el culto en la Iglesia oriental a la madre de María se remonta al siglo VI habiendo pasado el mismo a occidente en el siglo X.

Tras muchos años sin concebir hijo alguno, Ana suplicó a Dios (suponemos que también lo hiciera Joaquín, su esposo y abuelo de Jesús) que, al igual que le pasara a Sara, esposa de Abraham que, luego de rogar a Dios, concibió a Isaac, hijo del amor y de la creencia en el Creador.

Y Dios no pudo, por menos, que hacerle tal merced. De la concepción nació María, Inmaculada y, a la sazón, Madre de Jesucristo y Madre de Dios.

Al respecto de lo dicho arriba, aunque el culto se remonte al siglo VI cuando el emperador Justino I le dedicó una iglesia, al menos desde el siglo anterior (IV) se veneraba a la madre de la Virgen María. Por eso la tal devoción se encuentra en los documentos litúrgicos más antiguos de la Iglesia griega.

Por su parte, el Papa Urbano VI publicó, en 1382, un decreto pontificio, a la sazón el primero de ellos, que refería a Santa Ana en el que concedía se celebrase la fiesta de la santa únicamente para Inglaterra, pues así lo solicitaron los obispos de aquellas católicas tierras. Posteriormente, en 1584 la fiesta en la que se recuerda a la abuela de Jesucristo, se extendió a toda la Iglesia de Occidente.

Y como siempre conviene saber cómo dirigirse a quien está en el definitivo Reino de Dios, con la siguiente Oración para todos los días (para obtener un favor especial) hagamos lo propio:

“¡Oh gloriosa Santa Ana que estas llena de compasión por quienes te invocan y de amor por los que sufren! Agobiado con el peso de mis problemas, me postro a tus pies y humildemente te ruego que tomes a tu especial cuidado esta intención mía… Por favor, recomiéndala a tu hija, Santa María, y deposítala ante el trono de Jesús, de manera que El pueda llevarlo a una feliz resolución. Continúa intercediendo por mí hasta que mi petición sea concedida. Pero por encima de todo, obtenme la gracia de que un día pueda ver a Dios cara a cara para que contigo, la Virgen y todos los santos pueda alabarle y bendecirle por toda la eternidad. Amén.

Jesús, María y Santa Ana, ayudadme ahora y en la hora de mi muerte.

Santa Ana ruega por mí”.

Eleuterio Fernández Guzmán

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