InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: 2017

10.01.17

Un amigo de Lolo – Una feliz asimilación loliana

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

 

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

Una feliz asimilación loliana

 

“Las criaturas somos como los árboles, en lo íntimo, como los árboles; tenemos misión de árboles y también destino de árbol, con raíces, tronco y tardes de primavera en las que el fruto se dora sobre las ramas. El dolor duele y pide oscuridad lo mismo que las raíces, y su verdad ha de abrirse camino agujerando nuestra costra de tierra, de carne que quiere coronarse sobre la vida; pero el dolor no va más lejos del descubrimiento y la canalización de nuestras savias mejores.”  (“Si tus lágrimas rodasen hacia dentro”, de “Desde este lado de la tapia”.)

Debemos dar las gracias a Dios cuando hay hermanos nuestros en la fe que son capaces de darse cuenta de las realidades espirituales más profundas y hacérnoslas ver de una forma sencilla, accesible, que se pueda entender. Y es que es una buena forma de hacer rendir los dones y talentos que Dios les ha dado.

Eso, exactamente eso, es lo que hace nuestro Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, en este texto de su libro “Desde este lado de la tapia”.

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9.01.17

Serie oraciones – expresiones de fe -Marta Robin – Testigos

OrarNo sé cómo me llamo…

Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre 
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón, 
ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud. 

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso. 

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador. 

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso (¡Alabado sea por siempre!).

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Durante las semanas que Dios quiera vamos a traer a esta serie palabras de la Venerable Marta Robin contenidas en el libro “Ce que Marthe leur a dit” escrito por el postulador de la Causa de Canonización y por la vice postuladora, a la sazón, el sacerdote P. Bernard Peyrous y Marie-Thérèse Gille.

   

Serie Oraciones – Expresiones de fe: Marta Robin – Testigos.

Al respecto del hecho de ser testigos allí donde estemos, la Venerable Marta Robin, hizo ver, en una ocasión, lo siguiente:

 

“¡Oh sí! Allí donde el Señor nos ha puesto; ¡no hay que buscar en otra parte! Ser testigo de Jesús, testigo de María… Ser testigo en la verdad.”

No es poco cierto que nosotros, los que hemos sido bautizados en el seno de la Iglesia católica y somos, por tanto, hijos de Dios y piedras vivas de la Iglesia verdadera creada por el Hijo del Padre, sabemos que pertenecemos a la misma. Sin embargo, otra cosa muy distinta es que sepamos a qué atenernos, qué significa esto.

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8.01.17

La Palabra del Domingo - 8 de enero de 2017

 

Mt 3, 13-17

“13 Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, Para ser bautizado por él. 14 Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: ‘Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?’ 15 Jesús le respondió: ‘Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia.’ Entonces le dejó. 16 Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. 17 Y una voz que salía de los cielos decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.’”

 

COMENTARIO

 

Cumplir con la voluntad de Dios

 

En la historia de la salvación había habido personas que habían cumplido con una misión especial. Así, Abrahám, Moisés y otros muchos habían confiado en Dios Padre y no se habían arredrado ante nada porque le Creador les había pedido llevar a cabo tal o cual misión.

A tal respecto, el hijo de Isabel y Zacarías había sido señalado por Dios desde antes de su concepción, elegido por el dedo del Todopoderoso para ser quien presentara al mundo al Mesías, para ser el Precursor.

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7.01.17

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Espíritu y carne son dos mundos bien distintos

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Espíritu y carne son dos mundos bien distintos

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Y Jesús dijo… (6, 63)

“El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.”

Resulta de todo punto evidente que el ser humano, creación de Dios, está compuesto de cuerpo y de alma. No sólo, por tanto, por cuerpo sólo por alma: por cuerpo y alma.

Pues bien, en este texto del Evangelio de San Juan, lo que no podemos dejar de entender, primero, es que carne y cuerpo no son lo mismo y, segundo, que debemos tener más que claro qué es lo que más debemos cuidar.

