29.01.19

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro" – Amor, de Dios

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Amor, de Dios

 

“Dios tiene un solo apellido, que es Amor, siempre Amor, nada más que Amor, y todos sus actos hay que apostillarlos con estar cuatro letras milagrosas”.

 

Si hay un tema que es crucialmente importante para los hijos de Dios es el de la consideración que nuestro Creador tiene de nosotros o, mejor, de cómo actúa con relación a sus hijos.

Digamos, antes de seguir, que no se es hijo de Dios, espiritualmente hablando, tan sólo por haber nacido. Así dicho podría parecer que sí. Sin embargo, somos, sólo (y no es poco) “criaturas” del Padre del Cielo hasta que somos bautizados en el seno de la Esposa de Cristo. Entonces podemos ser considerados, en pura ley espiritual, “hijos de Dios” en sentido estricto. Y es que creemos que decir esto puede resultar, sobre todo, aclaratorio.

Pues bien, sabemos que Dios ama a sus criaturas y, claro, a sus hijos, que son semejanza suya y quieren ser así considerados.

El Beato Manuel Lozano Garrido, que conocía más que bien lo que significa la palabra Amor, así dicha con mayúscula, tuvo a bien dejar más que claro (aquí la utiliza hasta tres veces) lo que quiere decir, precisamente, tal palabra.

Resulta curioso, de todas formas, que nos diga Lolo que Dios tiene apellido. Y es que lo que ha de querer decirnos es que el mismo muestra la cualidad esencial del Todopoderoso: el Amor.

Cualquiera podría decir que sería posible pensar que Dios tiene más de un apellido pues sus cualidades son, sencillamente, infinitas. Sin embargo, la misma, Amor, contiene todo lo bueno y mejor que las demás puedan atesorar. Y bien que lo sabemos nosotros, por nuestra experiencia personal y, a lo mejor, por eso San Agustín dejó dicho eso de “Ama y haz lo que quieras”.

Todo, aquí, nos encamina hacia la plenitud del Amor de Dios. Por eso nos dice el Beato de Linares (Jaén, España) que sí, que Dios es Amor, que tal es su apellido. Pero se nos dice mucho más.

En primer lugar, que “siempre” es Amor. Por tanto, no podemos imaginar que, en algunos momentos (cuando menos mereceríamos ser amados por Quien nos ha creado)   olvida que nos ama y mira para otro lado cuando, precisamente, más necesitamos que mire hacia el nuestro. Y no. Dios, en tales ocasiones (cuando mostramos nuestra peor faz espiritual, cuando pecamos… y mucho que pecamos) es cuando más nos mira y más nos ama.

¿Quiere decir eso que Dios goza con nuestras caídas porque así nos ama más?

Ante esta pregunta sólo podemos responder que no porque, de lo contrario, sería como decir que, para hacer efectiva su bondad, su misericordia y, en fin, su Amor, Dios quiere que pequemos y eso, como bien podemos pensar, es absurdo y está fuera de lugar.

Pero también Dios es “nada más que Amor”. Y a tenor de lo dicho arriba, eso quiere decir que de su Amor parte todo lo que, de mejor, pueda acaecernos a sus hijos los hombres.

Es bien cierto que las cuatro letras que forman la palabra A-m-o-r son un puro milagro. Y es que no podemos considerar otra cosa que no sea cuando Dios nos perdona lo que, para nosotros sería imperdonable o cuando, al contrario de lo que podríamos merecer por nuestras acciones u omisiones, nos ama más que nunca. Y eso, se diga lo que se diga, es, sí, puro milagro, realidad maravillosa que, claro está, no entendemos ni entenderemos nunca hasta que estemos, en el Cielo, en Su presencia. Entonces, como diría San Pablo, no veremos como en un espejo…

Dios es Amor. Sí. Y bien que lo demuestra tantas y tantas veces en nuestra vida. Y, lo que es mejor, no tiene la más mínima intención de cambiar. Y es que la perseverancia divina es así.

 

 

  

Eleuterio Fernández Guzmán

 

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Saber sufrir, espiritualmente hablando, es un verdadero tesoro.

Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

27.01.19

La Palabra del domingo - 27 de enero de 2019

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Lc 1, 1-4; 4, 14-21

 

 

“1 Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, 2       tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, 3 he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, 4 para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.14 Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. 15 Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. 16 Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura.17 Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito:18      ‘El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva,  me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos  y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos’ 19 y proclamar un año de gracia del Señor’.  20 Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. 21 Comenzó, pues, a decirles: ‘Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.’”

 

COMENTARIO

 

Admirados de la Verdad

 

Aquel hombre, que era médico y al que, por tanto, se le supone una educación y formación elevada (mucho más que la de los apóstoles escogidos por Jesús) sabía que su labor debía cimentarse sobre datos concretos y no sobre elucubraciones. Por eso, cuando empieza a escribir el relativo de la vida de Cristo lo hace advirtiendo acerca de eso. 

Suponemos que aquel Evangelio lo escribía para un tal Teófilo. Sería, como bien dice el propio Lucas, persona importante. Por eso le pone sobre la pista de que el trabajo que va a enviarle está hecho a conciencia porque ha investigado “diligentemente” y no ha dejado nada a la casualidad o a la imaginación. Sabemos, por tanto, que San Lucas escribe este Evangelio y los Hechos de los Apóstoles consciente de lo importante que es hacerlo bien. 

Lo que hace Lucas es confirmar lo que han escrito otros. Lo decimos porque escribe diciendo que hace lo que hace para que conozca Teófilo “La solidez de las enseñanzas que has recibido” y no dice, por ejemplo, para “decirte lo que verdaderamente sucedió”. Y es que aquel hombre, médico, sabe que lo que han escrito otros es cierto y lo que él hace es, por eso mismo, confirmarlo tras una ardua investigación. 

Escribe, por tanto, acerca de aquel hombre que, llamado Jesús, había sido enviado por Dios. Y lo hace poniendo un ejemplo de cómo, en efecto, aquel hombre, aquel Maestro, reconocía que era, en efecto, el Hijo de Dios. 

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26.01.19

Ventana a la Tierra Media - Algo (apenas un apunte) sobre Tolkien

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Elen síla lúmenn’ omentielvo!

¡Una estrella brilla sobre la hora de nuestro encuentro!

(Salutación de los Elfos en la Tierra Media)

  

Por muy, digamos, “desconocido” que pueda resultar J.R.R. Tolkien para muchas personas, lo bien cierto es que nos encontramos ante un autor al que otros autores han dedicado mucha atención y sobre los que bien podríamos decir aquello que encabeza este artículo, la forma de saludo de los Primeros Nacidos. 

Se dirá, claro está, que se trata de aquellos que, a su vez, conocen la obra del profesor de Oxford. Y, como eso es una verdad tan grande como un troll de los bosques, no podemos objetar nada. Que, además, tienen el gozo de haber leído a tan importante escritor, tampoco es algo que suponga descubrir la Tierra Media ni nada por el estilo. 

Sin embargo, no es menos cierto (es más, si cabe) que de aquello que muchos han escrito sobre la obra y milagros de nuestro católico autor, podemos aprender mucho porque mucho es lo que debemos aprender acerca de tan insigne personaje. 

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25.01.19

Serie "De Resurrección a Pentecostés"- III. Aparición de Jesucristo. 3 – El descreído Tomás

 

De Resurrección a Pentecostés Antes de dar comienzo a la reproducción del libro de título “De Resurrección a Pentecostés”, expliquemos esto.

Como es más que conocido por cualquiera que tenga alguna noción de fe católica, cuando Cristo resucitó no se dedicó a no hacer nada sino, justamente, a todo lo contrario. Estuvo unas cuantas semanas acabando de instruir a sus Apóstoles para, en Pentecostés, enviarlos a que su Iglesia se hiciera realidad. Y eso, el tiempo que va desde que resucitó el Hijo de Dios hasta aquel de Pentecostés, es lo que recoge este libro del que ahora ponemos, aquí mismo, la Introducción del mismo que es, digamos, la continuación de “De Ramos a Resurrección” y que, al contrario de lo que suele decirse, aquí segundas partes sí fueron buenas. Y no por lo escrito, claro está, sino por lo que pasó y supusieron para la historia de la humanidad aquellos cincuenta días.

 

 

Cuando Jesucristo murió, a sus discípulos más allegados se les cayó el mundo encima. Todo lo que se habían propuesto llevar a cabo se les vino abajo en el mismo momento en el que Judas besó al Maestro.

