InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: 2017

9.11.17

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Esperarlo todo por Dios

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” - Esperarlo todo por Dios

 

“¡Qué alegre confianza tiene en medio de todos los desastres del mundo el que de veras todo lo espera de Dios!

 

“El que de veras todo lo espera de Dios”. Estas palabras, dichas por quien, en efecto, todo lo esperaba de Dios, nos hablan de qué es lo que creemos y qué es lo que no podemos olvidar nunca.

El caso es que, aquí, en esto de la fe, resulta de todo punto importante saber que Dios ni nos ha abandonado ni nunca ni nos va a abandonar. En eso consiste, en suma, la fe: en creer, en confiar en Quien se debe creer y confiar y en nada ni nadie más. Dios sobre todas las cosas y realidades nuestras es la premisa sin la cual todo lo demás… ni puede salir adelante ni nunca podrá salir.

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8.11.17

Serie Tabor y Getsemaní - 4- Frutos del Tabor

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 “Y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz.”

 

Mt 17, 2

 

 “¡Jesús: verte, hablarte! ¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera para quedar herido de amor a Ti!”

 

San Josemaría, Santo Rosario. Cuarto misterio de luz. La Transfiguración del Señor, 20

  

Lo que va de un momento a otro

 

En las Sagradas Escrituras hay momentos en los que Dios habla de una forma muy especial a sus hijos los hombres. 

Uno de ellos se produce cuando, acompañado de Pedro, Santiago y Juan, se transfigura el Hijo de Dios en el monte Tabor y Elías y Moisés se aparecen para conversar con Quien había sido enviado por Dios al mundo en bien de toda la creación humana; otro momento es cuando, antes de la Pasión, también son Pedro, Santiago y Juan los que acompañan al Maestro en el Getsemaní, aquel Huerto de los Olivos donde empezó todo. 

Todo, además, tiene relación con aquellos que, a lo largo de los siglos, hemos querido ser discípulos de Jesucristo porque nada de lo hecho por el hijo de María ha dejado de tener trascendencia. 

Así, por ejemplo, en el episodio acaecido en el monte Tabor, la Transfiguración, la voz de Dios sirve para darnos a entender que Aquel que estaba con ellos era su Hijo y que era obligación grave, para sus discípulos, escucharlo porque hacer eso era hacerlo con el mismo Creador Todopoderoso. 

Todo, pues, en aquel acontecimiento en el que las ropas de Jesucristo blanquean como nunca habían blanqueado otras y donde se da un mandato claro como hemos apuntado arriba. Y fue allí, precisamente allí, cuando Jesucristo habla de su resurrección. Y allí también donde aquellos tres discípulos no comprendieron a qué se refería… 

Y, luego, Getsemaní, otro momento importante en la vida del Hijo de Dios y, por extensión, de todo discípulo suyo e, incluso digamos más, de toda la humanidad. 

El oprobio hacia Dios, Abbá amado, Padre tuyo y nuestro, el pecado de cada acto de soberbia, de orgullo, de cerrazón del alma ante el prójimo, ante quien necesitaba de una mano amiga o de un instante de aliento, ante quien buscaba el alivio de una pena o el sembrar de una oración, ante quien estaba necesitado de luz que iluminara su tiniebla y su vida y, así, poder remediar la tristeza de su existir; el viento de odio que nos había llevado, siglo tras siglo, ese falso bienestar de una verdad no entendida; la lucha en la que siempre vencía el mundo… sobre todos nosotros. 

Postrado, arrodillado, humillado, demandando clemencia de la voluntad de Tu Padre recaía, sobre tu ser, todo eso que sobre todos nosotros hace tanto tiempo brillaba para oscurecer nuestro venir, nuestro ser, nuestro presente; que, desde hace tanto tiempo, tanto tiempo, en un pasado, como una losa, cae sobre el alma nuestra y nos vence, nos gana, nos hunde. 

¡Tanto peso sólo podía ser compensado con un amor sin límites! ¡Tanta ocultación de la bondad sólo podía ser compensada con un corazón donde cabía todo el bien!

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7.11.17

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Me acuso (3)

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Resultado de imagen de Mesa redonda con Dios

 

A partir de hoy, y con la ayuda de Dios, vamos a dedicar los próximos artículos referidos al Beato Manuel Lozano Garrido, a traer aquí textos de sus libros. Y vamos a hacerlo empezando por el primero de ellos, de título “Mesa redonda con Dios”. 

 

Me acuso (3)

 

Durante unas semanas vamos a traer a este especial apartado dedicado al Beato Lolo una serie de “acusaciones” que nos vienen la mar de bien para, si es posible, evitarlas nosotros. Se encuentran en la página 166 de su “Mesa redonda con Dios”.

 

“No, Cristo, no hables, que soy yo quien debe hacer de propio fiscal:

Ahí voy:

De mi aire de místico perdonavidas, que va por la calle como quien ya se inmunizó de la viruela de la culpa”.

 

¡Cuánta razón tiene, aquí también, el Beato Manuel Lozano Garrido! Y es que conocer el corazón del hombre le viene, a él, la mar de bien y a nosotros, mucho mejor.

El caso es que no es nada extraño lo que nos plantea nuestro Beato. Vamos a ver.

