Serie José María Iraburu - 17 – El matrimonio en Cristo

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No os configuréis al mundo. No se os ocurra aceptar acríticamente
el mundo actual en que vivís, aceptando sus criterios,
su jerarquía de valores y sus costumbres: renunciarías así
al Evangelio, dejarías de ser cristianos, y desde luego,
no podríais educar cristianamente a vuestros hijos

El matrimonio en Cristo (M.-C)
5. La familia en la sociedad y el la Iglesia

José María Iraburu

El matrimonio en Cristo

Este es un libro eminentemente práctico. Digamos que es una verdadera guía católica sobre el matrimonio. Se refiere tanto a las personas que están en estado de noviazgo como a las que son matrimonio. Por lo tanto, son muchos los creyentes que se pueden aplicar, punto por punto, lo que al respecto dice el P. Iraburu.

Para empezar

Al respecto de lo que, en verdad, importa en la relación que, al final de la misma, terminará en la celebración del Sacramento del Matrimonio, dice José María Iraburu que “los novios y los casados habéis sido llamados por Dios a realizar un misterio de gracia muy grande: el matrimonio. El mismo Dios es quien lo ha inventado. Él, al crear al hombre y la mujer, quiso que se unieran en un vínculo de amor perpetuo, y que fuera en ese marco sagrado donde se produjera la transmisión de la vida humana” (1)

Entonces, siendo Dios el que, digamos, trajo al mundo el matrimonio (Adán y Eva están de testigos para demostrarlo) “Está claro que lo primero que tenéis que hacer es conocer bien lo que Dios quiere hacer en vuestro matrimonio. En tema tan formidable, no habéis nacido ya aprendidos, ni tampoco los ejemplos que habéis recibido de vuestros familiares y amigos sobre el matrimonio constituyen normalmente una lección magistral, exenta de todo error o defecto. Por eso, malamente podréis colaborar con Dios, por buena voluntad que tengáis, si no comenzáis por saber bien qué es lo que Él quiere hacer en vosotros, con vosotros y a través de vosotros” (2).

Por lo tanto, conviene informarse bien al respecto del matrimonio pues no es una realidad exenta de complejidades.

Advierte en la, digamos, introducción de su libro, el P. Iraburu que “No es éste, en todo caso, un libro para leerlo deprisa, sino para meditarlo tema por tema, rezándolo ante Dios y conversándolo entre vosotros, novios y esposos.” (3)

El matrimonio salvado por Cristo

En la primera parte del libro escribe el P. Iraburu sobre muchos aspectos importantes del matrimonio. Lo llama el “Matrimonio natural” (4) como son la sensualidad (5), la afectividad (6), la voluntad (7) sin olvidar un aspecto tan importante como la sexualidad (8) o el mismo amor (9) y su moral (10). Además, no pude olvidar un tema tan importante como es el de la castidad (11), el pudor (12) o la transmisión de la vida humana (13).

Pues bien, ante toda esta relación de temas que son, en el ámbito matrimonial, de la mayor importancia, es bien cierto que, como dice José María Iraburu es más que posible que se pudiera decir lo siguiente: “Todo eso es muy digno y hermoso, pero está sumamente lejos de la realidad del matrimonio y de la familia, tal como son en el mundo, tal como nosotros los hemos conocido” (14). Es decir, muchas personas creen que, a pesar de que lo dicho hasta aquí es bueno y benéfico para una vida de matrimonio no es poco cierto que resulta, a veces, de imposible realización o puesta en práctica.

A esto dice el P. Iraburu que “Y eso que habéis pensado es verdad. Pero una verdad con un cierto peligro de deslizarse a la siguiente mentira: ‘Luego todo eso no es más que música celestial’. Un vano idealismo irrealizable.”