Nadie podía negar que pudieran tener miedo. Y es que conocían las costumbres de aquellos sus mayores espirituales y a la situación a la que habían llevado al pueblo. Por eso son consecuentes con sus creencias y, por decirlo así, dar la cara en ese momento era la forma más directa para que se la rompieran. Y Jesús les había dicho en alguna ocasión que había que ser astutos como serpientes. Es más, había tratado de librarlos de ser apresados cuando, en Getsemaní, se identificó como Jesús y dijo a sus perseguidores que dejaran al resto marcharse.

Por eso, en tal sentido, lo que hicieron entonces sus apóstoles era lo mejor.

Aquella Pascua había sido muy especial para todos. Jesús se había entregado para hacerse cordero, el Cordero Pascual que iba a ser sacrificado para la salvación del mundo. Pero aquel sacrificio les iba a servir para mucho porque el mismo había sido precedido por la instauración de la Santa Misa (“haced esto en memoria mía”, les dijo el Maestro) y, también, la del sacerdocio a través del Sacramento del Orden. Jesús, pues, el Maestro y el Señor, les había hecho mucho bien tan sólo con arremangarse y lavarles los pies antes de empezar a celebrar la Pascua judía. Luego, todo cambió y cuando salieron Pedro, Santiago y Juan de aquella sala, en la que se había preparado la cena, acompañando a Jesús hacia el Huerto de los Olivos algo así como un gran cambio se había producido en sus corazones.

Pero ahora tenían miedo. Y estaban escondidos porque apenas unas horas después del entierro de Jesús los discípulos a los que había confiado lo más íntimo de su doctrina no podían hacer otra cosa que lo que hacían.

De todas formas, muchas sorpresas les tenía preparadas el Maestro. Si ellos creían que todo había terminado, muy pronto se iban a dar cuenta de que lo que pasaba era que todo comenzaba.

En realidad, aquel comienzo se estaba cimentando en el Amor de Dios y en la voluntad del Todopoderoso de querer que su nuevo pueblo, el ahora elegido, construyera su vida espiritual sobre el sacrificio de su Hijo y limpiara sus pecados en la sangre de aquel santo Cordero.

Decimos, pues, que todo iba a empezar. Y es que desde el momento en el que María de Magdala acudiera corriendo a decirles que el cuerpo del Maestro no estaba donde lo habían dejado el viernes tras el bajarlo de la cruz, todo lo que hasta entonces habían llevado a sus corazones devino algo distinto.

El caso es que los apóstoles y María, la Madre, habían visto cómo se abría ante sí una puerta grande. Era lo que Jesús les mostró cuando, estando escondidos por miedo a los judíos, se apareció aquel primer domingo de la nueva era, la cristiana. Entonces, los presentes (no estaba con ellos Tomás, llamado el Mellizo) se asustaron. En un primer momento no estaban seguros de lo que veían pudiese ser verdad. Aún no se les habían abierto los ojos y su corazón era reacio en admitir que su Maestro estaba allí, ante ellos y, además, les daba la paz y les hablaba. Todos, en un principio, actuaron como luego haría Tomás.

Todo, pues, empezaba. Y para ellos una gran luz los iluminaba en las tinieblas en las que creían estar. Por eso lo que pasó desde aquel momento hasta que llegó el día de Pentecostés fue como una oportunidad de acabar de comprender (en realidad, empezar a comprender) lo que tantas veces les había dicho Jesús en aquellos momentos en los que se retiraba con ellos para que la multitud no le impidiese enseñar lo que era muy importante que comprendieran. Pues bien, entonces no habían sido capaces de entender mucho porque su corazón no lo tenían preparado. Ahora, sin embargo, las cosas iban a ser muy distintas. Y lo iban a ser porque Jesús había confirmado con hechos   lo que les había anunciado con sus palabras y cuando le dijo a Tomás que metiera su mano en las heridas de su Pasión supieron que no era un fantasma lo que estaban viendo sino  al Maestro… en cuerpo y alma.

Sería mucho, pues, lo que pasaría en un tiempo no demasiado extenso desde que el Hijo de Dios volvió de los infiernos hasta que el Espíritu Santo iluminara los corazones y las almas de los allí reunidos. Era, pues, aquello que sucedió entre Resurrección y Pentecostés.” 