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5.11.17

La Palabra del Domingo - 5 de noviembre de 2017

Mt 23, 1-12

“1 Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos 2 y les dijo: ‘En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los

fariseos. 3 Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. 4 Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. 5 Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; 6 quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, 7 que se les salude en las plazas y que la gente les llame’“Rabbí’. 8 ‘Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar ‘Rabbí’porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. 9 Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. 10 Ni tampoco os dejéis llamar ‘Directores’porque uno solo es vuestro Director: el Cristo. 11 El mayor entre vosotros será vuestro servidor. 12 Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.

 

COMENTARIO

Verdades más que importantes

El Hijo de Dios fue enviado al mundo para que se cumpliese la Ley de Dios. Y eso, en aquel mundo en el que le había tocado vivir, no era de lo más fácil ni sencillo.

El caso es que sabía muy bien cómo eran aquellos que, se suponía, cuidaban al pueblo elegido por Dios, desde el punto de vista espiritual. No hacían las cosas, precisamente, como debían.

En muchas ocasiones se había visto obligado el Hijo de  Dios a leerles la cartilla a fariseos, escribas y demás. Y es que, conociendo como conocían la Ley de Dios, no le gustaba, para nada, que no hicieran lo que debían en tal materia y cargaran, sobre las espaldas de los fieles judíos, grandes pesos, muchas normas y leyes, que impedían que su vida de fe fuera fluida. Y eso, para Jesucristo, era hacer un flaco favor a los que debían alcanzar el Reino de Dios.

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4.11.17

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Sobre la legitimidad del poder en el mundo

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

 

Sobre la legitimidad del poder en el mundo

 

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Y Jesús dijo… (Jn 19, 11)

 

“No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado”.

 

En estas palabras del Hijo de Dios hay mucho que tiene que ver con el Cielo y con la Tierra pero, en general, muchos salieron y salen muy mal parados de lo que dice ante la pregunta de Pilato acerca del poder que, según el Gobernador, tiene en contra del Hijo de Dios.

No podemos negar que mucho de lo que significa eso que dice Jesucristo, que le dice a Pilato, ha de sembrar muchas dudas en el corazón del hombre. Y es que si muchos poderosos que en el mundo han sido y mucho daño han hecho a la humanidad tenían la legitimidad de Dios…

Esto, sin embargo, no debería hacer que la duda anidara en nuestro corazón porque, como sabemos, los caminos de Dios son como son, insondables y, por tanto, es más que seguro que no los vamos a entender. Por eso, cuando el Mal se adueña de los poderosos y lo ejercen con ganas podemos esperar que de tal mal surja un bien. Y es que tal es la realidad que mana del corazón del Padre. Y a nosotros, en todo caso, nos debe bastar y nos sobra con creer y menos con querer saber ciertas razones…

Los poderosos, eso es más que cierto, pueden hacer, en la práctica, lo que les venga en gana. Bien lo hacen por las malas-malas o por las malas-vía ley humana. El caso es que el poder es ejercido, como bien sabemos y puede constatarse, no pocas veces no sólo contra el ser humano sino contra Dios mismo, contra su santa voluntad y contra su santísimo corazón de Padre.

¿Significa eso que nada de lo que debamos soportar puede ser contrarrestado?

A esta pregunta respondemos con lo que Cristo respondió: se sometió a la voluntad de su Padre (“Que no se haga mi voluntad sino la tuya”, fue lo dijo en Getsemaní) y tuvo el final que supimos que tuvo. Y no es que creyera que como el poder estaba dado por Dios todo lo que hiciera estaba bien (podía ser usado de forma torticera, como era el caso)  sino que si tal era lo que quería Dios… pues era lo que quería Dios. Sólo el Creador sabría las razones de aquello.

Aquí, en todo esto que dice Jesucristo y en lo que luego pasó con Nuestro Señor, se puede apreciar algo que, como decimos, tantas veces no comprendemos: Dios da legitimidad a los poderosos para que ejerzan su poder pero si se alejan de lo que eso significa correspondería a los súbditos hacérselo ver a quien eso hace. Y es lo que, precisamente, el Hijo de Dios acomete cuando Pilato le dice eso de que tiene el poder y que puede condenarlo y, por tanto, salvarlo…

El caso es que la legitimidad del poderoso se basa en la superioridad jerárquica de Dios: todo lo ha creado y todo depende de Quien lo ha creado. Todo, pues, está situado, por así decirlo, por debajo de Él y nada puede estar por encima: ni hombre ni nada de nada. Y eso es lo que le pasa al Gobernador de aquella tierra tan alejada de Roma, de la poderosa Roma.

Esto, seguramente, puede parecer duro de aceptar pero aún hay algo que es mucho peor que eso. Y es que, como dice Jesucristo, quien lo entrega al Gobernador tiene más culpa, mayor pecado.

¿No es, esto, extraño?

En realidad, no es nada extraño porque, es bien cierto, el pagano Pilato podía tener alguna idea acerca de aquella religión (pensaría que bárbara) que tenía el pueblo judío pero ellos, los miembros del pueblo elegido por Dios sabían muy bien que lo que estaban haciendo estaba más que mal. Los más poderosos es seguro que lo sabían… los demás, una gran mayoría, se dejaban manipular por ellos, por los que consideraban sabios. Por eso lo del mayor pecado que refiere aquel Maestro que, ante Pilato, sólo pudo decir la verdad porque era la Verdad.

  

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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