Pues bien, Cristo es “Maestro de la verdad del matrimonio” (15). En verdad esto que dice el P. Iraburu es crucial para la comprensión del matrimonio cristiano y es que “La verdad es ésta: ‘Dios es amor’ (1Jn 4,8), y ‘Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza’ (Gén 1,26s). Por tanto, si el hombre es su imagen viva en este mundo, es evidente que ‘el amor es la vocación primera e innata del ser humano. Y como el hombre es espíritu encarnado, por eso el amor abarca también al cuerpo humano, y el cuerpo se hace participante del amor espiritual. De ese modo la sexualidad, por la que el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal” (16).

Y, muy al contrario, “Del Diablo viene, pues, trivializar la sexualidad, degradarla, disociarla del amor personal, reducirla a un mero placer sensual, quitarle toda significación trascendente, hacerla cerrada en absoluto a una posible transmisión de vida. Así se humilla al hombre y a la mujer, y se les llena de sufrimientos, enfermedades y servidumbres” (17).

De esta premisa fundamental para comprender al matrimonio cristiano se deriva todo lo demás, a saber: que el matrimonio es “imagen de la unión de Cristo Esposo con la Iglesia” (18) y que sus notas características son que es un “amor plenamente humano, es decir, humano y sensible” (19), que es “un amor total, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas ni cálculos egoístas” (20) y que es un “amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas” (21).

Suele ser pensamiento muy extendido, por ejemplo, que la familia es, en efecto, “principio de la sociedad y de la Iglesia” (22). Por eso dice el P. Iraburu que “la familia es la célula originaria del cuerpo social, el comienzo y fundamento de toda sociedad civil. Y al mismo tiempo, lo que es aún más grande, ‘el matrimonio y la familia edifican la Iglesia, ya que dentro de la familia la persona humana no sólo es engendrada y progresivamente introducida por la educación en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia’” (23).

Un aspecto muy importante del matrimonio

Es bien cierto que, en determinadas ocasiones, no puede ser cumplida la misión que se le encomienda o que tiene encomendada todo matrimonio: transmitir la vida humana o, lo que es lo mismo, traer hijos al mundo. Digo que si, ciertamente, por enfermedad o situación similar no es posible cumplir tal misión, eso no le puede poner en el debe del matrimonio.

Sin embargo, como muy dice el P. Iraburu “debéis tener bien claro que engendrar una vida humana es algo sagrado. Lo es, en primer lugar, porque el impulso natural a la generación fue puesto por Dios mismo en el hombre y en la mujer: ‘Sed fecundos y multiplicaos, henchid la tierra y sometedla’ (Gén 1,28). Y en segundo lugar, porque en toda generación interviene Dios, de forma misteriosa, infundiendo el alma del niño concebido” (24).

Es decir, también es cosa de Dios el hecho mismo de engendrar un hijo y no podemos ni debemos pensar que es cosa, exclusivamente, nuestra y que, por eso mismo, luego podemos hacer lo que se nos antoje con el ser humano que la madre lleva dentro de su seno. Y esto porque “engendrar una vida humana es algo sagrado” (25).

Tiene una consecuencia que no deberíamos olvidar nunca el hecho de que Dios tenga mucho que ver con el nacimiento de un nuevo ser humano y que, por eso mismo, los padres son cooperan con el Creador en tal aspecto. Lo dice muy bien José María Iraburu: “de esta cooperación de Dios en la procreación del hombre viene la inviolable dignidad de la persona humana, y por eso ‘la vida, desde su concepción, ha de ser custodiada con el máximo cuidado. El aborto y el infanticidio son crímenes abominables (Vat. II, GS 51)” (26).

De todo esto se deduce que debe existir una “actitud cristiana a favor de la vida” (27) y que no es posible que otra actitud se pueda tener ante el próximo nacimiento de un ser humano. Por eso es muy importante lo que se da en llamar “paternidad responsable” porque “Ninguna decisión conyugal es tan grave como la de aceptar o no que una nueva persona humana venga a este mundo. Por eso -dice el Vaticano II-, los esposos, ‘con responsabilidad humana y cristiana, cumplirán su obligación [de transmitir la vida humana] con dócil reverencia a Dios; de común acuerdo, se formarán un juicio recto, atendiendo tanto al bien propio como al bien de los hijos ya nacidos o por venir, discerniendo las circunstancias del momento y del estado de vida, tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de su propia familia, de la sociedad y de la Iglesia’ (GS 50)” (28).

