InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Eppur si muove

22.06.12

Eppur si muove - ¿Qué mujeres en la Iglesia católica?

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Que la mujer es muy importante en la Iglesia católica es algo que sólo pueden negar aquellos que viven de espaldas a la realidad; que es crucial para la vida de la Esposa de Cristo sólo puede ser visto como irreal por aquellos que querrían otra realidad de la misma.

Sin embargo, no es poco cierto que la mujer, como piedra viva, forma parte, desde el mismo comienzo de la vida de la Iglesia católica, la forma y constituye.

Hay voces que entienden las cosas de otra manera muy, pero que muy distinta y ven a la mujer, a ciertas mujeres, como ejemplo de lo que tendría que ser el papel que el sexo femenino, como parte de la Iglesia católica, desempeñase en el seno de la misma. Y nos ponen ejemplos.

Así, nos dicen que Teresa Forcades, benedictina, es una persona a la que hay que tener en cuenta pero no por lo que pueda decir sino por el hecho de que al ser mujer se tendría que mirar con otros ojos. En realidad, diga lo que diga quien lo diga lo que importa es lo que se diga y no el sexo de quien lo diga. Pero eso, en verdad, no lo entienden los partidarios, seguidores y defensores de mujeres, de cierto tipo de mujeres, que en la Iglesia católica están y son.

Y como a ella la ponen de ejemplo, a ella la traigo aquí.

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15.06.12

Eppur si muove - ¿Tan difícil es ser católico?

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Parece que la respuesta a la pregunta de hoy es bastante sencilla: sí, es difícil ser católico. Y, sin embargo, es difícil serlo por varias causas que, a veces, son motivos (por lo que tienen de particular y egoístas).

Ser católico es difícil por esto:

1.-Cumplir la voluntad de Dios no siempre viene bien.

2.-Cumplir con la doctrina católica no siempre gusta.

Evidentemente no es lo mismo una cosa que la otra y, según estemos incursos en una u otra podremos decir, sencillamente, que lo nuestro tiene solución dentro de la Iglesia católica o lo mejor es salir de ella e, incluso, que nos echen.

En cuanto a lo primero, es bien cierto que Dios tiene una voluntad que está, digamos, bastante bien establecida. Por ejemplo, se la dijo a Moisés cuando le comunicó, para que él hiciera lo propio con el pueblo elegido, los diez Mandamientos que no son, sino, expresión de su exacto querer.

Los Mandamientos, justamente entendidos como lo que son no son fáciles de ser respetados. Es más, para un cristiano, aquí católico, son muchos los obstáculos que se le ponen delante para que, si es posible, no los cumpla y, aunque es bien cierto que nosotros mismos evitamos, muchas veces, cumplirlos, no es poco cierto que hay factores externos a nosotros que colaboran a que hagamos mal, pero mal, las cosas al respecto de Dios y de su voluntad.

Por eso es difícil ser católico.

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8.06.12

Eppur si muove - ¿Pueden los católicos creer en la reencarnación?

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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La pregunta que da título al Eppur si muove de hoy no es tan absurda como, en principio, pudiera parecer.

La reencarnación y la resurrección no son lo mismo. Y esto, que es de una claridad meridiana parece no ser entendido por personas que dicen profesar la fe católica. Debido al batiburrillo religioso que en occidente se ha difundido con la premisa del “todo vale” más de un católico ha asumido que, en realidad, la reencarnación es posible. Sin embargo ya decía la Epístola a los Hebreos (9, 27) que “está establecido que los hombres mueran una sola vez”. Tampoco podemos olvidar aquello tan maravillo que expresa el Salmo 77 cuando, en un momento determinado dice, refiriéndose a Dios, que

Él sentía lástima,
perdonaba la culpa y no los destruía;
una y otra vez reprimió su cólera
y no despertaba todo su furor,
acordándose de que eran de carne,
un aliento fugaz que no torna.

Dice, pues, el Salmo, que el ser humano, cuando muere no vuelve a la vida terrena porque “no torna”. Y lo dice con toda claridad y, ante esto, no cabe duda alguna para un católico que se precie de serlo.

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1.06.12

Eppur si muove - ¿Qué ha pasado con la forma de vestir del sacerdote y del religioso?

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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El hábito no hace al monje”.

