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25.03.18

Semana Santa – Lunes Santo: el primer día del principio

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La vida de Jesucristo, apenas unos días antes de que diera comienzo su Pasión, sigue por los caminos que había trazado Dios cuando lo envió al mundo a que el mundo se salvase.

El caso es que el Evangelio de San Juan (12, 1-11) nos pone sobre la pista de qué es lo que hacía Jesucristo entonces. Y es que seis días antes de la Pascua, ha de cumplir con la voluntad de Dios de ser misericordioso con quien necesita misericordia.

Como podemos imaginar, el Hijo de Dios, también tenía amigos íntimos. Es decir, aquí no nos referimos a los que le seguían, a sus discípulos (más o menos cercanos) sino a aquellos que habían convivido con Él durante la infancia. Y tales personas, seguramente, tenían una consideración más que especial para Jesucristo.

Con esto queremos decir que el hijo de María y de José era, en tal sentido, como una persona más y debía conocer más que bien a los que, en su propio pueblo o muy cerca del mismo, lo habían conocido desde bien pequeño.

Eso pensamos que eran Marta, María y Lázaro. Para Jesús, aquellos tres hermanos eran muy especiales. Y eso lo demuestra hoy mismo, cuando pasa lo que es más que conocido por todos.

Algunos dijeron eso de “Mirad cómo lo quería” cuando vieron como Jesús lloraba ante la tumba de Lázaro.

Y es que su amigo de toda la vida había muerto. Pero Jesús, en un principio, como sabemos, pareciera no hacer mucho caso cuando acuden a decirle que su amigo se encuentra muy enfermo. Incluso pudiera parecer que espera a que se muera para ir a Betania. Y es que, ciertamente, es así.

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La Palabra del Domingo - 25 de marzo de 2018

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Mc 15, 1-39

 

1 Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús, le llevaron y le entregaron a Pilato. 2 Pilato le preguntaba: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» El le respondió: «Sí, tú lo dices.» 3 Los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas. 4 Pilato volvió a preguntarle: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.» 5 Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido.

 

6 Cada Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. 7 Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato. 8 Subió la gente y se puso a pedir lo que les solía conceder. 9 Pilato les contestó: «¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos?» 10 (Pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia.) 11 Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les soltase más bien a Barrabás. 12 Pero Pilato les decía otra vez: «Y ¿qué voy a hacer con el que llamáis el Rey de los judíos?» 13 La gente volvió a gritar: «¡Crucifícale!» 14 Pilato les decía: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaron con más fuerza: «Crucifícale!»

 

15 Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado. 16 Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. 17 Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. 18 Y se pusieron a saludarle: «¡Salve, Rey de los judíos!» 19 Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. 20 Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle. 21 Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. 22 Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. 23 Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó. 24 Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno.

25 Era la hora tercia cuando le crucificaron. 26 Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey de los judíos.»

27 Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. 29 Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, 30 ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!» 31 Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. 32 ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.» También le  injuriaban los que con él estaban crucificados. 33 Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. 34 A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: = «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», - que quiere decir - = «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» = 35 Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías.» 36 Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle.» 37 Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.

38 Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo.  39 Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.»

 

COMENTARIO

Morir para salvarnos

 

Hoy es un día más que especial en la historia de la salvación. Y es que hoy, Domingo de Ramos, el Hijo de Dios entra en Jerusalén de forma triunfal. Sin embargo, no recordamos aquel momento glorioso sino, precisamente, el final de aquella corta semana que llamamos Santa porque lo fue y lo sigue siendo. 

En el itinerario que sigue Jesús desde que lo prenden hasta que exhala su último aliento en la cruz manifiesta, en más de una ocasión, lo que quería el Padre Dios para Su Hijo y, así, para toda la humanidad. 

Jesús nada tenía que responder a quien se mostraba tan esquivo con la verdadera Ley de Dios (el Amor) y, por eso mismo, permanece callado ante Pilato que debería estar en la seguridad de que aquel hombre al que traían para que juzgara era inocente. Sin embargo, se sentía muy presionado por el populacho que pedía la vida de Jesús a cambio de la del preso que él mismo les había mostrado y que respondía al nombre de Barrabás. 

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