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6.01.17

Los Magos de la fe

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Siempre me ha parecido extraño que unos sabios, de lejanas tierras, acudieran a Belén en busca, o mejor dicho, para encontrar, a alguien que no conocían. ¿Qué les podía impulsar a ello?, ¿Qué extraña llamada fue la que les atrajo?

Cuando no sabemos qué responde a algo que nos produce duda o perplejidad echamos mano, en muchas ocasiones, de lo tangible, de lo que puede demostrar aquello y, así, tranquilizamos nuestra conciencia y nuestras ansias de conocimiento.

Y a esto también se le ha pretendido encontrar respuesta. Al parecer, por aquella época un cometa surcó el cielo, indicando el camino a seguir. 

Sin embargo, aquí no hemos de fijarnos en el dedo que señala a la luna (en este caso el cometa) sino que la cuestión es muy otra: hay cierto paralelismo, de resultado, entre estos sabios que llegan de oriente y la figura de Tomas, que sería años después un incrédulo discípulo. A este paralelismo acudiremos más tarde ya que, ahora, lo que centra la atención es el hecho mismo de esa manifestación  que es, al fin y al cabo, el significado de la palabra epifanía (del griego epifaneia). 

En la lectura de los textos que el Calendario Litúrgico destina a ser contemplados este día, 6 de enero, es indispensable destacar dos significados, a saber: 

  • La profecía de Isaías y su cumplimiento.
  • La extensión de la manifestación a todos, creyentes  y gentiles; es decir, su sentido universal.

La profecía de Isaías y su cumplimiento

 

En cuanto a lo dicho por Isaías, en su capítulo 60, tal podría decirse que el profeta estaba presente, siete siglos después de que viviera, en el hecho mismo de la Presentación de los reyes magos.

Tanto el texto de Isaías (60) como el de Mateo (Mt 2, 1-12) recogen, o hacen referencia a profecías que el primero hiciera y que Miqueas, profeta contemporáneo de Isaías, manifestara sobre el nacimiento del Mesías. Aquel habla de la oscuridad de los tiempos en los que se hace necesaria la intervención de Dios (Yahveh). “Al verlo te pondrás radiante” dice, mientras que el texto de Mateo indica que al ver la estrella “se llenaron de inmensa alegría” (se refiere a los reyes magos). Y la alegría, su contento, era debido a que sabían que habían llegado a su destino. 

Pero ¿cuál era su destino?

Herodes, asesorado por aquellos que conocían la Ley (sacerdotes y escribas) conoció el lugar del nacimiento: Belén. Ni siquiera duda que eso iba a pasar, pues bien sabía que era del cumplimiento de la Palabra de Dios de lo que se trataba. Y conocen el lugar mediante el conocimiento que tenían de las Escrituras: el ya citado profeta Miqueas (5, 1.3) habla y escribe de Belén Efratá, de donde nacerá “el gobernador de Israel”. Teniendo en cuenta el sentido que el pueblo judío daba al término Israel como pueblo elegido por Dios, fácil es colegir de ello que el nacimiento iba a ser el conductor de ese pueblo. 

           

La extensión de la manifestación

 

En cuanto a lo dicho del sentido universal de esa manifestación de Jesús es necesario mencionar que lo dicho por Pablo en Ef 3,6 sobre los gentiles (es decir, que son coherederos…de la misma Promesa de Cristo) tiene estrecha relación con lo que el mismo apóstol dejó dicho en la epístola a los Romanos, a saber que los “gentiles, que no tienen Ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la Ley” queriendo decir que, en su propia naturaleza, “muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón” (Rm 2,15). 

Sin embargo, teniendo en cuenta que citada epístola parece haber sido escrita con anterioridad a la carta a los Efesios, resulta claro que el propio Apóstol está de acuerdo con una extensión del mensaje mismo de Cristo al contemplar (en esta segunda) que no sólo tienen esa ley “en su corazón”, sino que son “coherederos”  y “partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús”. 