Este refrán o dicho popular nos viene a decir que, en realidad, no importa que una persona, que tenga que llevar determinada vestimenta por la profesión o el trabajo que desempeña, lleve tal vestimenta. Puede querer decir también que lo que importa es que trabaje bien y punto.

Sin embargo, no podemos negar que, en determinadas funciones sociales importa mucho que se haga como se tiene que hacer porque es conveniente y, en muchos casos, imprescindible, identificar a determinada persona según lo que es y hace en la vida.

Por ejemplo, si voy por la calle y, de repente, creo que estoy en peligro de muerte y veo a un sacerdote que lleva el hábito que le corresponde llevar, a lo mejor muero en gracia de Dios y no me veo abocado, podría ser, al mismo infierno. Y esto será así si haciéndole ver que lo necesito, el hombre con toda seguridad se ofrece a hacer lo que, en estos casos, corresponda hacer.

Y esto, que podría parecer un ejemplo algo traído por los pelos no viene nada mal para introducir lo que, por desgracia, para hoy día porque, al menos en España (no sé yo si en América o en otras partes del mundo) el traje eclesiástico o el hábito religioso brilla… pero por su ausencia.

Puede dar la impresión, seguramente comprobada, que sólo los sacerdotes especialmente concienciados de lo que son para la sociedad en la que viven y, en especial, para los creyentes de su fe y aquellos que pertenecen a determinados movimientos eclesiales llevan hábito sacerdotal (digamos la sotana o el clerman) porque, al parecer, al resto le parece de poca importancia.

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25.05.12

Eppur si muove - ¿Hay razones para celebrar el 50 Aniversario del CV II?

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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En su día, escribí lo que sigue:

Concilio Vaticano II

El Concilio Ecuménico XXI (…) quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones ni deformaciones, la doctrina que durante veinte siglos, a pesar de dificultades y de luchas, se ha convertido en patrimonio común de los hombres

Juan XXIII. Discurso durante la inauguración del Concilio Vaticano II

Parece que el último Concilio que ha Iglesia católica ha celebrado, allá por los años 60 del pasado siglo, ha traído mucha cola espiritual porque muchos creyentes opinan que ha sido para bien y que está siendo para bien pero otros tantos están en la seguridad de que sólo ha traído problemas a la Esposa de Cristo.

Con franqueza tengo que decir que yo estoy, digamos, en las cosas del Señor desde hace apenas 7 años. Por tanto, gran parte de mi vida ha sido integrando el grupo, demasiado grande, de los llamados creyentes “por sacramentos” que son aquellos cuya implicación en la vida de la Iglesia católica se resume a haber recibido algunos sacramentos y poco más.

Por lo tanto, me voy a limitar, en evitación de errores por mi propia parte, a tratar de fijar lo que de bueno haya tenido el Concilio Vaticano II y lo de malo que, para algunos, haya tenido el citado Concilio.

Por mi postura personal al respecto de lo relacionado con la Iglesia católica estoy de acuerdo con una idea que me han hecho llegar según la cual ha de resultar conveniente llevar cabo una, digamos, lectura del Concilio Vaticano II no alejado de la Tradición porque, de no hacerlo así, se correría el riesgo de apartarse en exceso de ella tergiversando, por lo tanto, el mismo sentido del catolicismo.

Bondades del Concilio Vaticano II

Se suele decir que una de las características propias del Concilio Vaticano II ha sido la de suponer una apertura de la Iglesia católica al mundo o, quizá mejor, un nuevo planteamiento en el diálogo entre aquella y aquel. Pero, sobre todo, no se puede negar que ha habido una clara apertura de carácter ecuménico que sin duda alguna está llevando hasta unas buenas consecuencias en actual Santo Padre.

Por otra parte, aunque es cierto lo que arriba he dicho sobre mi conocimiento de las realidades eclesiales, no por eso puedo ignorar que tengo opinión sobre alguna de ellas que, a lo mejor, algunos consideran que no pueden entrar en el apartado de lo bueno que ha hecho el Concilio Vaticano II.

Por ejemplo, una realidad que se ha producido tras el Concilio ha sido lo que podemos denominar “papel activo de los seglares”. Así, se ha ido abriendo y posibilitando la participación de los fieles en la liturgia con lo que se ha alcanzado una mayor integración de los mismos en el devenir diario de la Iglesia católica.