Una labor muy importante de parte de los padres

Educar a los hijos no es asunto baladí ni de poca importancia porque, digamos, según la que se lleve a cabo con aquellos que son nuestra descendencia, el resultado para la sociedad en la que van a convivir será uno u otro.

Por eso en palabras del Concilio Vaticano II (Declaración Sobre la Educación Cristiana de la Juventud, GE 3) “Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, ellos tienen la gravísima obligación de educarlos: ellos son los primeros y principales educadores de sus hijos. Tan importante es este deber de la educación familiar, que difícilmente puede ser suplido’ (Vat. II, GE 3)” (29). Y esto porque si mediante la generación una vida nace con la transmisión de los valores corporales, “Por la educación, ahora, han de transmitirle sus valores espirituales -una mentalidad, una tradición, una gracia y un estilo de vida” (30) que no han de ser otros, en un matrimonio católico, que los establecidos por la Iglesia católica, como fundación de Jesucristo, Mesías e Hijo de Dios pues, no obstante, quedó escrito “Si me amáis, guardaréis mis mandatos” (Jn 14, 15) o en mismo Evangelio (15, 10) “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” que es como dar a entender que Cristo es Dios hecho hombre.

Familia, sociedad e Iglesia

Otra vez recurrimos al Concilio Vaticano II. Es ahora el Decreto Sobre el Apostolado de los Seglares (Apostolicam actuositatem) el documento que nos sale al encuentro en un tema tan importante como es el hecho de que familia está y vive en una sociedad y, además, forma parte de la Iglesia católica.

Pues bien, en el número 11 del citado documento se dice que “El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana’; de tal modo que la familia es así ‘la célula primera y vital de la sociedad’” (31)

Por eso mismo “La familia cristiana vive en el mundo, pero no es del mundo Jn 15,19), y todo el tiempo de su peregrinación en esta berra, debe vivir como forastera y emigrante (1e 1,17; 2,11), pues su ciudadanía verdadera está en el cielo (Flp 3,20; Ef 2,19). Por eso los novios y esposos cristianos debéis tener muy en cuenta el mandato del Apóstol: ‘No os configuréis a este mundo, sino transformáos por la renovación de la mente, para que seáis capaces de distinguir cuál es la voluntad de Dios, lo bueno, lo grato y perfecto’ (Rm 12,2). Hay en esa frase negación y afirmación.

No os configuréis al mundo. No se os ocurra aceptar acríticamente el mundo actual en que vivís, aceptando sus criterios, su jerarquía de valores y sus costumbres: renunciaríais así al Evangelio, dejaríais de ser cristianos, y desde luego, no podríais educar cristianamente a vuestros hijos. El vino nuevo que habéis recibido del Espíritu debéis guardarlo en odres nuevos (+Mc 2,22). Si una familia cristiana asimila, más o menos conscientemente, las formas que el mundo tiene de pensar y de hacer, de gastar el dinero, de educar a los hijos, de plantear las vacaciones, las fiestas, el noviazgo, etc., deja más o menos pronto de ser cristiana. Y una familia cristiana mundanizada -secularizada- es el mayor de los fracasos. Es como un fuego que se encendió, pero que se dejó apagar.

Transformáos por la renovación de la mente. La docilidad al Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra, ha de dar a vuestras familias una maravillosa creatividad en todos y cada uno de los aspectos de la vida secular. De este modo vendréis a ser luz en un mundo oscuro (Mt 5,14), sal que da sabor y evita la podredumbre (5,13), fermento que transforma la masa de la sociedad, y la hace pan de Dios (13,33). ¿Acaso los novios y esposos cristianos vais a contentaros con las miserables costumbres deshumanizantes de las familias del mundo?
” (32).