III. Aparición de Jesucristo. 3 – El descreído Tomás

 

“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: ‘Hemos visto al Señor.’ Pero él les contestó: ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.’ Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: ‘La paz con vosotros.’ Luego dice a Tomás: ‘Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.’ Tomás le contestó: ‘Señor mío y Dios mío.’ Dícele Jesús: ‘Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído’” (Jn 20, 24-29).

Estaba claro que uno de los discípulos (de los once que quedaban tras la muerte de Judas) no estaba en el lugar donde se apareció Jesús por primera vez a todos juntos. Dónde estaba es difícil de saber pero podemos imaginar que bien podría haber ido a recabar noticias de lo que estaba pasando, comprando comida para los que estaban escondidos… pero es más que posible que, ante lo que dijeron las mujeres y no creer en ellas decidiera abandonar momentáneamente a sus compañeros. Su incredulidad empezaba a manifestarse muy pronto.

En fin, el caso es que no estaba con ellos. Y cuando volvió allí, de donde fuera que fue, debió haber sido el mismo domingo o después porque Jesús ya no estaba con ellos.

 

Tomás, el necesitado de signos

 

Es muy cierto que el pueblo hebreo gustaba mucho de los signos. Es decir, agradecía sobremanera que, cuando alguien decía algo de sí mismo (por ejemplo, ser un maestro religioso) lo acompañase con signos que demostrasen que, en efecto, era lo que decía ser.

Muchas veces le piden a Jesús que haga signos. Por ejemplo, en estos versículos del Evangelio de San Juan (6, 29-30):

“Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.’ Ellos entonces le dijeron: ‘¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?’”.

No es de extrañar, por tanto, que Tomás necesitase de lo mismo que muchos de sus hermanos de fe habían ansiado a lo largo de los siglos.

Sin embargo, Tomás va más allá de la simple necesidad de que alguien le demuestre lo que dice ser. Él quiere hacer algo más.

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24.01.19

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Querer y no saber cómo

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

  

“Saber Esperar” – Querer y no saber cómo

 

“Una de mis mayores penas es el ver que estoy abrazado a la Cruz de Jesús, y que no la amo como quisiera”.

 

No siempre es fácil confesar una falta. Mucho menos, si la misma tiene relación no ya con nuestro ser interior sino con el mismo Hijo de Dios. Y es que, al fin y al cabo, somos pecadores y eso, por mucha verdad que sea, nos cuesta reconocerlo.

Y eso honra, y mucho, al hermano Rafael. Hacerlo, queremos decir.

Para empezar, nosotros sabemos que no siempre nos resulta fácil abrazarnos a la Cruz de Cristo, abrazarla, queremos decir.

En realidad, tampoco debería extrañarnos esto porque nosotros, como seres humanos que somos, no tenemos tendencia clara, primero, a reconocer lo que hacemos mal y, luego, a pedir perdón. Y, sin embargo, en las generales de la ley de nuestra fe católica, bien sabemos que eso no está nada bien.

Además, tenemos ahí la Cruz.

La Cruz no está puesta por Dios para que miremos y admiremos sin que nada de nuestra existencia y vida se vea afectada. No. Está puesta para que mucho nos afecte y mucho llene nuestro corazón.

Sí. Ciertamente reconocemos eso: Dios nos quiere cerca de la Cruz donde colgaron a su Hijo porque lo pusieron allí, primero, aceptándolo Cristo y, luego, para que tuviera, como recompensa, la salvación nuestra, nuestra salvación eterna.

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23.01.19

Serie “Gozos y sombras del alma” - Gozos - Paraísos del alma

 

Gozos y sombras del alma

Cuando alguien dice que tiene fe (ahora decimos sea la que sea) sabe que eso ha de  tener algún significado y que no se trata de algo así como mantener una fachada de cara a la sociedad. Es cierto que la sociedad actual no tiene por muy bueno ni la fe ni la creencia en algo superior. Sin embargo, como el ser humano es, por origen y creación, un ser religioso (¿Alguien no quiere saber de dónde viene, adónde va?) a la fuerza sabe que la verdad (que cree en lo que sea superior a sí mismo) ha de existir. 