Por otra parte, no podemos dejar de lado que con la “Declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa” reconoce la Iglesia católica a tal principio como uno que lo es fundamental del Estado moderno previniendo, de paso, los posibles ataques a la práctica de la misma.

También, en el diálogo entre razón y fe el Concilio Vaticano II vino a hacer posible una etapa de “apertura mental” (como llama Benedicto XVI a este proceso en el Discurso a la Curia Romana citado infra) que ha posibilitado una reorientación del mismo sin por ello olvidar los principios y valores que la fe defiende y atesora.

Así, por ejemplo, a partir de las consideraciones hechas por el Concilio fue creada, por Juan Pablo II una comisión que revisó el caso de Galileo concluyendo, a la conclusión de la citada comisión (en un discurso de 31 de octubre de 1992) que “La Iglesia ha reconocido los errores del pasado, los errores de los jueces de Galileo

Todo lo dicho hasta ahora tiene, claro, sus propias características y funciones en las cuales, por razones obvias, no podemos entrar.

Seguramente, sin embargo, muchas otras cosas se pueden decir sobre las bondades que el Concilio Vaticano II ha ido produciendo en la vida de la Iglesia católica.

Maldades interpretativas acerca del Concilio Vaticano II

Antes que nada, como queja por la situación general de la documentación del Concilio me han hecho llegar la siguiente: “La dificultad enorme que existe para poder manejar una traducción del concilio aceptable en español, que respete las notas a pie de página (que son clave, pues muchos consensos se consiguieron tras incluirlas)

Tampoco podemos olvidar la secularización.

Es más que probable que una mala interpretación del Concilio Vaticano II llevara a muchos a creerse que aquella no era, en realidad, una desviación importante del comportamiento católico.

Sin embargo, no nos ha de extrañar, entonces, que Benedicto XVI en la visita al Vaticano de los obispos de Brasil, el pasado mes de septiembre, dijera al respecto que “En los decenios sucesivos al Concilio Vaticano II, algunos interpretaron la apertura al mundo no como una exigencia de ardor misionero” sino como “un pasaje hacia la secularización

Tal aspecto malsano derivado del Concilio Vaticano II (aunque no achacable al mismo) lo explica muy bien el Papa: “algunos responsables eclesiásticos” entraron en ‘debates éticos’. Así, agradaban, al parecer ”a las expectativas de la opinión pública pero dejando de hablar de ciertas verdades fundamentales de la fe, tales como el pecado, la gracia, la vida teologal o los novísimos” (es decir, de la muerte, el juicio, el infierno, el cielo o el purgatorio)

Con esto lo único que se ha ido consiguiendo es, precisamente, que se fueran muchos católicos “defraudados y desilusionados” porque, precisamente, secularizar la fe, haciéndola más mundana, no es la mejor forma de atraer a quien busca “alegría y esperanza” en la misma.

Y el ejemplo más claro de la secularización es, precisamente, la Teología de la Liberación de la cual, por ser más que conocida nada aquí se va a decir porque sus efectos también son más que conocidos.

Pero no podemos olvidar otros aspectos:

Perversiones de la liturgia por interpretación, digamos, extensiva, de la apertura de la Iglesia católica. Es decir, el haber entendido de forma equivocada lo que puede suponer la aceptación de la existente variedad de las manifestaciones de la piedad popular, ha llevado, en muchas y conocidas ocasiones, a celebrar la Eucaristía de forma, digamos, excesivamente imaginativa cuando no directamente apartada de la liturgia de la Iglesia católica (ejemplo de esto es la más que conocida forma de celebrar de la Parroquia de Entrevías de Madrid donde comulgar con rosquillas es la menor de las dispersiones)

Muy relacionado con lo arriba dicho no podemos olvidar que el ecumenismo entendido de forma torcida (como apertura de la Iglesia católica a las creencias cristianas) ha supuesto, en algunas ocasiones, la celebración de ceremonias en las que, por ejemplo, por su misma esencia no pueden estar presentes (en la liturgia en sí) pastores que entienden de forma distinta, por ejemplo, la transubstanciación. Y, sin embargo, se producen algunas en las que chirría bastante el ecumenismo para transformarlo, casi, en un buenismo inútil.