Por tanto, la familia cristiana ha de ser ejemplo de comportamiento correcto y adecuado a una doctrina que dice seguir y con que está de acuerdo. En temas como el uso de preservativos, el aborto o en tantos otros como salen hoy en día al paso del caminar familiar, no cabe duda que la que lo es cristiana, aquí católica, no puede desdecirse de que lo es acomodándose al mundo y a sus mundanidades.

Pero tampoco es poco cierto que la familia tiene, con relación a la Iglesia católica, mucho que hacer y que llevar a cabo. Así, “La Iglesia y la familia se unen entre sí con múltiples vínculos profundos, que hacen de ésta una pequeña Iglesia (Ecclesia domestica), una imagen viva del misterio mismo de la Iglesia’ (33). Por eso la familia cristiana tiene una misión eclesial que cumplir a la que se refiere el P. Iraburu cuando dice que “La familia está llamada a participar en la misión de la Iglesia de una manera propia y original, según su propio ser y obrar: por tanto, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor. Juntos, pues, los cónyuges en cuanto pareja, y padres e hijos en cuanto familia, han de vivir su servicio a la Iglesia y al mundo, siendo en la fe ‘un solo corazón y un alma sola’ (Hch 4,32)” (34).

Al fin y al cabo, la familia es, debería ser, una que lo sea evangelizadora porque “Los esposos y padres cristianos son llamados a acoger la Palabra del Señor, que les revela la admirable novedad -la Buena Noticia- de su vida conyugal y familiar, hecha por Cristo santa y santificadora. En efecto, solamente a la luz de la fe pueden descubrir ellos a qué dignidad ha elevado Dios el matrimonio y la familia, constituyéndolos signo de la alianza de amor entre Dios y los hombres, entre Jesucristo y la Iglesia, su esposa” (35).

Transmitir, pues, la Palabra de Dios no es algo ajeno a la propia familia sino que, muy al contrario, debe ser tarea imprescindible de cada uno de sus miembros siendo, precisamente, los padres, los encargados a cumplir, muy especialmente, tal parte de su misión de transmisores de la vida. Así, “en la medida en que la familia cristiana acoge el Evangelio, se hace comunidad evangelizadora. ‘Dentro de una familia consciente de esta misión [dice Pablo VI] todos sus miembros evangelizan y todos son evangelizados’ (Evangelii nuntiandi 71, 1976). La futura evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica’” (36).

Pero tampoco podemos olvidar que la familia también desempeña una función eminentemente sacerdotal. Es, así, una “comunidad sacerdotal” (37) porque “La Iglesia, comunidad creyente y evangelizadora, es también pueblo sacerdotal, es decir, revestido de la dignidad y partícipe de la potestad de Cristo, Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza. Y también la familia cristiana está inserta en la Iglesia, pueblo sacerdotal, mediante el sacramento del matrimonio, en el cual está enraizada y de la que se alimenta, es vivificada continuamente por el Señor y es llamada e invitada al diálogo con Dios mediante la vida sacramental, el ofrecimiento de la propia vida y oración.

Este es el cometido sacerdotal que la familia cristiana puede y debe ejercer en íntima comunión con toda la Iglesia, a través de las realidades cotidianas de la vida conyugal y familiar. De esta manera la familia cristiana es llamada a santificarse y a santificar a la comunidad eclesial y al mundo” (38).

Ampliaciones

Como suele suceder en algunos libros del P. Iraburu, en el dedicado, éste, al matrimonio desde la óptica católica, en Cristo, también aquí añade lo que llama “Algunas ampliaciones” que viene muy bien para comprender mejor el tema que ha tratado a lo largo de este más de centenar de páginas.