Ahora bien, mientras que en Romanos 2, 14-15 ese sentido natural de la concepción de la Ley parece quedarse ahí; es decir, que supone una asimilación con el comportamiento de los creyentes en Dios sin ir, aparentemente, más allá, en Efesios (3,6) pone en manos de los gentiles ya no la posibilidad de cumplir la Ley de Dios (que ya años antes les atribuyó) sino el pasar a formar parte de esa filiación divina, a formar parte del Cuerpo de Cristo y sentirse “partícipes” de aquella misma “Promesa en Cristo Jesús”. Y esto es posible en cuanto se acepte la mediación del Evangelio, esa buena noticia que dando conocimiento de la vida de Cristo atribuye, a sus aceptantes, esa hermandad y comunión con el Hijo de Dios. Esto es lo que se ha dado en llamar “un progreso en la doctrina” ya que resulta, de esta evolución en el pensamiento de Pablo, que, ahora, ya no sólo para Dios serán hijos suyos y por eso les imprimió su Ley en el corazón, sino que pueden considerarse como tales y pasar de ese estadio de “ignorancia filial” a ser conscientes, voluntariamente, de esa filiación. 

 Ahora volvamos a lo del paralelismo entre Tomás, el incrédulo, y estos sabios de Oriente que recordamos en este día. Recordemos que el término es, exactamente, paralelismo de resultado

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Y digo que se trata de figuras paralelas ya que es un tema común el que movió a unos y el que, como resultado de no haber movido al otro, les une: la Fe

Esto, que en principio, puede parecer extraña afirmación por parte de quien esto escribe, tiene su apoyo en lo siguiente: Fe es, dicho rápidamente,  creer sin haber visto; o lo que es lo mismo, el sentido básico, elemental, esencial de este término dirige nuestra mirada y comprensión hacia aquello que no es captado por nuestros sentidos. 

¿Qué es lo que hicieron los sabios? Creyeron en la existencia del Mesías sin haberlo visto, tan sólo confiados en la dirección de un astro que les mostraba el camino. Esto es, creyeron sin haber visto, esto es tuvieron Fe. Tuvieron, como dice S. León Magno en la cita que encabeza este comentario, docilidad a aquel astro. Y ¿cómo tener docilidad a un astro si no se entiende que está guiado por una fuerza superior a nuestro entendimiento? 

¿Y Tomás? En principio, este apóstol parece no haberla tenido.

Sin embargo, su pronunciamiento y dudas (si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré, dice -Jn 20, 25-) dieron lugar a la afirmación de Cristo (ya resucitado de entre los muertos) que más atinadamente –como no podía ser de otra forma- define lo que es esta virtud teologal , recogida en Jn 20, 29.

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  “Porque me has visto has creído,

   Dichosos los que no han visto y han creído”

Queda, pues, clara la manifestación de un doble sentido en la vida de los hombres: lo “material” es aceptado como posible, real, cierto, mientras que, al fin y al cabo, lo que nos hace creyentes es ese aspecto  “espiritual” que nos permite aceptar aquello que no tocan nuestras manos ni ven nuestros ojos, etc.  Es más, el propio Tomás sólo acepta la existencia misma de Cristo en cuanto lo ve que es cuando dice aquello de “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). Sólo tuvo docilidad a posteriori, no a priori como los sabios de Oriente. Sin embargo, la fe de todos ellos fue confirmada por la misma persona: el niño, que aún no se llama Jesús según la ley (pues claro es que lo era para Dios, ese nombre, como dijo Gabriel a María)  en cuanto naciente a la vida para los sabios y  Cristo en cuanto naciente a la vida eterna para Tomás. 

Y por eso, como dice el Salmo 71 “se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra”. Y los sabios, representando a todos aquellos que no pudieron estar presentes en tan magno acontecimiento dieron testimonio, aunque tuvieran que huir para no ser capturados por Herodes (como tantas otras veces, los indefensos son avisados, como lo fue José, por ejemplo, para que huyese a Egipto), dieron testimonio, digo, de, seguramente, los tres continentes que entonces se conocían y abarcar, con eso, a toda la humanidad que se rendía, o postraba, a los pies diminutos de uno niño-Dios.

  

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 

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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Si unos hombres, venidos de lejos, adoraron al Hijo de Dios… ¿Qué no debemos hacer nosotros?

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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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