Tampoco que en muchas ocasiones se haya querido presentar al Concilio como válido para aplicar la denominada “hermenéutica de la discontinuidad” en la que se defiende una verdadera ruptura entre la Iglesia católica preconciliar y la postconciliar.

Ante esto, Benedicto XVI (además de lo contenido en la cita que abre el artículo de hoy de Juan XXIII) defiende la llamada “hermenéutica de la reforma” al estar de acuerdo con lo que dice Juan XXIII en el Discurso de inauguración del Concilio Vaticano II:

Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del ‘depositum fidei’, y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta -con paciencia, si necesario fuese- ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral”.

Por otra parte, se puede advertir, con cierta facilidad, que Benedicto XVI tiene interés especial por hacer que el Concilio Vaticano no se distorsione en su sentido y, también, que no se produzca un alejamiento (citado arriba) de la Tradición católica. Al fin y al cabo, una cierta tarea de restauración de la misma, algo vapuleada por interpretaciones torticeras de aquel Concilio, resulta fundamental para la misma vida de la Iglesia que pastorea el Santo Padre.

Ejemplo de esto, con lo que estoy totalmente de acuerdo (otras personas seguramente no), son las conversaciones que se mantienen entre el Vaticano y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y que buenos resultados pueden llegar a producir en bien de la misma Iglesia católica.

Seguramente, muchas otras cosas se pueden decir sobre las maldades interpretativas que, a partir del Concilio Vaticano II se han ido produciendo.
Yo les dejo este párrafo del Discurso de Benedicto XVI a los Cardenales, Arzobispos, Obispos y Prelados Superiores de la Curia Romana (22 de diciembre de 2005)

Cuarenta años después del Concilio podemos constatar que lo positivo es más grande y más vivo de lo que pudiera parecer en la agitación de los años cercanos al 1968. Hoy vemos que la semilla buena, a pesar de desarrollarse lentamente, crece, y así crece también nuestra profunda gratitud por la obra realizada por el Concilio”.

Pero mucho más recientemente, en un vídeo-mensaje a los católicos de Francia con motivo, precisamente, de la apertura del Concilio Vaticano II dijo, entre otras importantes verdades, que

El concilio Vaticano II fue y es un signo auténtico de Dios para nuestro tiempo. Si sabemos leerlo y acogerlo dentro de la Tradición de la Iglesia y bajo la guía segura del Magisterio, se transformará cada vez más en una gran fuerza para el futuro de la Iglesia. También deseo vivamente que este aniversario sea para vosotros y para toda la Iglesia que está en Francia ocasión para una renovación espiritual y pastoral. En efecto, de esta manera se nos da la oportunidad de conocer mejor los textos que los padres conciliares nos dejaron en herencia y que no han perdido nada de su valor, con el fin de asimilarlos y de hacer que den frutos para el presente.

Por otra parte, el P. Iraburu, en su artículo “Las reformas de la Iglesia” (InfoCatólica, 08.06.09) dice, manifestando un acuerdo con la idea según la cual el susodicho Concilio ha servido y sirve para algo, que

”El concilio Vaticano II promueve importantes reformas, partiendo siempre del convencimiento de que «toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su propia vocación […] La Iglesia peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma (perennem reformationem), de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente» (UR 6a). «Ecclesia semper reformanda» es, pues, un lema verdadero, ya que la Iglesia, que «encierra en su propio seno a pecadores, y es al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y la renovación» (LG 8c; cf. Gaudium et spes 43f). «Para conseguirlo, la Iglesia madre no cesa de orar, esperar y trabajar, a fin de que la señal de Cristo resplandezca con más claridad sobre la faz de la Iglesia» (LG 15). Así entiende la Iglesia su propia reforma.

Pues a esto algún que otro teólogo, por ejemplo Hans Küng, lo tiene como cosa de poca importancia y como cree que, en realidad, no hay que nada que celebrar al respecto, precisamente, del 50 Aniversario del Concilio Vaticano II, ha declinado la asistencia a una cala de celebración de lo aquí traído organizada por el Comité Central de los Católicos alemanes y, siendo cierto que es mejor que ciertas personas, como por ejemplo tal teólogo, se mantengan bastante lejos de lo católico no hubiera estado mal que hiciera ver su parecer en tal celebración.

Aunque, a lo mejor, constataba que no estaba muy acompañado ni él ni los que piensan como él.


Eleuterio Fernández Guzmán

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