Aquí no vamos a sostener, de ninguna de las maneras, que todas las creencias son iguales. Y no lo podemos mantener porque no puede ser lo mismo tener fe en Dios Todopoderoso, Creador y Eterno que en cualquier ser humano que haya fundado algo significativamente religioso. No. Y es que sabemos que Dios hecho hombre fue quien fundó la religión que, con el tiempo se dio en llamar “católica” (por universal) y que entregó las llaves de su Iglesia a un tal Cefas (a quien llamó Pedro por ser piedra sobre la que edificarla). Y, desde entonces, han ido caminando las piedras vivas que la han constituido hacia el definitivo Reino de Dios donde anhelan estar las almas que Dios infunde a cada uno de sus hijos cuando los crea. 

El caso es que nosotros, por lo que aquí decimos, tenemos un alma. Es más, que sin el alma no somos nada lo prueba nuestra propia fe católica que sostiene que de los dos elementos de los que estamos constituidos, a saber, cuerpo y alma, el primero de ellos tornará al polvo del que salió y sólo la segunda vivirá para siempre. 

Ahora bien, es bien cierto que tenemos por bueno y verdad que la vida que será para siempre y de la que gozará el alma puede tener un sentido bueno y mejor o malo y peor. El primero de ellos es si, al morir el cuerpo, es el Cielo donde tiene su destino el alma o, en todo caso, el Purgatorio-Purificatorio como paso previo a la Casa del Padre; el segundo de ellos es, francamente, mucho peor que todo lo peor que podamos imaginar. Y lo llamamos Infierno porque sólo puede ser eso estar separado, para siempre jamás, de Quien nos ha creado y, además, soportar un castigo que no terminará nunca. 

Sentado, como hemos hecho, que el alma forma parte de nuestro propio ser, no es poco cierto que la misma necesita, también, vida porque también puede morir. Ya en vida del cuerpo el alma no puede ser preterida, olvidada, como si se tratase de realidad espiritual de poca importancia. Y es que hacer eso nos garantiza, con total seguridad, que tras el Juicio particular al que somos sometidos en el mismo instante de nuestra muerte (y esto es un misterio más que grande y que sólo entenderemos cuando llegue, precisamente, tal momento) el destino de la misma sólo puede ser el llanto y el rechinar de dientes… 

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22.01.19

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro" – Ver la Cruz como es

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Ver la Cruz como es

 

“Mirada la Cruz sólo como símbolo de dolor, es una idea parcial que se ha infiltrado incluso en la mentalidad de muchos cristianos, cuando la verdad es que los brazos de Cristo están todavía apuntalados sobre dos travesaños como una evidencia del amor que es posible saborear en la frondosidad del tiempo, igual que la corteza o el agua clara de cada día.”

 

Las personas que no creen en Dios Todopoderoso ni, por tanto, tienen a Jesucristo por su Hijo engendrado y no creado, no entienden las cosas de igual manera que las entendemos aquellos que sí, que creemos que el Creador es nuestro Padre y que envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salvase.

Hay un tema que, en esto, es crucial (nunca mejor dicho) porque supone no mucho sino todo en nuestra fe católica. Y, vemos, con tristeza, que hay quien pueda tener alguna que otra duda.

El Beato Manuel Lozano Garrido, que sabía mucho de la Cruz de Cristo y de la suya, habla con toda claridad. No tiene, pues, pelos en la lengua. Pore so habla acerca de la Cruz, así con mayúscula por referirse a la de Cristo, y lo hace con toda crudeza y, podemos decir con lamentación incluida, que con toda verdad.

¿A qué nos referimos?

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20.01.19

La Palabra del domingo - 20 de enero de 2019

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Jn 2, 1-11

“1 Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2         Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. 3      Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: ‘No tienen vino.’ 4 Jesús le responde: ‘¿Qué tengo yo contigo mujer?, Todavía no ha llegado mi hora.’ 5 Dice su madre a los sirvientes: = ‘Haced lo que él os diga.’ =6 Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. 7 Les dice Jesús: ‘Llenad las tinajas de agua.’ Y las llenaron hasta arriba. 8 ‘Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.’ Ellos lo llevaron.9 Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían  sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio 10 y le dice: ‘Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.’ 11  Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.”