Así, escribe José María Iraburu sobre los “Medios para regular la fertilidad” o sobre la “Discusión moral sobre la regulación de la fertilidad”. Para terminar, en un apartado, el 3º de las ampliaciones, titulado “Datos y testimonios” escribe sobre la “incitación pública a la lujuria” (39), sobre la “Degradación de la sexualidad” (40) o, sin ir más lejos, sobre el “aborto” (41).

Y, ya, para terminar, el apartado 4 de las ampliaciones viene referido a la “Celebración sacramental del matrimonio” (42) en la que juegan un papel muy importante lo que denomina “preparativos espirituales” (43) y en el los que resalta que “Es, pues, muy deseable que en las semanas precedentes al sacramento acrecentéis vuestra vida de oración; hagáis algún retiro, si es posible; recibáis el sacramento de la penitencia, para acercaros a vuestra unión purificados de toda culpa y huella de pecado. Habéis de entregaros el uno al otro limpios, resplandecientes, revestidos de la gracia de Cristo, con paz y alegría espiritual” (44).

Y eso, como tarea, no está nada mal.

NOTAS

(1) El matrimonio en Cristo (M.-C.) Lo primero, informarse bien, p. 3.
(2) Ídem nota anterior.
(3) M.-C. Lo primero, informarse bien, p. 6.
(4) M.-C. I Parte. El matrimonio natural, p. 7.
(5) M.-C. I Parte. El matrimonio natural.1, p. 8.
(6) M.-C. I Parte. El matrimonio natural.1, p. 9.
(7) Ídem nota anterior.
(8) M.-C. I Parte. El matrimonio natural. 2, p. 10.
(9) M.-C. I Parte. El matrimonio natural. 3, p. 13.
(10) M.-C. I Parte. El matrimonio natural. 4, p. 19.
(11) M.-C. I Parte. El matrimonio natural. 5, p. 26.
(12) M.-C. I Parte. El matrimonio natural. 6, p. 33.
(13) M.-C. I Parte. El matrimonio natural. 8, p. 45.
(14) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 1, p. 51.
(14) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 1, p. 51.
(15) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 1, p. 52.
(16) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 1, p. 53-54. El último entrecomillado corresponde a la exhortación apostólica Familiaris consortio, del beato Juan Pablo II, en concreto en su punto 11.
(17) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 1, p. 54.
(18) Ídem nota anterior.
(19) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 1, p. 55.
(20) Ídem nota anterior.
(21) Ídem nota 19. A este respecto, se refiere, con lo dicho, a la Encíclica Humanae vitae, de Pablo VI, en concreto en su punto 9.
(22) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 1, p. 56.
(23) Ídem nota anterior. El último entrecomillado viene referido a la exhortación apostólica citada en la nota 16 y, aquí, en concreto, a lo contenido en el punto 15 de la misma.
(24) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 3, p. 69.
(25) Ídem nota anterior.
(26) Ídem nota 24.
(27) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 3, p.70.
(28) Ídem nota anterior.
(29) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 4, p.78.
(30) Ídem nota anterior.
(31) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 5, p.85.
(32) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 5, p.86-87.
(33) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 5, p.87.
(34) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 5, p.88.
(35) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 6, p.89.
(36) Ídem nota anterior.
(37) M.-C. II Parte. El matrimonio cristiano. 7, p. 91.
(38) Ídem nota anterior. El texto que recoge, entrecomillado, el P. Iraburu, corresponde a la Exhortación Apostólica “Familiaris consortio” del beato Juan Pablo II, en concreto en su punto 55.
(39) M.-C. III Parte, 3, p. 122.
(40) Ídem nota anterior.
(41) M.-C. III Parte, 3, p. 130.
(42) M.-C. III Parte, 4, p. 133.
(43) M.-C. III Parte, 4, p. 134.
(44) Ídem nota anterior.

Eleuterio Fernández Guzmán

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Para el Evangelio de cada día.
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