 

COMENTARIO     

 

Nos dice este texto del evangelio de San Juan que con esto que contiene Jesús dio comienzo a sus señales porque, al parecer, era necesario que hiciese eso para que, al menos, fuese escuchado…

Bien podemos decir que dio comienzo a sus señales a su pesar. Y es que, como le responde a su Madre, aún no había llegado el momento de manifestarse al mundo. Y es que esto, lo que sucedió en aquella boda, fue una manifestación, una Epifanía, de Jesús. Digamos que es como un decir que el Hijo de Dios ha venido al mundo a cumplir con lo que ha sido establecido por Quien lo engendró y lo hace a plena satisfacción del prójimo.

También hay algo importante. Nos dice San Juan que con aquello que allí sucedió, en Caná de Galilea, los discípulos de Jesús, creyeron.

El caso es que hasta entonces el Emmanuel se había limitado, por decirlo así, a reclutar a los que iban a caminar con Él por los caminos del mundo conocido por ellos para transmitir la Buena Noticia según la cual el Reino de Dios ya había llegado. Seguramente, como bien nos dice aquí San Juan, aun no había manifestado Cristo un poder tan grande como el que aquí muestra. Se habría limitado a instruir a sus discípulos más allegados pero no había demostrado que el poder de Dios estaba en Él y con Él.

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19.01.19

Ventana a la Tierra Media – La Comarca de Tolkien – El subcreado mundo de Tolkien

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Tengo leído (pero, francamente, no sé dónde) que cuando nuestro querido profesor presentó el Silmarillion más de uno emitió un juicio tal que así: “empieza como la Biblia”. Era, por decirlo así, como quitarle importancia porque, en efecto, ¿qué puede haber mejor que la Sagrada Escritura para un creyente? 

Debemos objetar algo porque, en efecto, tal libro (que sólo sería publicado tras su muerte y gracias a la labor, a veces criticada, de su hijo Christopher) empieza así:

 

“En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes que se hiciera alguna otra cosa.” (Ainundalë, La música de los Ainur)

 

Claro, era, en realidad, demasiado simple pensar de una obra como es el Silmarillion por la cual, lo reconozco, siento algo así como admiración temerosa… Pero lo era cuando, a lo mejor, no se siguió leyendo más… 

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18.01.19

Serie "De Resurrección a Pentecostés"- III- Aparición de Jesucristo – 2. El envío

De Resurrección a Pentecostés Antes de dar comienzo a la reproducción del libro de título “De Resurrección a Pentecostés”, expliquemos esto.

Como es más que conocido por cualquiera que tenga alguna noción de fe católica, cuando Cristo resucitó no se dedicó a no hacer nada sino, justamente, a todo lo contrario. Estuvo unas cuantas semanas acabando de instruir a sus Apóstoles para, en Pentecostés, enviarlos a que su Iglesia se hiciera realidad. Y eso, el tiempo que va desde que resucitó el Hijo de Dios hasta aquel de Pentecostés, es lo que recoge este libro del que ahora ponemos, aquí mismo, la Introducción del mismo que es, digamos, la continuación de “De Ramos a Resurrección” y que, al contrario de lo que suele decirse, aquí segundas partes sí fueron buenas. Y no por lo escrito, claro está, sino por lo que pasó y supusieron para la historia de la humanidad aquellos cincuenta días.

 

 

Cuando Jesucristo murió, a sus discípulos más allegados se les cayó el mundo encima. Todo lo que se habían propuesto llevar a cabo se les vino abajo en el mismo momento en el que Judas besó al Maestro.

Nadie podía negar que pudieran tener miedo. Y es que conocían las costumbres de aquellos sus mayores espirituales y a la situación a la que habían llevado al pueblo. Por eso son consecuentes con sus creencias y, por decirlo así, dar la cara en ese momento era la forma más directa para que se la rompieran. Y Jesús les había dicho en alguna ocasión que había que ser astutos como serpientes. Es más, había tratado de librarlos de ser apresados cuando, en Getsemaní, se identificó como Jesús y dijo a sus perseguidores que dejaran al resto marcharse.

Por eso, en tal sentido, lo que hicieron entonces sus apóstoles era lo mejor.

Aquella Pascua había sido muy especial para todos. Jesús se había entregado para hacerse cordero, el Cordero Pascual que iba a ser sacrificado para la salvación del mundo. Pero aquel sacrificio les iba a servir para mucho porque el mismo había sido precedido por la instauración de la Santa Misa (“haced esto en memoria mía”, les dijo el Maestro) y, también, la del sacerdocio a través del Sacramento del Orden. Jesús, pues, el Maestro y el Señor, les había hecho mucho bien tan sólo con arremangarse y lavarles los pies antes de empezar a celebrar la Pascua judía. Luego, todo cambió y cuando salieron Pedro, Santiago y Juan de aquella sala, en la que se había preparado la cena, acompañando a Jesús hacia el Huerto de los Olivos algo así como un gran cambio se había producido en sus corazones.

Pero ahora tenían miedo. Y estaban escondidos porque apenas unas horas después del entierro de Jesús los discípulos a los que había confiado lo más íntimo de su doctrina no podían hacer otra cosa que lo que hacían.

De todas formas, muchas sorpresas les tenía preparadas el Maestro. Si ellos creían que todo había terminado, muy pronto se iban a dar cuenta de que lo que pasaba era que todo comenzaba.

En realidad, aquel comienzo se estaba cimentando en el Amor de Dios y en la voluntad del Todopoderoso de querer que su nuevo pueblo, el ahora elegido, construyera su vida espiritual sobre el sacrificio de su Hijo y limpiara sus pecados en la sangre de aquel santo Cordero.

Decimos, pues, que todo iba a empezar. Y es que desde el momento en el que María de Magdala acudiera corriendo a decirles que el cuerpo del Maestro no estaba donde lo habían dejado el viernes tras el bajarlo de la cruz, todo lo que hasta entonces habían llevado a sus corazones devino algo distinto.

El caso es que los apóstoles y María, la Madre, habían visto cómo se abría ante sí una puerta grande. Era lo que Jesús les mostró cuando, estando escondidos por miedo a los judíos, se apareció aquel primer domingo de la nueva era, la cristiana. Entonces, los presentes (no estaba con ellos Tomás, llamado el Mellizo) se asustaron. En un primer momento no estaban seguros de lo que veían pudiese ser verdad. Aún no se les habían abierto los ojos y su corazón era reacio en admitir que su Maestro estaba allí, ante ellos y, además, les daba la paz y les hablaba. Todos, en un principio, actuaron como luego haría Tomás.

Todo, pues, empezaba. Y para ellos una gran luz los iluminaba en las tinieblas en las que creían estar. Por eso lo que pasó desde aquel momento hasta que llegó el día de Pentecostés fue como una oportunidad de acabar de comprender (en realidad, empezar a comprender) lo que tantas veces les había dicho Jesús en aquellos momentos en los que se retiraba con ellos para que la multitud no le impidiese enseñar lo que era muy importante que comprendieran. Pues bien, entonces no habían sido capaces de entender mucho porque su corazón no lo tenían preparado. Ahora, sin embargo, las cosas iban a ser muy distintas. Y lo iban a ser porque Jesús había confirmado con hechos   lo que les había anunciado con sus palabras y cuando le dijo a Tomás que metiera su mano en las heridas de su Pasión supieron que no era un fantasma lo que estaban viendo sino  al Maestro… en cuerpo y alma.

Sería mucho, pues, lo que pasaría en un tiempo no demasiado extenso desde que el Hijo de Dios volvió de los infiernos hasta que el Espíritu Santo iluminara los corazones y las almas de los allí reunidos. Era, pues, aquello que sucedió entre Resurrección y Pentecostés.” 

III- Aparición de Jesucristo – 2. El envío

 

“Jesús les dijo otra vez: ‘La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.’  Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo.  A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’” (Jn 20, 21-23).

 

Como Dios lo había enviado

 

Cristo, que vino al mundo porque Dios quiso que se salvase la humanidad, había sido enviado para que cumpliera una misión ciertamente difícil. A este respecto, el Evangelio de San Juan (3, 16-21) dice esto que sigue:

“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.”

Vemos, por tanto, que debía, por ejemplo, procurar que no pereciera para siempre quien le siguiera, que tuviera vida eterna. Y, para eso, debía transmitir una Palabra, la de Dios, y el verdadero sentido que la misma tenía muy alejado, a veces, de la consideración que había llegado a tener entre los hombres.

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